Aproximaba que llevaba un mes en ese nuevo mundo cuando me sacaron por primera vez del castillo, traspasando el jardín que marcaba la frontera entre la propiedad privada y el exterior.
Creo que la causa de la salida era la celebración de mi primer mes desde mi nacimiento ya que, desde que me desperté esa mañana y empecé a realizar molestos sonidos con la intención de que me sacaran de la cuna, todos empezaron a actuar muy raro.
Comenzaron a jugar conmigo y a decirme unas desconocidas palabras, con unas energéticas y cariñosas voces junto a unas felices sonrisas en sus rostros.
Lo normal hubiera sido que se enfadaran conmigo debido a lo temprano que era cuando realicé los ruidos, pero no.
En mi anterior vida nunca hubiera tenido un comportamiento tan infantil y egoísta como el de intentar molestar a mis padres solo por aburrimiento, comportamiento el cual no era la primera vez que tenía en mi nueva vida.
Lo que ocurría era que, desde mi nuevo nacimiento, había pasado a no poder controlar ni mis emociones ni mis sentimientos.
Ya fueran sensaciones como el hambre o las ganas de ir al baño, o bien emociones básicas como la tristeza, la sorpresa o el miedo, todos ellos me resultaban distantes y desconocidos.
Era como si no hubiera experimentado esas emociones y sensaciones antes.
No obstante, recordaba a la perfección los momentos en los que había sentido esas emociones al igual que mis sensaciones en aquellos instantes, pero mi nuevo cuerpo no los había sentido, por lo que supongo que mi cuerpo no sabía qué hacer, actuando de forma extraña.
Por ejemplo, al sentir una emoción básica mis pulsaciones por minuto aumentaban sobremanera, mi cuerpo empezaba a temblar y mis ojos se humedecían.
Con el paso del tiempo se había regulado un poco, pero las reacciones de mi cuerpo seguían sin ser las comunes.
Es por esto por lo que mi paciencia era muy limitada y necesitaba atención, salir de ese diminuto espacio y divertirme.
Pero las reacciones de mi cuerpo a las emociones no eran lo único diferente, parecía como si mi humor y lo que me divertía también hubiera cambiado, junto a mi capacidad de memoria y mis cinco sentidos.
Tenía 25 años mentales, y en mi antigua vida me parecía, evidentemente, una estupidez las actividades que realizaban los niños, al menos para realizarlas yo y divertirme con ellas.
En cambio, desde que volví a nacer habían pasado a divertirme estupideces muy infantiles.
Por si fuera poco, los recuerdos de 25 años de vida deberían ocupar un gran espacio en mi memoria, limitándose mi capacidad cognitiva. Sin embargo, esto no era así. Mi memoria había mejorado notablemente con mi nueva vida a pesar de recordar todo lo ocurrido en mi vida anterior.
En tan solo un mes había sido capaz de memorizar una gran cantidad de las palabras que me decían mis familiares, y también de entender otras pocas.
Con mi antiguo cerebro, bueno, con el cerebro de cualquier persona normal, conseguir aprender tanto de un nuevo idioma en tan solo un mes sería imposible. Es muy difícil y tardío aprender un nuevo idioma, y más si es solo escuchándolo, pero yo estaba siendo capaz y en poco tiempo.
Siempre había tenido una buena memoria, pero no a tales límites.
Todo esto me llevó a la conclusión de que mis recuerdos se habían almacenado de otra forma en mí, no desde mi cerebro. Mi cerebro era totalmente nuevo, sin nada del antiguo.
Lo que no sabía era cómo esto era posible y, a pesar de todo mi conocimiento sobre la anatomía humana, no encontré respuesta a esta pregunta.
Cuanto más pensaba, más preguntas me iban apareciendo, lo que me llevaba a un bucle infinito y sin sentido.
Es por esto por lo que tuve que llegar a una conclusión.
«No tiene sentido pensar en estas cosas, lo importante es que estoy vivo en otro mundo, con mis antiguos recuerdos, pero con otro cuerpo. Ya está. No tengo que encontrar una respuesta de porqué esto ocurre.»
Y en eso se basó mi filosofía de vida.
E ignorando, cómo ya era de costumbre para mí en ese nuevo mundo, la infinidad de preguntas que tenía, pasé a seguir disfrutando del que parecía ser el día de celebración de mi primer mes de vida, día en el cual salí por primera vez del castillo.
Primero desayunamos toda la familia juntos.
Después me regalaron ropa nueva, me cantaron una canción y salí en brazos de mi madre a la calle.
Caminamos un rato por un camino deshabitado y lleno de vegetación hasta llegar a la ciudad, ciudad la cual estaba repleta de tiendas, humanos, magia y… ¿semihumanos?
Había seres vivos, similares a los humanos pero con partes animales, lo que me asustó mucho en un principio.
El miedo desapareció cuando vi que estaban conviviendo con normalidad con los humanos.
Un intimidante semihumano, de aproximadamente dos metros, estaba hablando felizmente con un vendedor.
Otro, con una extraña cara similar a la de una serpiente, siendo más bajo pero más temible que el anterior, estaba sentado en lo que parecía una taberna, riéndose a carcajadas con otros semihumanos y humanos.
Incluso uno se acercó a mi madre para intentar que le comprara un producto, pero esta le rechazó inmediatamente la oferta, moviendo su cara de lado a lado y diciendo unas palabras con un tono muy amable y reconfortante de voz.
La ciudad tenía mucha vida, y todos parecían estar muy felices, lo que me encantó.
De todas formas, lo que más me gustó de la ciudad, sin lugar a dudas, fue un grupo de humanos y semihumanos que estaban dando un espectáculo público de magia, demostrándome que existía la magia de fuego y de agua además de la de las plantas.