Viene De Noche

MIEDO

 Mi pie es jalado con brusquedad haciendo que caiga de la cama dando un fuerte golpe en el frío y polvoriento suelo de madera de mi casa vieja y descascarada por la falta de cuidado.

 El dolor recorre todo mi cuerpo y me retuerzo en el lugar, pero no tengo tiempo para nada más ya que sus garras se clavan en mis piernas y arañan la piel de estas.

 Me arden.

 Me queman.

 Siento la sangre que brota de ellas, están lastimadas y eso me pone feliz.

 Si. Feliz. Ahora tengo una prueba.

 Un frío recorre mi cuerpo entero, la piel se me pone de gallina erizando los pelos de mis brazos y anticipó el próximo movimiento que no tarda en llegar. 

 Está siendo descuidado. Pienso.

 Fui levantada en el aire y tirada a la cama nuevamente y aunque no tenía aire en mis pulmones para gritar lo intente de todos modos. 

  Por eso mi boca fue silenciada, algo apestoso la cubría, el hedor era nauseabundo, tanto que tuve arcadas, rogué por no vomitar o me ahogaría.

 Pensé en mi mamá al otro lado del pasillo, mis ojos se llenan de lágrimas y rezó en mi mente, como cada vez que esto pasa

  ¿Por qué no viene? ¿no escucho el golpe en el suelo? O ¿solo no le importo lo suficiente? 

 No, no puede ser. Ella me ama, es mi mamá.

 Hoy me dijo feliz cumpleaños y me acarició la cabeza. Hacía tiempo no lo hacía. Tal vez porque ya cumplí nueve y estoy mayor. No lo sé. Se sintió bien, una cálida sensación me llenó el pecho. 

  Volví a este momento, si pudiera gritar estoy segura que ella vendría corriendo y está vez lo vería, al monstruo, no podría decir que solo estoy soñando, que no es real, que deje de mentir. 

 Aunque está oscuro como todas las noches ya que no tenemos luz eléctrica y mamá apaga las velas al acostarnos para que nos dure más tiempo, aún así puedo ver su cuerpo, la luz de la calle que entra por la ventana y atraviesa la tela de las cortinas transparentes y agujereadas por el tiempo, dibuja su figura sobre mi, negra, solo un contorno, su cara sin expresión, sin ojos, sin boca, sin nada. 

 Me aterra. 

 Mi cuerpo tiembla incontrolable.

 Me ahoga con sus manos llenas de garras, me ahorca, lastima mi cuerpo, lo destroza, todo en él palpita como una enorme herida.

 Siento su aliento, huele a azufre y su piel áspera y deforme desprende un líquido espeso que lo cubre. 

 Pierdo el conocimiento una vez más, una noche más. 

 Siempre es así. Viene de noche cuando estoy desprotegida, cuando hay oscuridad y toda la ciudad está dormida, como mi mamá. 

 ¿Cuando ella despertará?




 

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 Me senté de golpe en la cama, la respiración agitada, mi corazón latiendo fuertemente bajo mis costillas. 

 La transpiración cubre mi rostro y cuello; me seco con el dorso de la mano y noto que estoy llorando. 

 Me lleno de impotencia como cuando era una niña, y el monstruo venía a mi.

 Enciendo la luz de la mesa de noche, abro el cajón y sacó una pastilla, la tomo con agua que siempre mantengo en un vaso. La cambio cada noche al acostarme. Un ritual o algo así.

 

 La mañana llega demasiado lenta, nunca es rápida cuando los sueños me recuerdan mi tormentosa niñez. 

 Me levanto, duchó y desayuno lo más saludable que puedo y salgo para ir a verla.

 Aún no se porque sigo yendo.

Bueno en realidad si.

 El sonido característico de la reja abriéndose me hace levantar la vista.

 Ella camina con pesadez. La ropa que lleva puesta es igual al de las otras mujeres que habitan en este lugar. Las arrugas en el contorno de sus ojos se han incrementado con los años. Puedo notar el cansancio también y la mueca de disgustó que hace al verme allí.

 Una vez al año vengo a verla.

 En mi cumpleaños.

 Si. 

 Solo para recordarle que un día como hoy, en mi noveno cumpleaños, ella y aquel monstruo dejaron de hacerme daño.



 

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En el texto hay: cuentocorto, miedo real

Editado: 23.06.2024

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