Vientos de Pasión-El Precio de la Esperanza-Versión española

Episode 49

La lluvia comenzó a caer, persistente e implacable, acompañando la llegada del Duque de Cavendish a su club. La imponente fachada del edificio proyectaba largas sombras bajo la tenue iluminación de los faroles de gas.
Los criados le abrieron las puertas de inmediato, al reconocerlo, pero él no les prestó atención. Su rostro mostraba toda su furia y frustración. Lilian lo había desafiado. Su hermana lo había humillado.
Y ahora, necesitaba tiempo para reflexionar, lejos de las mujeres de su familia, lejos de las miradas críticas de la sociedad.
Entró en el salón principal y se dirigió directamente al bar. El silencio entre los caballeros presentes solo se interrumpía por el tintinear de las copas y murmullos apagados. No quería conversación. Pidió un brandy y se dejó caer en uno de los sofás de cuero oscuro, masajeándose las sienes. Fue entonces cuando una voz cortante rompió la tranquila atmósfera del club.
— Su Gracia.
El Duque continuó girando el brandy en el vaso, sin mirarlo. Cuando finalmente alzó el rostro, el frío en sus ojos era una advertencia silenciosa.
Whitaker estaba frente a él.
Sabía exactamente dónde encontrar al Duque de Cavendish. No había sido difícil anticipar sus acciones. Al fin y al cabo, él mismo lo había provocado. Había redactado aquella carta anónima con precisión calculada, sabiendo que el orgullo del Duque no le permitiría ignorarla. Y, para asegurarse de saber el momento justo para actuar, había pagado generosamente a uno de los criados de Lady Penélope.
— Si el Duque viene a Londres, quiero ser el primero en saberlo.
Y así fue. Pocas horas después de la llegada de Cavendish, la información ya le había sido entregada. Ahora, solo quedaba terminar lo que había comenzado.
— Lord Whitaker.
El Duque no se movió, pero la frialdad en su voz era clara. Whitaker se acercó y se sentó sin esperar invitación.
— Creo que tenemos un asunto pendiente.
El Duque apoyó el vaso sobre la mesa frente a sí con más fuerza de la necesaria.
— Si ha venido a lamentarse por el fracaso de este compromiso, ahórremelo.
Whitaker se recostó, los dedos deslizándose lentamente por el borde de su propio vaso.
— No he venido a lamentarme. — Su voz era baja, casi cortante. — He venido a saber si todavía tiene la determinación y el poder que el mundo le atribuye… o si, en realidad, la influencia de Lady Penélope lo hizo recular con el rabo entre las piernas.
El insulto quedó flotando en el aire. El Duque endureció el gesto, pero no respondió de inmediato. En su lugar, analizó al hombre que tenía frente a sí. Whitaker no estaba furioso. Estaba evaluándolo. Como si él mismo fuera una marioneta.
— Si cree que puede hablarme de esa forma, Whitaker, entonces no me conoce.
Whitaker sonrió, pero en su mirada no había rastro de humor.
— Entonces demuéstrelo. Demuestre que aún controla a su propia hija.
El Duque apoyó las manos en los brazos del sillón, sintiendo la amenaza contenida en aquella afirmación.
Mi propia hija. ¿Lilian era una posesión?
Era su responsabilidad, sí, pero… ¿pero...?
Entrecerró los ojos, analizando cada palabra de Whitaker. Su tono no era el de un hombre que intentaba recuperar la confianza de su futuro suegro. Era el de un hombre que exigía obediencia. Y Cavendish no obedecía a nadie.
Chasqueó lentamente los dedos sobre el brazo del sillón, un gesto casi imperceptible, pero que siempre hacía cuando algo no le agradaba.
— Me habla como si creyera tener algún poder sobre mí, Whitaker.
El silencio entre ambos se volvió denso. Whitaker se inclinó hacia adelante, tamborileando los dedos sobre el apoyabrazos.
— Solo le recuerdo que este compromiso fue una decisión suya. Sería lamentable que perdiera el control de lo que comenzó.
El Duque sintió un malestar inesperado.
¿Aquello era una amenaza? No, Whitaker no sería tan imprudente. Pero el tono, la elección de palabras… había algo mal. Algo que aún no había comprendido.
— Mi decisión sigue siendo mía. — El Duque se levantó, dejando claro que no quería prolongar aquella conversación. — Y no será un oportunista cualquiera quien me diga cómo debo gobernar mi casa.
Whitaker permaneció sentado un instante más, luego también se levantó, poniéndose los guantes con una sonrisa forzada.
— Entonces espero que tome la decisión correcta, Su Gracia.
El Duque no respondió. Pero lo observó mientras salía del club, dejando tras de sí una estela de tensión en el aire. Cuando pasó junto a los criados del club, uno de ellos desvió la mirada e hizo una reverencia, como si ya supiera que ese hombre estaba acostumbrado a mandar.
El Duque notó el gesto, y un escalofrío lo recorrió.
Cuando volvió a sentarse, permaneció mucho tiempo inmóvil, la mirada perdida en la superficie pulida del brandy que giraba lentamente en el vaso.
Por primera vez, Theodore Cavendish no pensaba en Sinclair.
Pensaba en Whitaker.
Y por primera vez… no le gustaba lo que veía.




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