Vientos de Pasión - Versión española

Episode 27

La mañana aún estaba fresca cuando Gabriel y Damien terminaron de preparar las maletas para el viaje a Londres. El sol iluminaba la entrada de la propiedad, donde los sirvientes se encargaban de cargar los últimos baúles en la carroza. Gabriel ajustaba los puños de su camisa, distraído. Sus ojos recorrían la línea del horizonte, pero su mente ya estaba a muchos kilómetros de allí.

Damien apareció a su lado, las manos en los bolsillos y una sonrisa danzando en sus labios.
"Sabes que te van a reconocer, ¿verdad?" —dijo—. "Londres tiene memoria larga. Y los chismes, aún más rápidos."

Gabriel sonrió sin girar el rostro.
"Con suerte, solo recordarán las buenas cenas y las malas decisiones."

Damien soltó una breve carcajada.
"Ah, aquellas noches en las que casi te expulsan de tres círculos sociales en un mismo mes. Buenos tiempos. Todavía me pregunto cómo es que la Condesa de Dunsworth nunca te envenenó."

"Tal vez porque fui el único que bailó con ella, incluso después de que colgaran su retrato en el carruaje de los criados."

Damien fingió pesar.
"Siempre supiste mezclar la desgracia con el caballerismo. Es un talento raro."

Gabriel dio un paso hacia la carroza, pero se detuvo por un instante.
"Londres parece más distante ahora que cuando la dejé. Como si hubiera crecido sin que yo lo notara."

Damien se encogió de hombros.
"Creció. En arrogancia, al menos. Pero todavía tiene espacio para sorpresas. Y para luchas que valen la pena" —añadió, con una mirada más seria.

Gabriel asintió lentamente.
"Eso es lo que espero. Una lucha justa. Una oportunidad para hacer las cosas de otro modo."

Damien lo observó un momento.
"Nunca te había visto tan decidido. Ni siquiera cuando te retaron a aquel duelo a las tres de la mañana por una apuesta ridícula."

"Esa apuesta ni siquiera era mía."

"Pero fuiste tú quien azotó la puerta del club y se llevó el caballo equivocado a casa."

Gabriel finalmente subió a la carroza. Damien lo siguió con una sonrisa.
"Vamos, a redimir al viejo Gabriel. Y a tratar de no provocar ningún escándalo."

"Haré lo que sea necesario. Incluso mantener el decoro" —respondió Gabriel.

El cochero hizo chasquear las riendas y la carroza se puso en marcha. A sus espaldas, el patio caía de nuevo en silencio, como si la casa, por ahora, se preparara para guardar secretos.

Por delante, Londres esperaba. Y con ella, todo lo que aún estaba por resolverse.

La imponente fachada de la casa de Damien reflejaba el prestigio que su nombre ostentaba en la sociedad, con su arquitectura elegante y un pequeño jardín bien cuidado flanqueando la entrada principal. En cuanto la carroza se detuvo, el mayordomo abrió la puerta y se inclinó respetuosamente.

"Milord" —saludó Mortimer, con voz serena y firme—. "Bienvenido a casa. ¿Y su invitado?"

"Este es el Conde Sinclair" —respondió Damien, bajando de la carroza con una sonrisa—. "Asegúrese de que lo traten bien."

El mayordomo se volvió hacia Gabriel con una ligera reverencia.
"Conde Sinclair, espero que encuentre todo a su agrado. Llamaré a una criada para que lo acompañe a sus aposentos."

Poco después, una joven criada apareció e hizo una reverencia discreta.
"Sígame, milord, por favor."

Gabriel asintió con la cabeza y la siguió por el pasillo principal, que exhalaba un equilibrio perfecto entre elegancia y sobriedad. Las arañas de cristal iluminaban el espacio con suavidad, y los muebles refinados de madera oscura estaban complementados por tapices discretos, que otorgaban al ambiente un aire acogedor sin excesos.

Mientras Gabriel subía las escaleras, Damien le llamó:
"Tómate tu tiempo para instalarte. Luego encuéntrame en el despacho —la tercera puerta después del vestíbulo. Necesitamos hablar."

Gabriel asintió, siguiendo a la criada hasta la habitación, donde su equipaje ya estaba siendo descargado. El aposento era amplio y cómodo, con una cama con dosel adornada con telas de calidad y un pequeño tocador junto a la ventana. Un sirviente comenzó a colocar sus pertenencias con eficacia, mientras Gabriel se lavaba el rostro y se cambiaba de camisa.

Después de refrescarse, Gabriel bajó nuevamente y se dirigió al despacho de Damien. Al entrar, notó de inmediato el contraste entre el ambiente funcional del lugar y la sofisticación del resto de la casa. Mapas detallados decoraban una de las paredes, mientras una gran mesa de caoba estaba cubierta de documentos, un tintero de plata y un globo terráqueo.

Damien, recostado en un sillón junto a la chimenea, alzó la mirada al ver a Gabriel entrar.
"Espero que te hayas instalado bien" —dijo en tono relajado, mientras dejaba una copa de vino en una mesa lateral.

"Perfectamente" —respondió Gabriel, sentándose en la silla frente a la mesa de Damien—. "¿Ya has preparado algo?"

Damien esbozó una sonrisa.
"Lo esencial. Envié una carta a Lady Penélope. Le pedí que recibiera a un amigo mío para tomar el té. Si la conozco bien, no podrá resistir la curiosidad."

Gabriel asintió, sus labios curvándose en una leve sonrisa.
"Espero que tu confianza en ella esté bien fundada."

Damien se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
"Confía en mí, Gabriel. Lady Penélope es todo menos predecible, pero quiere lo mejor para Lilian. Solo tienes que asegurarte de causarle una buena impresión."




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