Vino Nocturno

Ritter Hoffmann

2 de Noviembre. 1936
Berlín, Alemania.

Estoy emocionada por ir al teatro, especialmente considerando que Ludwig me acompañará. Soy feliz cuando estoy con él, siempre sabe cómo sacarme una sonrisa.
No me he sentido bien. Mamá ha estado histérica, papá presente y, al mismo tiempo, ausente;Otto prácticamente no sale de su habitación. Me siento sola. Lo único que deseo hoy es alegría, esa alegría que he venido anhelando. La alegría que no quiero que nadie me quite.
Me comencé a vestir. He deslizado el vestido por mi cuerpo. No llevé nada extravagante. Cuando se trata de Ludwig lo lujoso es innecesario, no me siento presionada a lucir las ropas más costosas de mi clóset. Sé que, con él, lo que verdaderamente importa, es lo que somos en realidad y no lo que queremos aparentar.
Dan las seis con treinta minutos. Escucho el suave golpeteo en la puerta y rápidamente voy a abrirla.

—¿Ya estás lista? No tengo todo tu tiempo, vámonos ya, Gretel. –Otto exclamó. Su voz firme y quejica al mismo tiempo.
¡Ah! Me molesta tener que pedirle favores a mi hermano sabiendo lo amargado que es. Sin embargo, no tenía otra opción. El Teatro queda relativamente lejos de mi hogar, no puedo simplemente ir caminando y, papá no está para llevarme ahí. Él ha tenido uno de sus pomposos eventos con sus colegas de todo el país.
Suspiré con molestia. ¿Por qué Otto no puede ser menos distante?
—Sí, estoy lista. Vámonos. –Contesté.
En silencio, Otto y yo descendimos las escaleras y salimos de casa. Él tomó el volante y yo me acomodé en el asiento trasero.
Mientras el manejaba yo me dedicaba a pensar en que podía decirle para animarle un poco. Mi hermano tiende a ser irritable cuando algo malo le ha sucedido;estoy casi segura de que ha discutido con papá una vez más.

—¿Qué harás hoy, Otto? –Le pregunté en un intento de romper el silencio entre nosotros.
—Lo mismo de siempre. Voy a trabajar, ¿qué más podría hacer? –Él respondió con un tono sarcástico y, ciertamente, agresivo.
No quise agregar algo más, la respuesta de mi hermano ha sido suficiente para hacerme entender que no tenía ningún deseo de hablar.
Todo el camino a casa de Ludwig se caracterizó por un tenso silencio cual probablemente me perturbaba más a mí que a Otto.

—Es aquí. Permíteme ir por él. No tardaré. –
Dije al llegar a Prenzlauer Berg, lugar donde Ludwig residía. Otto me miró y sólo asintió.
Me baje del auto y caminé por los numerosos departamentos hasta dar con el de Ludwig. Estando frente a la entrada se sentía como un alivio. Toque la puerta y, él, en cuestión de segundos la abrió.
—Buenas tardes Gretel, ¡mírate, que guapa te has puesto hoy!–
Una sonrisa apareció en mis labios en cuanto oí sus palabras ¡Ludwig siempre sabe que decir para hacerme feliz!
—¡Bah! No es para tanto, ¿o sí...? ¡Qué más da! Tú luces encantador esta noche, bueno, siempre lo haces, siempre te lo he dicho. –
Se le ha suavizado el rostro al muchacho, me provoca ternura verle así.
Antes de irnos, él se despidió de su madre con un grito desde la puerta. Aquello me ha causado cierta gracia y ternura, pues su madre lo ha despedido diciéndole que tenga cuidado en todo momento.

Mientras caminaba a su lado, he volteado a ver Ludwig. Él lucía tranquilo, lo cual me dio gusto, pues las últimas veces que nos vimos se le notaba ciertamente angustiado.
—¿Cómo has estado? ¿Has hablado con tu padre? – Le pregunté en voz baja.
La tristeza rápidamente le apareció en el rostro. Miró hacia ambos lados y entonces bajó la mirada.
—No, no he hablado con él. Puedo decir que he estado relativamente bien, el pensar en que hoy nos veríamos me animó durante estos días y, por fortuna, mi papá no me ha atormentado como suele hacer. Sin embargo, su indiferencia sigue ahí. Trato de tener un buen vínculo con él pero parece ser imposible.
Lo único que me trae paz es que, desde que he comenzado a esforzarme más en los entrenamientos de Las Juventudes Hitlerianas y desde que empecé a salir contigo, él ha dejado de cuestionarme. Estoy muy agradecido contigo, Gretel. – Él comentó, otorgandome una pequeña sonrisa al final de sus palabras.
Suavemente le tomé de la mano, cual estaba helada, y con delicadeza le di un leve apretón. Le miré a sus ojos, aquellos tiernos ojos marrones cuales eran protegidos por sus anteojos.
—Me da gusto saber que la situación ha mejorado, aunque sea un poco. Sé consciente de que siempre voy a estar ahí para tí, Ludwig. –
Y, entonces, él me abrazó. Fui recíproca, lo envolví en mis brazos, transmitiendole mi calidez a su gélido cuerpo.

Salimos del edificio y le abrí la puerta del auto, invitándolo a entrar.
Los ojos se le iluminaron al ver el vehículo. Él entró gustoso y yo me senté a su lado.
—Buena tarde, Ludwig. ¿Cómo has estado? –Otto le saludó. Su actitud cambió un poco. Seguía teniendo esa firmeza pero al menos su tono era más amable.
—¡Ah, Otto! Buena tarde, qué gusto me da verte otra vez. He estado bien, gracias. ¿Qué hay de tí? –Ludwig respondió cortésmente.
—Me da gusto. Yo también me encuentro bien, gracias. –Mi hermano cortó la conversación ahí.

Mientras Otto manejaba hacia el Teatro, Ludwig y yo no parabamos de charlar y echar una que otra carcajada.
La tensión que había entre mi hermano y yo se vio opacada ante la presencia de Ludwig, quien siempre lograba transmitirme su alegría.
Ambos estábamos disfrutando la compañía del uno y el otro. Cada vez que lo veía sonreír, mi alma recibía paz.
Los minutos pasaron. Eran diez para las ocho y finalmente llegamos a nuestro destino: La Staatsoper Unter den Linden.
—¿A qué hora vengo por ustedes? –Otto, con frialdad, me preguntó antes de irme.
—Ven a las diez con treinta. Te veré al rato. –Me despedí de él con apuro.




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