Vientos de Pasión-El Precio de la Esperanza-Versión española

Episode 48

Al entrar en la sala, vio a su padre de pie, un hombre autoritario, acostumbrado a ser obedecido. La miraba como si ella lo hubiera traicionado.
— Padre. — El tono de Lilian era neutro, pero la rigidez de su rostro delataba el nerviosismo.
El Duque tardó un momento en mirarla.
— ¿Qué es esto, Lilian? — Su voz estaba controlada, pero cargada de furia.
Lilian no desvió la mirada.
— No sé a qué te refieres.
— No te hagas la ingenua. — El Duque dio un paso adelante. — Recibí una carta sobre el escándalo en el que estás envuelta. Tu comportamiento en los últimos días ha sido inaceptable. — Su mirada se volvió cortante. — ¿Te atreviste a deshonrar nuestro nombre?
Lilian sintió que palidecía. Durante años había obedecido, había hecho lo que se le mandaba, nunca había cuestionado. Pero ahora sabía que no podía ceder.
— Padre, no deshonré nuestro nombre. Solo entendí que este compromiso nunca fue una elección mía.
El Duque soltó una risa seca.
— Las mujeres en tu posición no eligen, cumplen con su deber. Si crees que puedes rechazar a Whitaker y seguir siendo mi hija, estás equivocada.
Lilian sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
— ¿Me estás diciendo que me desheredarás si no me caso con Lord Sebastian?
El Duque se acercó, su voz baja pero implacable.
— No necesitaré hacerlo, Lilian. Si me desafías, la sociedad se encargará de ello por mí.
Su advertencia era un veneno que se infiltraba en sus venas. Pero antes de que pudiera responder, Lady Penélope intervino.
— Basta, Theodore.
El sonido de su voz fue como una hoja afilada, sin margen para réplica. El Duque se volvió hacia su hermana, incrédulo.
— ¿La estás defendiendo? ¿Después de la vergüenza que nos ha hecho pasar?
Lady Penélope lo encaró, firme.
— Sí. Porque alguien tiene que protegerla de ti.
El Duque apretó los puños.
— Es mi hija, Penélope. No me digas cómo debo tratarla.
— Es mi ahijada. Y no me quedaré callada mientras intentas convertirla en una marioneta.
El Duque se rió, un sonido seco y sin humor.
— ¿Y qué vas a hacer? ¿Cuidar de ella como si fuera tuya? ¿Mantendrás un nombre deshonrado en tu casa?
Lady Penélope sonrió fríamente.
— Si crees que puedes obligarla a casarse, estás equivocado. No permitiré que eso vuelva a suceder.
El Duque se quedó inmóvil al oír las palabras de su hermana, que lo empujaron hacia un recuerdo largamente enterrado. Sabía que su hermana tenía suficiente poder social para mantener a Lilian protegida, incluso de él. Pero aún no estaba derrotado. Respiró hondo y ajustó su chaqueta, como si recuperara el control.
— Muy bien, Lilian. — Volvió sus ojos hacia su hija. — Si quieres arruinar tu propio futuro, hazlo. Pero no esperes que esté aquí para verte caer.
Y, sin decir nada más, el Duque se giró y salió de la sala. La puerta se cerró de golpe. El silencio se instaló, pesado como una carga invisible.
Lilian se sentó lentamente, los hombros aún tensos, el corazón martilleando en el pecho. Lady Penélope puso una mano reconfortante sobre la suya.
— Acabas de hacer lo que muchas mujeres pasan toda la vida deseando tener el valor de hacer, querida mía.
Lilian inspiró profundamente. Estaba temblando.
— ¿Por qué no me siento valiente?
Lady Penélope sonrió, una sonrisa triste.
— Porque el valor no siempre nos da alivio inmediato. Pero nos da el derecho de elegir nuestro propio destino. Tu padre esperaba que retrocedieras, Lilian, pero aun así, sigues de pie.
Lilian respiró hondo. Había enfrentado a su padre. Pero ahora... ahora venía lo más difícil. Enfrentar al resto del mundo. Y en medio de todo, había un nombre que su corazón no podía silenciar: Gabriel.
El mayordomo apareció en el umbral de la sala, una carta sellada en las manos.
— Milady, ha llegado una carta del Palacio.
Lady Penélope alzó una ceja antes de extender la mano para recibir la correspondencia. El sello dorado brillaba tenuemente bajo la luz del salón.
Lilian la observó desplegar el pergamino con un movimiento elegante, sus ojos verde-azulados recorriendo rápidamente el contenido. Cuando volvió a alzar la mirada, una sombra de expectativa cruzaba su expresión.
— Parece que el rey ha decidido intervenir.
Lilian se enderezó, el corazón latiéndole con ansiedad.
— ¿Intervenir cómo?
Lady Penélope colocó la invitación sobre la mesa y la empujó en dirección a su sobrina.
— Hemos sido convocadas a un baile en el palacio.
Lilian sintió que iba a desmayarse al anticipar lo que eso significaba.
— ¿Un baile real?
Donde toda la aristocracia de Londres estaría reunida. Donde estaría Gabriel. Donde estaría Whitaker. Y donde el rey — el propio rey — había elegido ser juez de todo lo que Londres susurraba.
Lady Penélope sonrió levemente, con un brillo desafiante en los ojos.
— Sí, querida mía. Y tú vas a estar lista para ello.
El destino ya estaba trazado. Y la última batalla estaba a punto de comenzar.




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