En la mansión, Lilian estaba en la biblioteca. El cielo despejado permitía que la suave luz de la mañana entrara por las ventanas altas, pero el calor del día hacía que el aire se sintiera denso, como si las antiguas paredes de la casa atraparan cada suspiro y cada recuerdo. Sentada junto a la gran mesa de madera, sus dedos jugaban con la cinta de su vestido mientras su mirada vagaba más allá de la ventana. La tranquilidad de esa mañana parecía extrañamente inquietante, como si el silencio guardara secretos a la espera de ser revelados.
La luz del sol que atravesaba los cristales le hacía recordar días lejanos, cuando el calor era una excusa para buscar sombra e inventar aventuras fuera de casa, con Gabriel y Clara a su lado.
“Lady Lilian”, llamó Clara, entrando con una bandeja de té. La puerta se cerró suavemente tras ella, asegurándoles la privacidad que compartían desde niñas. “Tienes la misma mirada de cuando eras pequeña, perdida en tus propios pensamientos.”
Lilian sonrió levemente, una sonrisa que solo Clara reconocía como genuina. “Y tú tienes la misma habilidad para leerme la mente. Solo estaba recordando cómo era todo antes, cómo era tan fácil ser feliz.” Respondió, con un tono cómplice.
Clara dejó la bandeja sobre la mesa y se sentó a su lado. “Me imagino que estás pensando en él,” dijo, en un tono igual de cómplice.
Lilian soltó una pequeña risa. “Sí, es cierto. Pero no en el Gabriel de ahora… si es que todavía existe,” dijo, apoyando el mentón en la mano. “Recuerdo al chico que conocí. Ese que se creía invencible, que siempre tenía un plan descabellado…” Lilian se detuvo, sus dedos deslizándose por el borde de la taza, perdida por un momento en sus recuerdos. “Casi puedo oírlo gritar que era nuestro capitán cuando nos hacía cruzar el bosque.”
Clara se inclinó ligeramente, con una sonrisa traviesa en el rostro. “Era especial, eso está claro. ¿No crees que solo estás idealizando a ese niño travieso de botas sucias?”
Lilian dudó, mordiéndose levemente el labio antes de responder. “¿Idealizar? Clara, pasaba la mitad del tiempo tratando de impresionarnos con acrobacias torpes y la otra mitad huyendo de regaños. No había nada romántico en eso.”
Clara soltó una carcajada. “Quería impresionarte a ti. Lo recuerdo perfectamente.”
Lilian negó con la cabeza, riendo. “No digas eso, éramos solo niños. Además, él era tan testarudo. Nunca se rendía, incluso cuando debía hacerlo.”
“Parece que esa terquedad sigue siendo un rasgo de ambos,” murmuró Clara con un brillo divertido en los ojos. “Recuerdo esos días. Parecían tan simples, ¿no?”
Lilian se recostó en la silla, pensativa. “Tal vez. No es que viva anclada al pasado. Los recuerdos de Gabriel son agradables… pero solo eso: recuerdos.” Hizo una pausa, su mirada perdiéndose momentáneamente. Las palabras sonaban más firmes de lo que en realidad sentía. Era más fácil convencer a Clara que convencerse a sí misma. Porque, en el fondo, una parte de ella todavía quería creer que Gabriel no la había olvidado. “Me pregunto dónde estará ahora. Si se acuerda de nosotras, o siquiera de Cavendish.”
Clara desvió la mirada, jugueteando distraídamente con el bordado de su delantal. Cuando sus dedos rozaron un collar sencillo pero con un delicado medallón, el brillo del metal captó la atención de Lilian por un instante. Era un detalle pequeño, pero algo en la forma en que Clara lo sujetaba, como si fuera una parte de sí misma, hizo que Lilian se detuviera. Sentía que había algo ahí, algo que no sabía, pero que quizás debería preguntar.
Clara, dándose cuenta de la mirada de Lilian, bajó ligeramente la cabeza, como si fuera un objeto muy personal. “Es solo un regalo que me dijeron que mi madre me dio,” dijo ella, con una sonrisa un poco forzada. Lilian no preguntó más, pero el gesto llamó su atención. El collar parecía ocultar más de lo que Clara estaba dispuesta a compartir.
Clara sintió cómo el calor de los recuerdos invadía su mente. Guardaba el secreto del contacto con Gabriel, pero no sabía cómo compartirlo. Sin embargo, en ese momento, hablar de ello no cambiaría nada. O, al menos, eso era lo que quería creer.
“Él debe acordarse de nosotras, de algún modo,” dijo Clara, con una sonrisa discreta. “Estoy segura de ello.”
Lilian suspiró, su rostro suavizándose. “Recordarnos no cambia el presente. Gabriel forma parte del pasado, Clara. Y quizás sea mejor así.”
“Si tú lo dices,” murmuró Clara. Pero, por la forma en que miraba al suelo, parecía estar tratando de convencerse de ello también.
La conversación terminó ahí. Mientras Clara salía de la sala, una duda persistente invadió su mente. “¿Hasta cuándo podría mantener ese secreto?”