Vínculo Eterno.

⛧ CAPÍTULO 1 ⛧

⛧ ALEXANDER DARKWOOD ⛧

 

La rotura de la presa en un día torrencial fue la culpable de que tuviéramos que mudarnos a la otra punta del país, a un pequeño pueblo llamado Brookfield. Mi casa, junto con unas decenas más, habían dejado de existir. Todos nuestros años vividos, nuestros mejores momentos, todo cuánto habíamos creado, todo había desaparecido en una noche.

Llevábamos más de dos años viéndolo venir y el gobierno no hizo nada. Se quedaron sentados viendo cómo todo era destruido y cómo los que no quisieron abandonar sus hogares eran arrastrados por el agua y los escombros para reducirse a la nada. Hubo desaparecidos, muchos, y la mayoría no sobrevivió. Uno de ellos era mi abuelo que fue terriblemente cabezota y se empeñó en creer que el gobierno sí ayudaría, “tenía que hacerlo” era lo que decía. Ahora su cadáver se lo estarían comiendo los pájaros en algún lugar remoto entre el costado norte u oeste del país, junto a los demás desaparecidos de la zona.

Todos fuimos evacuados de nuestras casas por el inminente peligro en el que estábamos. La presa decidió caer dos días antes de lo previsto, aunque la mayoría ya estaba a salvo de ella. Por ello, ahora me encontraba sentada en el coche de mis padres que estaban aparcando frente a la que iba a ser nuestra casa supletoria. La casa donde se supone qué debíamos recrear bonitos momentos y recuerdos nuevos.

—Ariana—la voz de mi madre me bajó de las nubes y me hizo volver a tierra firme—. No te quedes ahí dentro y sal del coche a echarnos una mano.

Me quité los auriculares y lo guardé en mi mochila negra provisional donde llevaba el libro que estaba terminando de leer y los adhesivos para marcar mis frases favoritas. Me bajé colgándomela al hombro y eché un vistazo a la nueva casa.

Parecía que iba a caerse a pedazos. En el porche delantero parecía que había pasado un huracán y lo había desconchado todo, las barandillas colgaban hacia afuera en una inclinación que te hacía peligrar incluso al acercarte. La pintura estaba agrietada y algunas de las ventanas de la planta superior estaban rotas. Parecía la típica casa donde entrarías a hacer actos vandálicos. Y en efecto, el interior estaba completamente lleno de actos vandálicos. Había grafitis por cualquier lugar por el que mirases. La madera crujía bajo mis pies, había agujeros en las paredes y me entraron ganas de que se hiciera de noche para sacar mi tabla de la ouija, la que no tenía.

—Bueno, en cuanto pintemos y pongamos algunos muebles, todo quedará perfecto.

—Hay que hacer mucho más que pintar, mamá.—comenté.

Mi madre suspiró haciendo una mueca de frustración mientras miraba todo lo que había frente a nosotras y todo lo que nos quedaba de trabajo por delante.

—Voy a elegir mi habitación—le informé. Subí las escaleras y afortunadamente ninguno de los escalones crujieron.

La planta superior estaba bien iluminada y no quedaba ni un hueco de pared que no estuviera pintado con grafitis. Había una habitación demasiado grande de matrimonio con baño privado, un baño en la planta inferior y dos habitaciones más normales arriba cada una contando con su propio baño, imaginé que quien construyó la casa quería que cada persona tuviera su propia privacidad. Una tenía una ventana que daba a la casa vecina, otra a la parte delantera de la casa y otra al inmenso bosque que había detrás. Elegí esa por las vistas y porque era la más alejada de la habitación de matrimonio. Había veces que en la otra casa había deseado no estar tan cerca del cuarto de mis padres. Me repugnaba escucharles mientras hacían el amor sin poder hacer nada más que taparme los oídos con la almohada o ponerme mis adorables auriculares en la mayoría de los casos.

Miré la habitación y dejé caer mi mochila en el centro para acercarme mejor a la ventana. Ésta tenía un alféizar donde podría sentarme todas las noches a leer en el silencio o simplemente estar ahí mientras escuchaba música. Cogí el picaporte para abrir las ventanas y sentí una corriente eléctrica que me hizo cosquillear los dedos, no fue dolorosa más bien placentera. Abrí las hojas de la ventana y dejé pasar el aire. El olor de la naturaleza exterior me hizo sentir bien. Mi otra casa estaba en el centro de un círculo que estaba lleno de casas y casi nunca podía respirar la paz que se respiraba aquí. Entré al baño. Una ducha sucia, un espejo roto e incluso una caja de primeros auxilios. La abrí y vi que estaba lleno de productos de hospital. La cerré sin fijarme mucho en lo que había y volví al centro de la habitación.

—Ya veo que has elegido habitación—me giré hacia mi padre que traía mis dos maletas de ropa y las dejaba junto a la puerta—. Es bonita. ¿De qué color la vas a pintar? ¿Negra como tu alma?

—Ja. Ja. Muy gracioso.

Mi padre sonrió y se volvió a marchar por la puerta. Miré a mi alrededor y me di cuenta de un dibujo que habían pintado en una de las paredes. Era el retrato de un chico de más o menos mi edad. El dibujo ocupaba parte del centro de una de las paredes y era más o menos grande. Era un chico de cabellos morenos, de rasgos afilados y definidos. Su rostro estaba esculpido con una mandíbula fuerte y bien definida que le daba una apariencia decidida y segura. Sus pómulos destacaban, añadiendo un toque de elegancia a su apariencia. Sus ojos eran penetrantes y expresivos, revelando una mezcla intrigante de determinación y misterio. Una nariz prominente le daba un aire de nobleza, y sus labios, aunque delgados, mostraban una sonrisa ocasional que iluminaba su rostro. En resumen, era un joven con una belleza distintiva que atraía la atención y dejaba una impresión duradera.

Alargué mis dedos y acaricié la parte de la mejilla. Era un rostro hermoso y el dibujo era fabuloso.

Me pregunté si iría al mismo instituto en el que me había inscrito o si ya habría acabado los estudios. En ese momento unas letras junto al dibujo captaron mi atención. D.E.P. Descansa en Paz.




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