Vínculo Arcano

La verdad oculta

En el reino de Crimson Mirage, donde los muros carmesí se alzaban orgullosos bajo el sol poniente, residían sus monarcas, el rey Nikolai Stonenhaven, de mirada astuta y porte regio, y su consorte, la reina Genevieve, cuyo semblante irradiaba una calidez tan acogedora como los fuegos del hogar. Aquel día, los reyes de Aethelgard habían llegado como huéspedes, trayendo consigo la promesa de conversaciones trascendentales.

—¡Sterling, Aurora! —exclamó la reina Genevieve, su voz melodiosa llenando el salón con una alegría sincera.

El rey Nikolai, con una inclinación de cabeza que denotaba respeto, añadió: —Es un verdadero placer tenerlos entre nosotros.

La reina Aurora Moonflare, con la serenidad que la caracterizaba, respondió con una sonrisa dulce: —Lo mismo decimos, queridos amigos.

Sin embargo, en contraste con la cordialidad del encuentro, el rey Sterling permanecía inusualmente absorto en sus pensamientos, su mirada fija en un punto invisible en el tapiz de la pared, como si lidiara con el peso de una revelación inminente.

—¿Te sucede algo, Sterling? —inquirió Nikolai, su tono denotando una preocupación genuina.

El rey de Aethelgard levantó la vista, sus ojos grises velados por la inquietud. —Han llegado los reyes de Eldoria —reveló con un tono grave—. Han estado en nuestros dominios durante toda la semana pasada... desean fervientemente una unión entre nuestros reinos. —Explicó el monarca rubio, la magnitud de sus palabras flotando en el aire.

—¿Una unión entre los reinos? —preguntó la reina Genevieve, su incredulidad reflejada en el suave eco de su voz.

—Sí, y eso no es todo —prosiguió Aurora, su semblante ahora teñido de una seriedad inusual—. Los reyes de Valoria también vienen en camino. Su llegada se espera para esta misma tarde... su propósito es forjar un tratado diplomático que abarque a los cuatro reinos.

Un silencio denso se instaló en la estancia, palpable como una sombra. Para los reyes de Crimson Mirage, la súbita propuesta de unir cuatro coronas, especialmente considerando la naturaleza reservada de Valoria y Eldoria, resultaba desconcertante, sembrando una semilla de incertidumbre en sus corazones.

Antes de que pudieran articular sus interrogantes, una pequeña figura rubia irrumpió en la habitación, su manita entrelazada con la de un niño de cabello azabache. Tras ellos, con pasos tranquilos, ingresaron dos adultos de cabello oscuro, sus expresiones serias pero amables.

—¡Mami, papi! ¡Tía Eve, tío Nik! —saludó la niña con entusiasmo desbordante—. Ya les mostré una parte del castillo a los reyes Phillip e Iris Firestorm —anunció Adelaida con un orgullo infantil que enternecía los corazones—. ¡Tía! —llamó nuevamente, señalando a su acompañante—, él es mi nuevo amigo Killian.

El pequeño Killian, con una formalidad adorable, ofreció una pequeña reverencia. —Mucho gusto, sus majestades.

—¡Mucho gusto! —respondió Genevieve con una sonrisa maternal.

Al unísono, los reyes de Eldoria ofrecieron sus propios saludos: —Mis más grandes respetos a sus majestades. Es un placer verlos de nuevo.

—El placer es todo nuestro —respondieron los reyes de Crimson Reach, sus miradas curiosas hacia los recién llegados.

—¡Papi, papi! —llamó una niña de ojos verdes brillantes, tirando suavemente de la capa de su padre.

—Dime, princesa —respondió el rey Phillip con una dulzura paternal.

—¿Puedo ir a jugar con Killian y Rhiannon? Acuérdate que no se conocen y tengo que presentarlos —explicó la pequeña de ojos esmeralda con una determinación encantadora.

—Claro que sí mi amor —aprobó su padre con una sonrisa indulgente.

—Rhiannon se encuentra en el jardín, pequeña —informó el rey Nikolai, su voz suave.

—Bien, vamos, Killian —dijo Adelaida, tomando la mano de su nuevo amigo y comenzando a correr—. ¡Rhiannon, allá vamos! —fue lo último que se escuchó de las voces infantiles mientras se desvanecían por los pasillos.

Una vez que los niños se hubieron marchado, los tres pares de reyes tomaron asiento, la atmósfera ahora cargada de la inminencia de la conversación sobre la unión. Al caer la tarde, los reyes de Valoria hicieron su entrada, y se acordó posponer la discusión formal hasta después de la cena, cuando el castillo estuviera envuelto en el manto silencioso de la noche y los pequeños durmieran plácidamente.

Con los cuatro monarcas reunidos en la imponente sala de reuniones del castillo, iluminada por la suave luz de las velas, el tema central de la unión finalmente se puso sobre la mesa.

—Muy bien —comenzó el rey Nikolai, su voz firme pero cortés—, ahora que estamos todos presentes, hablemos de lo que nos concierne.

El rey Sterling, con su habitual franqueza, añadió: —Queremos que sean sinceros. ¿Cuál es el verdadero motivo detrás de esta propuesta de unión política? Estamos seguros de que trasciende los meros beneficios mutuos.

Las reinas de Valoria y Eldoria intercambiaron una mirada significativa, un ligero suspiro escapando de sus labios. Habían sido descubiertas.

—Bien... nos han descubierto —admitió el rey Phillip, su tono ahora más grave—. La razón de esta unión es mucho más trascendental que cualquier ventaja política; involucra directamente a nuestros hijos y al hechicero Nyxarion.

Al escuchar ese nombre, un escalofrío recorrió la sala. Los reyes de Crimson Mirage y Aethelgard se miraron con un temor tácito, el eco oscuro de la leyenda de Nyxarion resonando en sus mentes.

Nyxarion, el maligno hechicero, era una sombra viviente, un vestigio de la magia más oscura jamás desatada. Se decía que su piel parecía devorada por la penumbra, y sus ojos, pozos vacíos como el abismo, reflejaban el tormento de aquellos que habían sucumbido a su nefasta hechicería. Contaban las leyendas que había robado la luz de un reino entero, sumiendo sus tierras en una noche eterna y sin estrellas, donde los lamentos de los condenados aún se escuchaban en la brisa helada. Con un simple gesto, podía arrebatar el aliento de los vivos, transformándolos en espectros encadenados a su voluntad. No luchaba con furia ni pasión; su magia era fría, calculadora, una lenta agonía que corroía la voluntad y el alma. Aquellos que habían oído su nombre en los susurros del viento sabían que el miedo era una defensa inútil, porque Nyxarion siempre encuentra a su presa.




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