Vientos de Pasión-El Precio de la Esperanza-Versión española

Episode 47

Un día después de recibir la maldita carta, el Duque de Cavendish llegó a la residencia de su hermana.
Su carruaje se detuvo bruscamente frente a la imponente mansión de Lady Penélope. Apenas los caballos se habían detenido, la puerta ya se abría con violencia: el criado apenas tuvo tiempo de bajar del estribo.
El Duque descendió del carruaje con pasos firmes, el abrigo ondeando ligeramente con el movimiento brusco, el rostro esculpido en piedra fría. Una máscara de furia contenida.
El mayordomo, apresurado, vino a abrirle la puerta al sonido de sus secos golpes.
— Su Gracia… — balbuceó, entre sorpresa y temor.
Pero el Duque ya cruzaba el vestíbulo. Sin pedir permiso. Sin esperar ser anunciado. Sin disminuir el paso. El sonido de sus botas resonaba en el mármol como una advertencia.
Lady Penélope, que tomaba el té en el salón, alzó la mirada al oír el alboroto. Ni siquiera necesitó levantarse. Su voz se escuchó desde dentro, serena, cortante.
— Estoy aquí, Theodore.
El Duque se dirigió al salón. Y al entrar… ni siquiera se dignó a saludarla.
— ¿Cómo pudiste permitir esto, Penélope? — Su voz resonó por la sala.
Lady Penélope dejó la taza sobre el platillo, con una calma que solo sirvió para exasperarlo aún más.
— “Esto”… es un concepto muy vago, Theodore. Tendrás que ser más claro.
— Me refiero a que tu casa se haya convertido en escenario de un escándalo que recorre todo Londres. Me refiero a Sinclair. Me refiero a mi hija, que ahora está en boca de toda la ciudad — y no por las razones que convienen a una Cavendish.
Ella no retrocedió.
— Lo curioso, hermano… — dijo suavemente — es que Londres solo habla de Lilian porque alguien le dio motivos. Y ese alguien… no fue ella.
El Duque la encaró.
— ¿Qué estás diciendo?
Lady Penélope se levantó despacio, enfrentando a su hermano.
— Estoy diciendo que tú, y solo tú, eres responsable de lo que ocurre con Lilian. Si hay un escándalo, la culpa es enteramente tuya por tratar a tu hija como una de tus propiedades.
El Duque apretó la mandíbula, los ojos duros como piedra.
— Le di un futuro — dijo, con voz baja pero cortante. — Le di una vida a la altura del nombre que lleva.
Lady Penélope ni pestañeó.
— Te equivocas, Theodore. No le diste un futuro. Le diste una prisión dorada. Y olvidaste que ella es más que un título. Es tu hija.
Hubo un silencio espeso.
— No te pedí tu opinión, Penélope. — Pasó los dedos por el sello de la familia. — Ahora, manda llamar a mi hija. — Su voz descendió un tono, tan fría como el mármol bajo sus pies.
Ella iba a responder, pero él se giró bruscamente y llamó al mayordomo.
— ¡Harding!
El criado apareció de inmediato, con la prisa de quien sabe que un segundo más puede interpretarse como una afrenta.
— ¿Su Gracia?
El Duque ni siquiera lo miró.
— Lady Lilian. Quiero verla. Ahora.
Harding, sin embargo, dudó. Porque en esa casa, había otra autoridad que respetaba aún más.
La mirada del criado se desvió hacia Lady Penélope, en muda interrogación.
Y fue entonces cuando la voz de ella, tranquila y llena de un cansancio elegante, se hizo oír:
— Llámala, Harding. — dijo simplemente. — Por favor.

Lilian estaba sentada frente al espejo, las manos sobre el regazo, la mirada fija en su reflejo. No veía el rostro que los demás veían. Veía el rostro de una mujer cansada de tener miedo.
Oyó pasos en el pasillo — sonaban más fuertes de lo normal. Sabía de quién eran. Sabía lo que anunciaban.
La puerta se entreabrió. Clara entró despacio, cerrándola detrás de sí con el cuidado de quien sabe que cualquier ruido puede ser un fragmento más.
— Tu padre ya ha llegado — dijo en un murmullo que contenía todo lo que no se atrevía a decir en voz alta.
Lilian inspiró despacio, sintiendo el aire atascarse en el pecho. Pero no apartó los ojos del espejo.
— Sabes, Clara… cuando Lord Sebastian me mostró aquella carta, por unos instantes pensé que el mundo se había acabado.
Hubo silencio. Clara esperó.
— Pero después… cuando pude respirar de nuevo… entendí que ese no podía ser el final. — Lilian pasó los dedos por la madera pulida del tocador, casi distraída. — Y tomé una decisión.
Clara se sentó al borde de la cama, observándola atentamente.
— ¿Y qué decidiste?
Lilian finalmente se volvió para mirarla.
— Que voy a luchar por él.
Clara la miró, sorprendida.
— ¿Por Gabriel?
Lilian asintió lentamente, con voz firme, sin titubeos.
— Sí. Aunque me haya mentido. Aunque todo esté en nuestra contra.
Clara ladeó ligeramente la cabeza, observándola con atención.
— ¿Y si es verdad? — murmuró. — ¿Y si realmente te mintió?
Lilian cruzó las manos sobre el regazo e inspiró hondo.
— Entonces… será un dolor que elijo arriesgar. — Su voz salió baja, casi un susurro. — Porque vivir el resto de mi vida preguntándome “¿y si…”... eso sí que me asusta más que cualquier desilusión.
Hizo una breve pausa, los ojos brillando con tristeza, pero el tono decidido.
— Y además… — esbozó una sonrisa sin alegría — no podría compartir mi vida con alguien como Lord Sebastian. Solo imaginar que un día pudiera… — dudó, sintiendo el peso de la idea — … tocarme o besarme… — Cerró los ojos por un instante, como para alejar un escalofrío involuntario. — No. Prefiero mil veces un corazón roto que una vida vacía junto a un hombre al que no amo.
Clara la miró durante un momento. Luego, una pequeña — pero sincera — sonrisa apareció en sus labios.
— Si estuviera en tu lugar… — comenzó, en un tono casi pensativo — creo que solo podría pedir una cosa.
Lilian alzó la mirada, curiosa.
— ¿Qué cosa?
Clara encogió ligeramente los hombros, con esa franqueza desarmante tan suya.
— Tener tu coraje. Tu fuerza. Esa capacidad de luchar por lo que quieres… incluso cuando todo parece perdido.
Lilian la observó en silencio por un instante. Luego se levantó, alisando con lentitud la falda del vestido — no como un gesto distraído, sino como quien se prepara para una batalla.
— Sé que mi padre intentará hacerme cambiar de opinión. Sé que me amenazará con todo lo que tenga. — Hizo una pausa. Su mirada, cuando se encontró con la de Clara, tenía un nuevo brillo. — Pero, por primera vez, Clara… sé lo que quiero. Y no es la vida que él planeó para mí.
Clara sonrió, un toque de orgullo en sus ojos castaños.
— Creo que Gabriel nunca tuvo oportunidad contigo.
Lilian rió suavemente.
— Esto nunca fue sobre él. Siempre fue sobre mí.
Los gritos del Duque resonaron desde el piso inferior, haciéndolas estremecer.
Clara le tomó la mano en un gesto solidario. Y Lilian le apretó los dedos con fuerza. Sin más palabras, le soltó la mano y se dirigió a la puerta. En ese momento, oyeron un golpe firme. Harding dudó antes de hablar.
— Lady Lilian, Su Gracia solicita que baje.
Lilian lanzó una última mirada a Clara. Su corazón latía con fuerza en el pecho, pero no vaciló. Siguió al criado por el largo pasillo, el sonido de sus propios pasos resonando en el suelo de mármol.
Ya había tomado su decisión. Había pasado demasiado tiempo pensando, cuestionándose, reconsiderando todo lo que creía saber. Sí, Gabriel podía haber mentido. Sí, podía haberla engañado. Pero eso ya no importaba.
Porque lo amaba.
Con la cabeza erguida y los hombros rectos, Lilian bajó las escaleras para enfrentarse a su padre.




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