Vidas separadas

Mateo.

Lejos de tirar la nota, la dobló de nuevo, la guardó en su bolso y después bebió un poco de agua fresca de la botellita que guardaba en su bolso.

Bajó el espejito del coche y retocó su maquillaje mientras trataba de concentrarse en una rutina. De nuevo la pregunta voló a su mente ¿Lleva algún número? Vamos olvídalo, se decía a sí misma, pero no se atrevió a sacar de nuevo el papelito.

Arrancó el coche y se encaminó calle abajo hasta alcanzar la intercesión. Tomó por la Avenida de las Palmeras y en diez minutos llegó el parking de la Peregrina. Cogió un par de pañuelos y los empapó del agua de su botellita, lo pasó por los zapatos limpiando un poco el barro. Cruzó la puerta donde la recibieron y acompañaron hasta la mesa de Mateo.

Este esperaba con un licor de Malta en sus manos. Por su mirada comprendió que no había pasado por alto el desaguisado con los zapatos. Nada más sentarse, trató de disculparse de su aspecto y explicó con demasiados detalles lo que le había pasado a su tacón, después se odió por ello, era como ofrecer su cuello al lobo. ¿Cuándo pensaba cambiar, dejar de tenerle miedo y poderlo mirar a la cara desafiando su mirada?

La cena ya la había elegido él, ¡Cómo le odio por eso! Sabía que ella no se manejaba bien con los mariscos y él pidió unas langostas con salsa. Ella rehusó el plato, alegando que estaba a dieta.

—¡Vaya por fin veo que haces algo por ti! Ya no tienes veinte años, esa becaria que tienes a tu cargo podría quitarte pronto el puesto.

—¿Te refieres a Lola?

—Esa, la que tiene las piernas tan largas.

—La despidieron la semana pasada.

—¿Te sentiste amenazada?

—No, se acostaba con don Ramón y su mujer los pilló.

Mateo, incómodo, se revolvió en su silla y llamó al camarero para pedir los postres.

Ya estaba harta, le pedí que abreviarse, que tenía que revisar unos papeles a mi vuelta y los necesitaba para mañana.

—Está bien, pero te pierdes una deliciosa crem brulé.

—Ya sabes que estoy a dieta.—Volví a mentir.

—Sé, que te va a alegrar mucho lo que voy a decirte, y lo hago porque aunque todo haya acabado, quiero que olvides lo que pasó. Me gustaría que me recordaras con amor, si es posible, me decía. Yo, con una cara de idiota, le miraba olvidando por un momento que ya no le quería.

—Sé, lo feliz que fuiste siempre en nuestra casa de la playa, así que he hablado con Luis, mi abogado y le he dicho que debe de ser para ti.

Mateo, que siempre ha sido un profesional en su terreno, optó por un silencio que en mí no hizo ningún golpe de efecto, ya que compartimos profesión hace años. Si no fuese una mujer en este mundo de hombres, hace años que sería su jefa, si no fuese porque a Mateo, ya lo había echado don Ramón a la calle por acostarse con su mujer.

—La verdad es que, conociéndote, no sé cómo tomarme eso.

—¿Nunca piensas dejar de desconfiar? Ya sé que fui estúpido, pero por un fallo no deberías juzgarme.

—Hace tiempo que no me preocupa. —Dije notándose que mentía.

—Hoy estás especialmente guapa, a pesar del barro de los zapatos. Me gusta lo que te has hecho en el pelo.

—¿Te refieres al corte que me hizo Alberto al volver de nuestra luna de miel?

—Algo te has hecho, tal vez sea tu dieta que está funcionando.

—Sí, eso será.—Conteste de malos modos, deseando salir afuera.—Tengo que marcharme, ya sabes, los informes, no se hacen solos, te llamaré.

—Pero cariño, ¿No me has dicho que opinas de nuestra casa?

—¡He dicho que ya te llamaré y no me llames nunca más cariño!—Dije enfadada, levantando demasiado la voz, que resonó por encima de la suave melodía de piano que flotaba en el local.

Al llegar a casa, solté el portátil en la mesa de la cocina, cambié el traje de ejecutiva por un cómodo pijama de estrellitas y delante de la nevera me reconstruí el sándwich que me hubiese gustado tomar desde un principio.

Era cierto que necesitaba dedicar un rato a repasar un informe, pero no era nada urgente.

Encendí el televisor para ver mi serie favorita, era jueves noche y faltaba solo media hora, así que bajé el volumen de la tele y encendí el portátil. En la bandeja de entrada dos documentos sin leer, uno de Rosa, mi secretaria, recordando la reunión para mañana a las nueve, el otro era del internado Nuestra señora del Pilar. Lo leyó sin encontrar lo que esperaba.

Estimada señora Torres, tras su petición, hemos revisado todos los archivos referentes a su persona sin encontrar ningún detalle aparente de sus padres naturales. Los pagos del internado, se realizaban a través del banco Meridional, por medio de alguien anónimo, esa alma caritativa, cuidó de su educación. No sabemos el motivo de su anonimato, pero creemos que debemos respetarlo.

Sin más novedad, se despide de usted mandando con nuestro amor y recuerdo.

Hermana Honoria del amor divino. Directora de la institución.

Querida hermana Honoria, aún recuerdo sus clases de historia, ¡Como olvidarlas! Le agradezco la prontitud en su diligencia y quisiera pedirle un pequeño esfuerzo de investigación por su parte, sé que lo comprenderá, pues usted misma siempre nos pedía un pequeño esfuerzo más. Quisiera que me facilitase el número de cuenta del benefactor, pues me siento en deuda con él y quisiera poder devolverle tanto bien como él supo hacer.

Suya afectísima:

Berta Torres.

El esperado capítulo comenzó con un hombre encontrado muerto en una tableta de chocolate gigante. —¡Vaya! Es repe, entonces su atención al televisor se fue disipando hasta el punto de zapear. Cuando lleva un buen rato comenzó a quedarse dormida.

A la una se despertó liada en la mantita del sofá, en la tele, seguía su serie favorita. Esta vez, la protagonista, había sido enterrada junto a su compañero sexy.

El plato del sandwich resbaló hasta la alfombra, amortiguando su caída, poco a poco se ve que mi postura se había ido inclinando hasta dormitar sobre el bolso del portátil.




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