Vientos de Pasión - Versión española

Episode 10

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El viento soplaba suavemente entre los árboles, trayendo consigo el aroma fresco de pino y hojas nuevas. Lilian, montada en su yegua blanca, se dejaba mecer por el sonido tranquilo de la naturaleza. Era allí, entre los altos troncos y la luz que se filtraba delicadamente entre las hojas, donde encontraba refugio siempre que el mundo amenazaba con derrumbarse.

Se inclinó ligeramente para acariciar el cuello del caballo, la mente absorta en recuerdos de la infancia. Había olvidado lo reconfortante que podía ser aquel lugar... hasta que oyó el sonido de pasos sobre las hojas secas del suelo. Se volvió hacia el ruido.

“¿No me digas que ahora tienes miedo del bosque, Lilian?” dijo una voz grave con tono irónico.

El corazón de ella dio un salto al reconocer la figura alta y relajada que emergía de las sombras de los árboles. Gabriel estaba de pie, con las manos en los bolsillos, la camisa blanca abierta lo justo para dejar ver parte del pecho bronceado. La sonrisa que adornaba sus labios era una mezcla de provocación y desafío.

Lilian apretó las riendas del caballo, inclinando la cabeza con gesto altivo. “No es miedo, Gabriel. Es prudencia. Al fin y al cabo, nunca se sabe qué tipo de peligros pueden aparecer en un bosque.”

Gabriel dio unos pasos en su dirección. “¿Peligros, dices? Bueno, tienes razón. Pero yo diría que el mayor peligro aquí eres tú.”

Lilian se rió, aunque intentó disimular la sonrisa. “Tan presuntuoso como siempre. ¿De verdad crees que puedes impresionarme con ese tipo de charla?”

Gabriel fingió estar ofendido, llevándose una mano al pecho. “¿Impresionarte? Jamás, Lady Cavendish. Sería una tarea imposible. Pero admítelo: echabas de menos que alguien te diga las verdades.”

Ella alzó las cejas, inclinándose ligeramente en la silla. “¿Y qué tipo de ‘verdades’ crees que deberían decirme?”

Él se acercó aún más, deteniéndose junto al caballo, con una mirada maliciosa. “Por ejemplo, que tu aire altivo no engaña a nadie. Sigues siendo la misma niña que solía correr detrás de mí en este mismo bosque... aunque hoy intentes parecer toda una dama.”

Lilian bajó del caballo, moviéndose con una elegancia deliberada. “Y tú sigues siendo el mismo chico engreído que creía poder ganar todas las carreras.”

Gabriel se inclinó ligeramente hacia ella, una sonrisa traviesa bailando en sus labios. “¿Y no fui yo quien ganó?”

Lilian dio un paso más cerca, sus ojos verdes reflejando el desafío en la mirada de él. “Sólo porque te dejé ganar.”

“¿Me dejaste?” repitió él, inclinándose aún más hasta que su rostro quedó casi al nivel del de ella. “Creo que prefieres pensar eso para no herir tu orgullo.”

Lilian cruzó los brazos, pero la sonrisa en sus labios traicionaba su intento de mantenerse seria. “Si quieres, puedo demostrarte que tengo razón. Una carrera hasta aquel roble,” dijo, señalando un árbol a lo lejos. “Como solíamos hacer antes.”

“Testaruda como siempre,” provocó Gabriel, observando cómo Lilian apartaba un mechón rebelde de su mejilla enrojecida.

“Y tú, igual de insoportable,” replicó ella, pero sin veneno en las palabras, solo algo más suave, casi… nostálgico.

Por un momento, ninguno de los dos se movió. Gabriel extendió la mano, sus dedos rozando los de ella como guiados por la memoria muscular. Lilian se quedó inmóvil. El calor de su toque, tan inesperado, le recorrió el cuerpo como un rayo. Ya no era una niña, y él ya no era el chico imprudente que un día la retó a trepar árboles.

“Has cambiado,” murmuró él, el pulgar acariciando levemente el dorso de su mano.

Lilian retiró los dedos abruptamente, sacudiendo la cabeza como si quisiera alejar aquellos pensamientos.

“Y tú también.”

Un silencio cargado se instaló entre ellos antes de que Gabriel soltara una risa corta, mirando hacia el roble.

“Entonces... ¿de verdad me estabas desafiando?”

Lilian inclinó un poco la cabeza, sonriendo con picardía. “Tal vez,” dijo, la voz ligera, llena de desafío. “¿O tienes miedo de perder?”

Él volvió a reír, ya desabrochando los puños de la camisa y remangándose.

“¿Miedo? No conozco esa palabra.”

“Entonces prepárate,” respondió ella, colocándose en posición para correr. “Al fin y al cabo, no quiero que me acuses de darte ventaja.”

“Como si la necesitara,” murmuró él, alineándose a su lado. “Apuesto a que aún puedo ganarte... sin esfuerzo.”

Lilian lo miró por unos segundos antes de gritar: “¡Ya!”

Salió disparada en dirección al roble antes de que él pudiera reaccionar por completo, el sonido de su risa resonando por el bosque. Gabriel tardó un segundo en arrancar tras ella, riéndose por el pequeño truco.

Cuando llegaron al árbol, ambos estaban sin aliento, pero Lilian fue la primera en llegar, con las manos apoyadas en el tronco y una sonrisa triunfal en el rostro. Abrió la boca para provocarlo, pero las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta cuando Gabriel apoyó la mano en el árbol, cerrando el espacio entre ellos. El calor de su cuerpo contrastaba con la frescura de la madera contra su espalda. Su perfume, una mezcla de mar, cuero y algo más indefinible, la envolvió, dificultándole respirar con normalidad. Finalmente logró decir:

“Parece que tus días de gloria han terminado...”

“O tal vez te dejé ganar esta vez... por nostalgia,” respondió él, la voz baja y ronca.

Su corazón latía más rápido, demasiado rápido. Él estaba demasiado cerca. Pero, extrañamente, no se apartó. Soltó una risa, inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado. “Eres imposible.”

“Lo sé,” respondió él, con una calma que contrastaba con el esfuerzo de la carrera. “Pero lo admito: no hay nada como verte así... sonriendo como antes.”

Lilian se enderezó, sorprendida por sus palabras. Por un instante, el viento trajo su aroma, esa mezcla de mar, cuero y algo indefinible que le hizo contener el aliento. Tragó en seco, obligándose a recuperar el control. “No te acostumbres,” murmuró, antes de agacharse y pasar por debajo de su brazo, dirigiéndose hacia el caballo.




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