—¡Mujer di algo! Ya sé que he metido la pata.
—Déjame pensar, es que no sé por dónde empezar.
—Podrías decirme que estoy loca, porque me he metido en tu vida, que ahora te persigue un loco paranoico. ¿Sigo?
—Estás loca, eso está claro, pero vamos a analizar la situación. Ese hombre qué tipo de preguntas te hizo.
—Pues más o menos me preguntó para confirmar cuáles eran tus datos. La edad, tu lugar de nacimiento, el nombre de tus padres, tu profesión. Luego comenzó a preguntar cosas más personales.
—Dime que te preguntó: ¿Cuál era mi color favorito, mi comida preferida?
—Más bien quería saber, si te gustaba trasnochar, si te gustan las mascotas.
Yo estaba hirviendo por dentro, pero por fuera apuntaba lo contrario.
—Entiendo que necesitas un tiempo para sentirte tú misma, pero me preocupa que buscando tu sitio te pierdas y no sepas volver.
—Tú que estuviste con él, ¿Esas preguntas eran más de curiosidad o de tipo siniestro?
—A mí me pareció sincero. Yo tendría una cita con él. Quedas en un sitio público, y cuando terminé la cita, te excusas y así vas viéndolo venir. ¿Qué puede pasar?
Me rondaron varias ideas a la cabeza: Violador, asesino, ladrón de joyas, secuestrador de casi divorciadas… Pero no dije nada. Rosa tenía razón, esto no es Nueva York, ni una de esas películas casposas de miedo. Solo pude decir:
—Eres un encanto, no solo eres guapa y una magnífica secretaria, sino que tienes un corazón de oro.— Dije dándole un inesperado abrazo, que ella correspondió derramando sin querer parte de su batido sobre mi bolso y su blusa. Bruno acudió rápido con un paño limpio y un paquete de toallitas infantiles.
—Mi mujer dice que esto puede con cualquier mancha a prueba de niñas.— Dijo mientras yo limpiaba mi bolso. Con un guiño en su mirada se ocupó de la camisa de Rosa.
—No sabía que tenías hijos. Pareces un chaval.—Le dije admirando su figura.
—Eso es parte de mi sangre italiana. Fuego en las venas dice mi señora. Rosa lo miró de arriba abajo con ojos golositos. Bruno la miró entre orgulloso y travieso y se tocó el anillo del dedo lanzando con ello una indirecta a Rosa.
***
El domingo le sorprendió una suave lluvia persistente y una llamada de mi padre invitándome a almorzar.
—Sería un buen momento para estar juntos, Emilio vendrá.
—¿Sabes? Hace unos días estuve recordando cosas de cuando era pequeña. Es curioso que el primer recuerdo que tengo de esta casa sea el columpio que me hiciste en el nogal. Recuerdo la voz de mamá y ese perfume que tú le regalabas. Por primera vez en meses vi una sombra de tristeza se percibió en la voz de mi padre. Él la suavizó con una leve sonrisa.
—Aún conservó el último bote que le regalé. No he podido tirarlo y de esto que no se entere Gema, podría no entenderlo. Cuando huelo su perfume, me vienen a la memoria todos los momentos de mi vida; los buenos y los malos que también los hubo, aunque su lado nada malo duraba demasiado. Era tan dulce que nadie podía estar enfadado con ella mucho tiempo.
—Papá quiero preguntarte algo que me inquieta. Nunca te dije nada porque no quiero hacerte daño.
—Entiendo, sé de qué me hablas. Me gustaría ayudarte hija, pero solo puedo decirte lo que nos dijeron las hermanas de la institución. A media noche apareció una chica joven contigo en brazos hacía un frío muy grande. Las hermanas se apiadaron de ella, la dejaron pasar la noche, pero mientras iban a maitines tu madre desapareció dejándote allí. Nunca dijo más que tu nombre y el suyo, Teresa.
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Editado: 03.12.2024