Vientos de Pasión - Versión española

Episodio 3

El amanecer desvelaba las formaciones rocosas que protegían el pequeño puerto, siluetas grises que emergían de las sombras de la noche. El barco de Gabriel se deslizaba por las aguas como un espectro, silencioso y no bienvenido. Ese lugar nunca había sido un hogar. "Aquella tierra guardaba rostros que él intentaba olvidar. Lazos que ya deberían estar muertos. Pero las piedras de la costa tenían memoria." Y sabía que, en el fondo, nunca se había ido del todo.

El viento salado le erizaba la piel, pero no era el frío lo que le molestaba. Era la sensación de que, al pisar esa tierra, algo dentro de él se rompería para siempre. Permaneció junto a la barandilla, la mirada perdida.

Ese puerto no le era desconocido. Había vuelto allí esporádicamente, siempre como una sombra entre sombras, un fantasma sin rostro. "Nunca se había atrevido a acercarse a su familia o a Lilian. Había cosas que prefería dejar enterradas. Lilian. Su nombre flotaba en su mente como una cicatriz mal cerrada. ¿Qué derecho tenía él a pensar en ella ahora? Ella pertenecía a otro mundo. Un mundo limpio, donde un hombre como él no debía atreverse a entrar. Pero ahora... ahora ya no era una sombra. Esta vez, no había venido para desaparecer en la noche. Había venido para quedarse."

Sintió pasos detrás de él. Uno de sus hombres se acercó, ajustándose el sombrero antes de comentar en un tono despreocupado:

"Nunca pensé que volvería a estas aguas, Capitán." El marinero se rascó la barba, lanzando una mirada al puerto. "Después del Caribe, pensé que nunca volveríamos a pisar tierras inglesas."

Gabriel permaneció en silencio, los ojos fijos en el horizonte. "No siempre elegimos hacia dónde nos lleva el viento."

El hombre soltó una carcajada áspera. "Pues sí. Pero este viento ya lo ha llevado bien lejos. De contrabandista a corsario del rey… No todos suben tan rápido."

Gabriel solo sonrió de lado, sin confirmar ni negar. El éxito tenía un precio. El suyo había sido pagado con sangre y silencio.

Sus dedos se deslizaron discretamente por el interior del abrigo hasta el pequeño anillo de sello, sintiendo el relieve del escudo. Un conde. Un hombre con tierras y títulos... pero sin un verdadero hogar.

La confianza del rey le había traído muchas cosas. Misiones secretas, influencia en la corte, una fortuna que la mayoría de los hombres nunca soñaría poseer. Pero también lo había dejado atrapado en un juego donde los rostros eran máscaras y nadie era lo que aparentaba ser. "El futuro de la corona puede depender de esto, Sinclair." La voz del rey resonó en su mente, tan clara como la última vez que la había oído. "Necesito a alguien que pueda desenmascararlos. Nadie sabe quién eres."

Gabriel inspiró profundamente, apartando el pensamiento. "No mires atrás. No pienses. No sientas." Esa era la regla. Pero allí, con el olor de la costa y la sombra de los acantilados a lo lejos, todo lo que había sido amenazaba con emerger. Y no sabía si sería capaz de hundirlo de nuevo. Lucien D’Anjou existía donde Gabriel Sinclair había muerto. Durante años, así se había presentado al mundo. Un hombre sin pasado. Sin lazos. Sin raíces. Solo con propósito.

Pero mientras observaba la línea de la costa, una peligrosa verdad se instalaba en su pecho. Hoy, no era Lucien quien regresaba a Inglaterra. Era Gabriel. Y eso… eso era un riesgo que no podía ignorar.

"Capitán, nos estamos preparando para echar el ancla," anunció el primer oficial. Gabriel se giró, con una expresión impasible. "Preparen a la tripulación y verifiquen la profundidad. Quiero todo listo para anclar en cuanto nos acerquemos."

El hombre asintió y se retiró rápidamente. Gabriel volvió a mirar el horizonte y respiró hondo. Mañana, estaría de nuevo en tierra firme. Pero este regreso no era casual. El nombre de Cavendish había surgido en los rumores que había oído, acompañado de insinuaciones sombrías. Secretos mal enterrados, conspiraciones susurradas en tabernas oscuras.

Gabriel cerró los ojos. El pasado nunca se había ido. Solo había esperado el momento adecuado para arrastrarlo de nuevo.

***

Cuando el barco ancló, la luz del amanecer empezaba a iluminar el pequeño puerto. Gabriel bajó a la cubierta inferior para prepararse. Eligió ropa que reflejara el papel que tendría que desempeñar en tierra firme: un comerciante respetable, de modales refinados e intenciones bien definidas. En cuanto pisó el muelle, el olor a sal y pescado fresco invadió sus sentidos. El bullicio en la aldea era familiar —ruidoso y caótico—, pero los rostros eran desconocidos.

Caminando por las estrechas calles de la aldea, el ala ancha de su sombrero cubría parcialmente el rostro de Gabriel. Sus pasos firmes resonaban contra las piedras irregulares mientras mantenía un ritmo constante, el abrigo balanceándose con el movimiento de su cuerpo. Pasó frente a tiendas atestadas y pescadores descargando pescado fresco, pero permaneció ajeno al desorden que lo rodeaba.

Cuando se detuvo junto a una esquina más aislada, un chico delgado se le acercó rápidamente, su mirada inquieta recorriendo la calle como si temiera ser seguido. "Señor", dijo en un susurro apresurado, extendiendo un trozo de papel arrugado. Sin embargo, antes de entregarlo, su mirada se detuvo en el cuello de Gabriel y tragó saliva. "Me dijeron que era importante… que solo lo entregara si usted llevaba un medallón."

Gabriel tiró ligeramente del medallón, dejando que la luz de la mañana iluminara el metal frío. El símbolo grabado era discreto, pero preciso, una marca de identidad que pocos reconocerían. El chico vaciló por un momento antes de soltar un suspiro de alivio, como si aquel pequeño fragmento de metal cargara con el peso de una promesa antigua. Al verlo, el chico se relajó y extendió el mensaje con más seguridad.




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