Sin decir una palabra más, el Duque salió de la habitación, su bastón marcando un ritmo firme sobre el suelo. Al llegar al pasillo que conducía a los aposentos de su hija, no se molestó en tocar — abrió la puerta con la autoridad de quien no necesita permiso.
Lilian no se giró de inmediato. Sentía la presencia fría de su padre llenar la habitación, aumentando aún más la distancia entre ellos. El Duque la observó por un momento antes de hablar.
— Estás muy hermosa, Lilian. Me recuerdas a tu madre.
Lilian parpadeó, aturdida por la mención inesperada de su madre. Su padre no era un hombre dado a los elogios, y mucho menos a las comparaciones sentimentales. Por un instante, no supo qué responder.
— Es hora — dijo el Duque.
Ella respiró hondo y se levantó, deslizando los dedos por el terciopelo del vestido azul antes de finalmente volverse.
— Sí, padre.
El descenso por la escalinata principal se hizo en silencio. Cuando los primeros ojos se volvieron hacia ella, Lilian enderezó los hombros y alzó el mentón. Al pie de la escalera, Whitaker ya la esperaba.
La sonrisa que mostraba no era un simple saludo; era una reivindicación, una marca invisible que él intentaba imponerle. Lilian sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero logró disimularlo.
— Deslumbrante, como siempre, Lady Lilian — dijo él, inclinándose ligeramente al extenderle la mano.
El Duque, satisfecho, hizo un breve gesto de aprobación.
— La noche es vuestra. Disfrutadla.
Lilian aceptó la mano de Whitaker por pura obligación. Él le apretó los dedos con firmeza, conduciéndola con elegancia y presentándola a invitados cuyo interés estaba más centrado en el apellido Cavendish que en ella misma. Lilian escuchó elogios vacíos sobre su belleza, sonrisas de cortesía y votos de felicidad que le sonaban a condena.
La voz de él se mezclaba con las demás, envuelta en formalidad y condescendencia.
— Espero que esta noche sea de tu agrado, querida mía.
Lilian inspiró suavemente, reprimiendo el temor que le subía por la garganta como una advertencia silenciosa.
— ¿Importa acaso lo que yo piense de esta noche, Lord Whitaker?
El brillo que apareció en sus ojos al responder fue de diversión.
— Por supuesto que importa… siempre querré saber tu opinión, Lilian. Eso es lo que se espera de un esposo.
Lilian mantuvo el rostro sereno, pero el apretón de sus dedos en torno al abanico delataba la tensión que le recorría el cuerpo. El salón vibraba con la melodía de la orquesta y el murmullo de las conversaciones, pero un súbito silencio expectante transformó el ambiente de forma casi imperceptible. Ella siguió las miradas y comprendió la causa del cambio.
Dos hombres acababan de entrar en el salón. Uno de ellos, con un chaqué ricamente bordado y una máscara dorada, se movía con soltura, claramente cómodo. Pero fue el otro quien captó toda la atención de Lilian.
La luz de las velas danzaba sobre el brocado de su chaqueta, destacando la firme línea de sus hombros y la sombra de una sonrisa enigmática. Incluso con la máscara, Lilian lo sabía — reconocería a Gabriel Sinclair entre cualquier multitud. El corazón le dio un vuelco. Sintió el mismo magnetismo que siempre la desestabilizaba. Él parecía distinto bajo la penumbra de las velas y el misterio de la máscara, pero era el mismo hombre que había hecho tambalear todo lo que ella creía.
Y, en ese instante, una verdad arrolladora la golpeó como una tormenta: amaba a Gabriel Sinclair. Ya no podía negarlo, ni siquiera a sí misma.
La revelación la envolvió como una ola inesperada, dejándola sin aliento y paralizada. No era solo el deseo inquietante que despertaba su presencia, ni la fascinación por el hombre en el que se había convertido. Era la forma en que sus ojos la buscaban entre la multitud, como si ella fuera lo único que importaba. Y cómo su voz le acariciaba la piel, incluso cuando sus palabras eran provocadoras.
Era la manera en que Gabriel siempre la había visto como algo más que la hija del Duque de Cavendish. Lilian sintió un nudo en la garganta. Porque ahora no se trataba solo de las garras que Whitaker intentaba clavar en su destino. No, ahora había algo mucho peor. Si perdía a Gabriel, perdería una parte de sí misma.
Respiró hondo, intentando recomponerse. Pero cuando sus ojos se encontraron con los de él, supo que ya no había marcha atrás. Antes de poder apartar la mirada, sintió a Whitaker inclinarse para murmurarle al oído.
— Sería… lamentable tener que recordarte, una vez más, a quién perteneces.
El tono meloso hizo que sus músculos se tensaran. Lilian no respondió, pero enderezó los hombros. No le daría a Whitaker el placer de ver ni un atisbo de debilidad. Las miradas de los invitados se posaban sobre ellos, evaluando cada movimiento, cada gesto.
— Creo que el primer baile me pertenece.
Ella tragó saliva. No podía rechazarlo sin causar un escándalo. Forzó una sonrisa y aceptó su mano. La música comenzó. El salón se abrió para la pareja. Lilian se dejó guiar, pero con cada paso, con cada giro, se sentía más atrapada, más asfixiada.
La música llegó a su fin y Lilian hizo una elegante reverencia, mientras Whitaker le apretaba la mano en un gesto que pretendía ser posesivo.
— Ha sido magnífico, querida mía — murmuró él.
Ella forzó una sonrisa educada.
— Qué amable de su parte, Lord Whitaker.
Él pareció satisfecho con la respuesta y, sin más, se alejó para saludar a algunos conocidos, dejando a Lilian sola.
El alivio fue inmediato, aunque efímero. Se sentía atrapada por las sonrisas fingidas. Necesitaba un momento para recuperar el aliento. Se apartó discretamente de la multitud y se dirigió a la mesa de refrescos. Tomó una copa de cristal y la llevó a los labios, dejando que el líquido fresco calmara sus nervios.
Fue en ese instante cuando sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se giró lentamente, como si el destino mismo la llamara, y sus ojos lo encontraron.