Es una tonta, no tiene materia gris en la cabeza, debe tener el cerebro tan pequeño como un maní, como se le ocurre no decir que no sabe nadar. ¿En qué cabeza cabe?
—Tengo mucho frío —se abraza a sí misma y veo que está temblando, hasta puedo ir el sonido de sus dientes siendo apretados, está toda empapada.
—Eso te pasa, por tonta, meterte a una competencia en un río, cuando no sabes nadar.
—¡No me grites! Que no tengo fuerzas para pelear contigo. — Si ese es el caso, entonces si está realmente mal, algo en mi pecho me dice que no debo quedarme quieto, es que se ve que se puede enfermar, sé que trago agua, ¡No quiero ser un buen ciudadano! Bueno, solo porque me puede culpar de su muerte.
—No grites y guarda fuerzas, además quítate esa ropa mojada—Ella me mira como si el loco fuera yo, se tapa los pechos en señal de protección y yo resoplo para mí mismo, me quito la camiseta dejando la parte de la cintura para arriba descubierta, algo me queda de los campamentos a los que asistí cuando era pequeño.
No quiso, pero lo hizo al final. Ahora el que está un poco nervioso soy yo, se supone que debo abrazarla, para entrar en calor. Abro mis brazos, no sé ni por dónde tocar, trago saliva y trato de no verla a los ojos.
—Si vas a ayudarme, entonces hazlo bien, muy machito para gritarme, pero para abrazarme te portas como que no tuvieras pantalones, aunque pensándolo bien, también están mojados, tal vez deberías
Y no la dejo terminar, porque me atreví a abrazarla, a pegarla a mi cuerpo, a sentir su piel con la mía. Es suave, somos como el día y la noche, un contraste bastante extraño. Como café con chocolate, no sé ni qué estoy pensando, estoy a punto de entrar en hipotermia que mi cerebro se ha congelado y solo tiene pensamientos sin sentido.
—No te tengo miedo por si acaso.
—Pero lo parece, agarra bien, que tengo frío, perfecto, ya algo de calor siento—No sé porque esa última frase la dijo sin mirarme a la cara. Su cabello está tocando mi nariz, aparece esa sensación nuevamente, una maldita paz que no entiendo, si yo la detesto, me cae mal, por sabelotodo, por creer que es mi jefa y mi hermana confía ciegamente en ella, como la que compartiera su sangre fuera Victoria y no yo.
—¿Nos dejarán aquí? ¿Tardarán mucho en encontrarnos?
—Yo me preocupo en que perdimos la carrera por tu culpa. Otra vez repito que hubieras dicho que no sabías nadar y tal vez me dejaban entrar con otra compañera. Por tu culpa perdí un buen bono.
—Materialista tenías que ser.
—Vivo en una ratonera, los insectos son mis vecinos ¿Qué quieres que haga? Necesito ese dinero para poder salir de ahí, conseguir algo mínimo decente.
No sé ni porque se lo dije o confesé, es un tema que a ella no debe interesarle.
—Lo lamento mucho y entiendo por lo que estás pasando, mucho más de lo que imaginas, cuando vine de donde vivía antes junto con Virginia que estaba embarazada, estuvimos en lugar pequeñito, le decíamos la caja de cerillos, no sé cómo entrabamos tantas personas ahí, pero entre las dos trabajamos arduamente para salir de ese lugar, pero agradecida estoy de haber tenido un techo sobre mi cabeza a tener que dormir en la calle.
Esa mención escarapela mi piel, aún recuerdo aquella noche donde no tenía como sacar más dinero, las casas de empeños habían cerrado y gaste mis pocos dólares en un casino, donde ingenuamente pensé que la suerte estaría de mi lado y cuando me di cuenta no tenía ni para alquiler un hotel de mala muerte, tuve que dormir bajo ese puente, solo con lo que tenía puesto, fue la primera vez que llore debido a mi situación, culpaba tanto a mi padre, lo maldecía de mil formas incluso a mi hermana, pero ahora es como si entendiera es que yo cause eso.
—No hablemos de eso, no es un tema que me agrade mucho. Supongo que debo acostumbrarme y ponerle nombres como Betty o Mery, no sé.
No la estoy viendo, pero percibo una pequeña risa de su parte y lo confirmo porque empieza a toser, siento una opresión en medio del pecho, creo que le llaman preocupación, empiezo a presionarla más hacia mi pecho, es extraño sentirme de esta forma, pero se siente hasta cómodo, acaricio su cabello para calmarla, es como un trance, de pronto ella alza la vista, nuestras miradas impactan una con la otra, no sé qué me pasa, pero un impulso se apodera de mí, no estoy ebrio, el alcohol no controla mi sistema, simplemente me atrevo mis labios con los suyos, ella corresponde, son suaves, como un manjar que se derrite en mi boca, tengo los ojos cerrados, como si esto fuera un sueño.
—¡Victoria, Andrew! ¡Victoria ¿Dónde están?
Es la voz de mi hermana y de pronto el sonido de unas hélices se escucha. Ella y yo nos separamos, nos quedamos viendo con toda la vergüenza del mundo de haber permitido que algo así sucediera; sin embargo, también soy consciente que no sé si estoy arrepentido.
—Por favor, trae mi camiseta, no quiero que me encuentren así —Actuó rápido y como si fuera un orden presidencial lo hago, a los segundos, justo cuando acababa de meter la cabeza por la camiseta. Rápidamente, somos auxiliados, nos ponen unas cobijas y nos ponen algo de aluminio como papel sobre el cuerpo, además de unas bolsas de agua caliente y subimos a un pequeño bote.
—¿Cómo están? ¡Por Dios Victoria, cuando te vi caer! Andrew, gracias por lanzarte y rescatarla, no pensé que lo haría la verdad.