Mientras se rasca la cabeza una vez más esperando que sean las cinco de la tarde para ir a buscar su único deseo de estar satisfecho, Jamie Earles rebuscaba en sus bolsillos confirmando que tiene el dinero. Está emocionado, en un nivel que se consideraría como desesperación; ya no le brindaba la paz que antes tenía, ahora es indispensable para seguir adelante.
Al dar las cinco en punto el reloj, Jamie salió en el auto de sus padres y se dirigió hacía su escuela, Institución Educativa San Jose, varios pensamientos pasaron por cabeza. Un mes, faltaba un mes para poder irse de su hogar a la universidad de sus sueños, su frustración por las personas que veía a diario y la presión que ejercían sus padres sobre él lo llevaron a tomar las decisiones que lo hicieron el hombre que es hoy.
Al llegar, trató de estacionarse lo más lejos posible para que las cámaras no grabaran la placa, se puso su capucha y sus lentes de sol, estaba corriendo un gran riesgo, pero su adicción solo le permitía pensar en lo bien que le sienta consumirla. No usó la puerta principal, había empezado a oscurecer así que se fue por la entrada con menos luz. Vio los pasillos de su no muy grande escuela, lo cual permitía una entrega fácil y rápida, era normal que no hubiera nadie un domingo a las cinco de la tarde en una escuela, todo era perfecto. Llegó al aula de audiovisuales, pocos computadores y sólo dos proyectores integraban esta aula, no tenía el seguro puesto, entró sin ningún problema. La luz del bombillo estaba encendida indicando que ya había estado alguien ahí.
—Earles, llegaste a tiempo.
Jamie dio un pequeño brinco, se volteó y esbozó una sonrisa.
—Mierda, me asustaste, hombre. ¿Por qué me citaste aquí esta vez?
—Digamos que... Tengo una extraña sensación de nostalgia por la escuela que me vio crecer, y quise volver, pero necesitaba una excusa—. Su tono era relajado y tranquilo, miró varias veces el pasillo y la cámara del aula—. ¿Sabes? Realmente te cité aquí por otros motivos, pero eso lo hablaremos después.
—Sí, como sea. ¿Puedes entregarme lo que vine a comprar?
—Claro—. Sacó de su bolsillo un sobre. —Solo tengo una pregunta, ¿cómo es posible que el chico más inteligente de la clase consuma heroína, apenas tienes 18 años?—. Extendió su mano para entregarle el sobre.
Jamie lo recibió y sacó de su bolsillo el dinero.
—Solo me has entregado esto dos veces, no vamos a ser mejores amigos y ni te contaré mi vida. ¿qué pasó con el otro tipo que me vendía?
—Creo que lo eliminaron, no me preguntes cómo ni porqué. Solo quiero pedirte un favor.
Jamie miraba con felicidad el sobre, iba a estar en su momento de euforia de nuevo.
—¿Qué quieres? —. Lo miró extraño.
—¿Puedes probarla ahora? Solo quiero ver qué tal sabe esta, mismo proveedor, diferente mercancía.
Jamie notoriamente se cuestionó en su cabeza porqué le pediría eso, pero a su vez, solo podía pensar en lo feliz que le haría entre más rápido lo tuviera en su cuerpo.
Lo abrió como un niño pequeño abre un dulce, realizó una línea en una de las mesas y lo aspiró. Una sonrisa se marcó en su rostro, a diferencia de las veces anteriores esta vez el efecto estaba siendo un poco más rápido.
En cuestión de minutos empezó a sentir su cuerpo temblar, y unas pequeñas alucinaciones veían sus ojos, cada vez lo podía controlar menos.
—¿Qué me has dado? —. Le gritó a su vendedor, el cual empezó a reírse.
Una tercera persona apareció en la sala, alguien que las alucinaciones de Jamie no permitían diferenciar, ambos se estaban riendo mientras Jamie sentía su cuerpo desvanecerse. Se le acercó y sacó una navaja, mostrándosela a Jamie. El vendedor empezó a preocuparse, ¿qué estaba a punto de hacer?
Empezó a deslizar la navaja por el brazo de Jamie finalizando en su antebrazo, agarrándolo con firmeza mientras su cuerpo seguía temblando y una sustancia blanca salía de la boca y nariz de este. En medio de su ataque pudo sentir cono la navaja se introdujo en su antebrazo y abría su piel cada vez más, la sangre fluía fuera de sus brazos.
—¿Qué mierda estás haciendo? —. Gritaba el vendedor mientras era testigo de un asesinato a sangre fría.
En el otro brazo, la muñeca de Jamie también fue cortada, dejando salir mucha sangre.
A medida que avanzaba el atroz hecho Jamie podía sentir cada vez menos, entendiendo que estaba muriendo, cuando finalmente su cuerpo dejó de temblar y su corazón de latir, ya estaba muerto.
—¿Qué has hecho? ¡Ese no era el plan! —. Gritaba una y otra vez Jonathan, quien le vendió la droga Jamie.
—Acabo de iniciar lo que por tanto tiempo soñé. Pero, no podía hacer esto sin tu ayuda, nunca mi sueño se hubiera hecho realidad, ahora eres mi cómplice y si yo caigo, tú caes conmigo.