Vientos de Pasión - Versión española

Episode 22

Mientras Lilian se encerraba en su cuarto, consumida por pensamientos confusos y emociones en conflicto, Gabriel tampoco lograba encontrar descanso. El beso que habían compartido volvía a su mente como una marea incesante —imposible de ignorar.

Cuando por fin alcanzó los límites de su propiedad, divisó la silueta de un jinete al trote ligero por el terreno. No tardó en reconocer a Damien, que parecía tan cómodo en la silla como Gabriel se sentía en la cubierta de un barco.

—No sabía que te levantabas tan temprano —dijo Damien al acercarse. Su voz era relajada, pero la mirada delataba curiosidad.

Gabriel soltó una leve risa, extendiendo la mano para acariciar el hocico del caballo.

—Los hábitos del mar no me abandonan tan fácilmente.

Damien inclinó ligeramente la cabeza, examinando el rostro de su amigo.

—O quizá haya otro motivo para que madrugues. Algo que te haya robado el sueño… o alguien.

Gabriel le lanzó una mirada breve, pero no lo negó.

—Digamos que hay asuntos que requieren mi atención.

—Asuntos delicados, imagino —comentó Damien, bajando del caballo con la naturalidad de quien monta desde siempre. Sujetó las riendas con una mano y caminó al lado de Gabriel sin insistir. En lugar de eso, le dio una palmada en el hombro.

—Vamos… vayamos a desayunar.

Juntos se dirigieron a la casa. Al llegar, fueron recibidos por el aroma de pan recién hecho y café recién preparado, mientras se encaminaban al comedor y se sentaban.

Damien cortó una rebanada de pan y lanzó una mirada a su amigo.

—¿Entonces? ¿Salió como esperabas? —preguntó mientras se servía café.

Gabriel no respondió. Solo tomó el pan, lo partió en dos mitades desiguales, y dejó una sobre la mesa.

—¿Y?

—Ella vino —dijo Gabriel, sin levantar la vista.

Damien removió el café con lentitud.

—¿Y fuiste imprudente?

—Fui honesto.

—Lo que, en tu caso, es prácticamente lo mismo.

Gabriel esbozó una leve sonrisa.

—No me arrepiento.

Damien dejó la cuchara sobre el plato, inclinándose un poco hacia adelante.

—¿Y ella?

—Dijo que necesitaba tiempo —respondió, sin rodeos.

Damien asintió despacio, como si ya lo esperara.

—El tiempo puede ser un aliado… o no.

—En este caso, espero que sea el valor el que tome forma —murmuró Gabriel.

Silencio.

—Enfrentaste a Whitaker ayer.

—Era inevitable.

—Tal vez. Pero él no está acostumbrado a que le enseñen los dientes.

Gabriel levantó la mirada, llevó la taza a los labios. La tensión en su mandíbula era casi imperceptible, pero para Damien, era suficiente.

—Él amenazó. Y yo respondí. Por ahora, basta.

Damien alzó los ojos hacia él. Esta vez no había ironía en su voz, ni provocación.

—¿Y estás preparado para eso?

Gabriel tardó en responder. Luego, simplemente dijo:

—Estoy preparado para luchar. No para rendirme.

Damien se recostó, mirando por la ventana. La luz de la mañana incidía sobre las hojas afuera, que danzaban levemente con el viento.

—No sé si eres un tonto o un hombre verdaderamente valiente, Gabriel.

Gabriel lo miró por un largo momento y pasó los dedos por el cabello, como si intentara disipar una niebla persistente.

—Quizás las dos cosas.

Damien lo observó en silencio por un instante, y alzó su taza.

—Sea cual sea el desenlace, Gabriel… ya no eres el mismo hombre que llegó a esta casa hace unas semanas.

—¿Y eso te molesta?

Damien sonrió.

—Ni un poco. Pero sugiere que tal vez ha llegado el momento de empezar a temer por ti.

Gabriel lo enfrentó, con la mirada clara, pero densa.

—Quizás este sea el momento en que más valor necesito. No para luchar… sino para esperar.

—¿Y ella? ¿Crees que ha cambiado mucho?

—Sí. Y no —respondió Gabriel, bajando la mirada hacia la taza entre sus manos—. Está más fuerte. Pero… hay momentos en los que me parece ver en ella a la chica que dejé atrás. Cuando respira hondo antes de responder. Cuando se muerde el labio porque quiere decir más de lo que puede.

Damien soltó un suspiro discreto.

—Aún no puedo creer que viniste hasta aquí con una misión secreta y acabaste enredado con una mujer.

Gabriel alzó la mirada.

—Ella no es una distracción. Ni una debilidad. Es la razón por la que todo esto importa.

Damien guardó silencio. Partió el pan con las manos, los gestos automáticos.




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