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Más tarde, ese mismo día, el Duque de Cavendish regresó a la mansión. Su carruaje se detuvo con un golpe seco, y el cochero corrió a abrir la puerta. El Duque descendió del carruaje con una sonrisa satisfecha en el rostro, subiendo los escalones de la entrada principal sin prestar atención a los sirvientes que lo saludaban con reverencias.
Tan pronto como entró en el vestíbulo, ordenó que llamaran a Lilian a su despacho, y allí se dirigió. Se sentó en la silla de cuero detrás del imponente escritorio de caoba, tamborileando los dedos en el brazo del sillón mientras esperaba. Cuando Lilian finalmente entró, el Duque alzó la mirada hacia su hija, sonriendo.
"¿Padre?" saludó Lilian, inclinando ligeramente la cabeza mientras cerraba la puerta tras de sí. Su tono era cortés. "¿Mandó llamarme?"
El Duque hizo un gesto para que se sentara.
"Lilian, tengo un asunto importante que discutir contigo. Algo que me deja muy satisfecho." Comenzó él, pero antes de que pudiera continuar, ella alzó la mano, interrumpiéndolo.
"Gabriel ha vuelto", declaró ella, con el entusiasmo reflejándose en su voz. Una sonrisa inesperada iluminaba el rostro de Lilian, sus ojos verdes brillaban con una energía que el Duque no veía desde hacía tiempo.
El Duque permaneció inmóvil por un momento, su mandíbula se tensó levemente. "Gabriel", pensó, controlando la creciente irritación. El regreso de ese muchacho era un inconveniente que no podía ignorar. Todavía recordaba el escándalo que el Vizconde provocó con su vida libertina.
"¿Ha vuelto, dices? ¿Y qué te lleva a hablar con tanto entusiasmo sobre eso?"
"Volvió hoy", continuó Lilian, ignorando el tono seco de su padre. "Y pensé en ofrecerle una cena de bienvenida. Sería apropiado para alguien que... bueno, que aún pertenece a nuestra esfera social."
El Duque se inclinó ligeramente hacia adelante, sus ojos fijos en ella como los de un halcón.
"¿Alguien que pertenece a nuestra esfera social?" Su voz bajó de tono mientras hablaba. "¿Después de lo que hizo su padre?"
Lilian se mantuvo serena, pero sintió un escalofrío.
"El Vizconde lo apartó como si fuera un error que corregir. Puedes ignorar lo que pasó, Lilian, pero yo no olvido. ¿Y tú me hablas de Gabriel como si fuera un igual?" El Duque se levantó lentamente. "Pero si insistes en una cena, que así sea. Una cena... para anunciar tu compromiso con Lord Sebastian Whitaker."
Lilian se quedó inmóvil, su corazón latiendo con fuerza mientras las palabras de su padre se grababan en su mente. "Compromiso. Con Lord Whitaker."
El estómago se le revolvió, y el calor de la indignación le subió por el pecho.
"¿Compromiso?" repitió, incrédula. Se levantó de repente, con los puños cerrados a los lados del cuerpo como si estuviera a punto de atacar. "No me casaré, ¡y mucho menos con ese Marqués! He oído rumores, padre. Dicen que tuvo a su primera esposa prisionera en su propia casa hasta que desapareció misteriosamente. ¿Quiere que me case con un hombre así?"
Por un instante, el Duque de Cavendish vaciló. Su mandíbula se tensó, un músculo palpitó en su sien. Sí, había rumores. Y eran persistentes. Pero apartó aquel pensamiento incómodo, negándose a darle espacio, su expresión volvió a la frialdad habitual.
"No es una cuestión de querer, Lilian", respondió, su voz tan fría como el acero. "Es una cuestión de deber. Lord Sebastian es un hombre influyente en la corte real y el aliado que necesitamos. Esta alianza fortalecerá nuestra posición y resolverá asuntos que tú no tienes la capacidad de comprender."
La firmeza de sus palabras hizo que Lilian sintiera un nudo en la garganta, pero no cedió. Mantuvo su postura, aunque su rabia era un volcán a punto de estallar. Sus dedos se apretaron hasta que las uñas casi perforaron las palmas.
"No, padre", dijo ella, con voz baja pero firme. "No me casaré con un hombre que trata a las mujeres como prisioneras. No soy uno de sus negocios."
La mirada del Duque se volvió aún más gélida. Lilian nunca lo había desafiado así, no tan abiertamente.
"Te estás comportando como una niña mimada, Lilian. Ya es hora de que aceptes que no tienes elección. Hiciste tu debut hace dos años y, hasta ahora, no has sido capaz de conseguir un marido adecuado. No permitiré que sigas perdiendo el tiempo. Una hija solterona sería una vergüenza inaceptable para esta familia. Así que, esta vez, yo decido."
La rabia de Lilian estaba a punto de estallar, pero se contuvo. Si gritaba, perdería. Si lloraba, le daría a su padre justo lo que él quería: una prueba de su debilidad. Enderezó los hombros, controló la respiración, sus ojos verdes ardían. El silencio entre ambos se volvió cortante. El Duque la miró fijamente como si intentara doblegarla con la fuerza de su mirada. Pero Lilian no retrocedió. Esta vez, no lo haría.
La discusión se intensificó rápidamente. Los gritos de Lilian, llenos de vehemencia y dolor, resonaban por los pasillos, atravesando las paredes como una tormenta. El Duque, acostumbrado a imponer su voluntad, intentó silenciarla con su tono frío y autoritario, pero Lilian no cedió.
"¡No soy una propiedad que pueda vender, padre! ¡No soy una moneda de cambio!"
"¡Te casarás con Lord Whitaker!" gritó el Duque.
Fuera del despacho, Clara estaba inmóvil, sus ojos bien abiertos por la discusión que oía a través de la puerta entreabierta. Sabía que el Duque planeaba casar a Lilian con el Marqués, pero no esperaba que la decisión se anunciara tan pronto. Las palabras de Claremont resonaban en su mente: "El Marqués siempre ha sabido controlar a las mujeres de su vida."
Clara se agarró al collar que llevaba al cuello, un gesto que hacía siempre que tenía miedo. "Necesito avisar a Gabriel", pensó. "Si él no sabe del peligro, Lilian no tendrá salvación. Pero ¿cómo podría contactar con Gabriel sin levantar sospechas?"