La tarde avanzaba lentamente, y Lilian se dirigió a los establos, aprovechando la libertad que le ofrecían las ausencias del duque. El aroma de la paja se mezclaba con el aire fresco que descendía de las colinas alrededor de la mansión, y la familiaridad de aquel lugar le trajo cierto alivio, como si allí el tiempo transcurriera de forma diferente.
Llevaba puesto un abrigo de lana gris oscuro, ajustado a su figura esbelta, que combinaba simplicidad y sofisticación. El cuello alto de terciopelo y los guantes de cuero fino completaban su atuendo, mientras la falda amplia caía con gracia hasta los tobillos. El sombrero de ala ancha, ligeramente inclinado, cubría parte de sus ojos, pero aún dejaba entrever el brillo enigmático de sus pupilas verdes.
El cabello, recogido en un moño elegante, descansaba suavemente sobre su cuello, con algunos mechones sueltos, y un pequeño adorno de plata, discreto pero refinado, completaba el conjunto. Su ropa, sencilla pero cuidadosamente elegida, reflejaba la mujer en la que Lilian se había convertido: con una mirada decidida y serena, capaz de enfrentar cualquier desafío. Había decidido pasar el resto del día montando a caballo, lejos de la mansión.
Mientras los criados ajustaban las riendas de su caballo, divisó una figura alta junto a la cerca, de espaldas. Al principio pensó que era uno de los hombres de la propiedad, pero la despreocupación patente en la forma en que estaba apoyado —la manera en que el abrigo oscuro se movía con el viento— hizo que el corazón de Lilian se acelerara. No era común encontrar a extraños tan cerca de la propiedad.
Caminó lentamente, sus pasos cautelosos aplastando la grava. “¿Puedo ayudarle?” preguntó con voz firme, aunque con una curiosidad evidente.
Cuando él se giró, Lilian sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El hombre que la miraba no era el joven que había conocido. El tiempo había borrado las últimas huellas de juventud de su rostro, pero había dejado algo más profundo. Dureza. Distancia. Como si el mundo le hubiera robado todo y, a cambio, solo le hubiera dado sombras.
El rostro le era familiar, pero sus rasgos estaban marcados por algo que el tiempo y el mundo habían esculpido en él. El brillo inquieto de antaño había dado paso a una sombra más densa. La boca de Lilian se abrió ligeramente, pero no le salió palabra alguna. El corazón le latía con fuerza, el reconocimiento la invadía con una intensidad inesperada. Él estaba allí, pero al mismo tiempo, era un extraño.
"Talvez," respondió él, con una leve sonrisa en los labios. "Lady Lilian Cavendish."
El tono con el que pronunció su nombre le cortó la respiración. Lilian se mantuvo inmóvil. Su corazón latía con fuerza, pero no sabía si era por sorpresa o por otra emoción que no quería nombrar. El pasado estaba frente a ella. Pero, por más que lo intentara, no podía ver a Gabriel Sinclair en ese hombre.