VICTORIA
—Quiero usar un velo, además, no quiero que el abuelo me entregue y mucho menos tu pareja —fue una de mis primeras exigencias, ya sabía lo que haría.
—Ya yo le digo, con tal que estés tranquila, hija mía—Acaricia mi cabello y yo hago una mueca, como si sonriera ante la situación, cuando lo que quiero es vomitar del asco, de que me abrace, que siga en su papel de buena y abnegada madre.
Se marcha y lo que yo aprovecho para preguntarle al abuelo si pensó lo que le propuse.
—Estoy de acuerdo, así me alejo de ustedes.
—Nunca me quisiste, ¿aunque sea un poquito? —Me duele su expresión, la manera en que me mira, ser que debería estar acostumbrada, pero es mi abuelo después de todo.
—Preguntas tonterías, ya hablé con tu abuela y está de acuerdo en alejarse de toda esta pantomima, no me mires así, que no le conté lo que hizo la arpía de tu madre, ya sabía que esa mujer no había cambiado, después de abandonarte como cualquier cosa, no sé por qué me sorprendió que fingiera esa enfermedad por dinero.
Me duelen, carajo, me duelen sus palabras, pero no digo nada. Saco el sobre de donde lo tenía escondido y se lo doy. Si pudiera, le daría más hasta mi vida, por más que no me quiera. Yo lo adoro, los adoro.
—Llévala lejos, donde me dijiste, ya me las arreglaré cuando llegue a la ciudad.
Me marcho de ahí con ganas de llorar. Juro que es horrible sentirme así, pero no me gusta demostrar cuán mal estoy, prefiero reírme de las desgracias que unirme a ellas y hacerlas más sombrías.
Voy rumbo a casa de Virginia, quiero contarle que me iré lejos.
—Lo siento, perdóname, por favor, papá, mamá.
—¡Cállate! Eres una vergüenza, lárgate junto con tu bastardo, ya no eres nuestra hija. — Me quedo de piedra, cuando veo que la sacan a la calla y la dejan caer, luego su ropa está ahí sobre ella.
—¡Virginia!
Está llorando como Magdalena y me abraza, nunca la había visto así. No entiendo, sus padres siempre parecieron ser buenas personas, quererla y consentirla mucho.
—Amiga, tranquila, vamos a otro lugar y me cuentas.
Nos vamos hasta nuestro árbol de siempre, uno bien alejado de todos, donde nadie nos podrá escuchar.
—Vic, estoy embarazada—. ¡Santa cachucha! Como diría mi abuela, Jesús, María y José con sus pastorcitos. Siempre nos contamos todo y no sabía que ella había estado con alguien. —Perdóname por no contarte, pero ahora mis padres me sacaron a la calle como si no valiera nada para ellos, sé que les falle, pero yo los necesitaba.
—Tranquila, bonita, no llores, le hace mal a mi sobrino, al heredero.
—¿Heredero?
—Claro de mis converts, que más —Ella por fin ríe y luego suspira.
—Victoria, qué haré ahora, estoy sola sin el apoyo de nadie.
—Yo estoy pintada, ¿O qué? —Pongo mis manos en forma de jarra sobre mi cintura, otra vez ríe.
—Perdóname, tienes razón, pero Victoria, estoy embarazada y del padre de mi bebé no sé nada, tengo que irme de este pueblo para no avergonzar a mis padres y ocultar mi propia vergüenza.
Una idea corrió por mi mente, sé que, si fuera al revés, ella no me dejaría sola, por lo que yo tampoco lo haré. Ella es como de mi familia, así que le cuento mi plan y al principio se espanta, me dice que se me sacó más que un tornillo, si no la ferretería completa, luego le digo que ella haría lo mismo por mí y la termino convenciendo, soy muy buena para eso, como diría mi abuela, soy atolondrada, pero con facilidad de palabras, encantadora de serpientes me dijo una vez una compañera en la escuela.
—Aún tengo la llave de la casa de mis padres, tengo ahí mis ahorros, nos podrá servir hasta conseguir un empleo, gracias por no dejarme sola, Vic —Ella me abraza y yo le devuelvo el abrazo, luego pienso que no me voy a quedar de brazos cruzados.
—Quiero estudiar, Virginia, quiero salir adelante, denostarle a mi abuelo y a mi madre que puedo hacer alguien en esta vida, que no los necesito.
Mi abuelo es un tema aparte, pero esa señora que dice ser mi madre, va a lamentar un día el daño que me sigue haciendo. Un día vendré a pedirme ayuda y le diré un rotundo: ¡No, señora!
—TÚ ya eres alguien, mi mejor amiga, mi ángel de chocolate.
—Corrección, querida tu diosa de chocolate.
…
—Aquí está tu velo, deja que te maquille. —Apartó su mano con la mía y sonrió, me duele la cara de tanto fingir, no sé cómo hace ella para hacerlo y que le salga tan natural, es toda una profesional, debería ser actriz en vez de parásito de los demás, será por eso que se casó con ese sujeto, tal para cual.
—No, gracias, yo puedo hacerlo— querida madre, deseabas verme la cara de la payasa de la boda, te daré gusto.
—Bueno, hija, te espero en el altar. Muchas gracias, mi amor, por hacer esto por tu enferma madre.
Si ella puede fingir, yo también.
—Madre, por ti haría lo que fuera, no quiero que te mueras, cuida mucho tu corazón de las impresiones fuertes, voy a hacer que te sientas tan impactada con mi actitud que seguro llorarás.
—¿Llora? ¡A claro de lo orgullosa de ti, por tu sacrificio!
—Sí, claro, ahora, mami, déjame sola, que me tengo que preparar.
Ella se marcha dejando un beso sobre mi frente. Aprovecho, me quito esos horribles zapatos. Veo mis documentos, los guardo dentro de mi vestido, mi maleta con ropa la tiene Virginia, ahora me miro al espejo, y hago mi primer acto, será la obra de mi vida, no en vano pedí un velo.