Virindia Homiterra: El Guía Del Futuro

2.

Así fue como al caer dicho árbol sus ramas se quebraron en su mayoría al impactar contra el suelo, dando a parar de este modo la rama más joven, que apenas poseía un pequeño brote verde que con mucho esfuerzo era visible, a un lago de lodo que decoraba agrestemente una de las llanuras.

Pasaron los días y la madre tierra comenzó a sentirse ansiosa, unos días para ella no eran nada, había vivido mucho, pero por lo mismo no podía esperar a dejar de estar sola, a comenzar a ver florecer la pequeña esperanza de un futuro. Al séptimo día la madre tierra se estaba impacientando, creyendo que había cometido un error en algún punto del proceso, pero esto era imposible, le había entregado su energía, le había entregado una misión clara y se había esforzado en enseñarle todo lo que sabía y era aconsejable que él supiese. Estas inseguridades continuaron hostigándola hasta que finalmente la frágil tranquilidad del mundo fue interrumpida abruptamente por un estruendoso llanto.

Un pequeño bebé de risos rubios había emergido del lago de lodo, la madre tierra se emocionó tanto al verlo, su pequeño retoño, un pequeño fragmento de ella misma. Era su naturaleza sentirse así, por algo el destino la hizo madre. Le pareció que el bebé era tan hermoso portando rizos dorados y unos impresionantes ojos verdes, pero a su vez todo en aquel pequeño cuerpo era tan frágil que por un momento deseaba ser de carne y hueso como él, para poder protegerlo entre sus brazos; pero aquello era imposible, ya había hecho todo lo que podía, le había dado parte de su conocimiento y le había otorgado incluso a tan temprana edad dones como una fuerza descomunal y la capacidad de comunicarse abiertamente con todo su entorno.

Así fue como el niño gateo por entre los pastizales sin dejar de llorar, un alma tan inocente y pura con una misión tan clara y urgente en la vida, su misión era guiar el futuro. Él era el encargado de que todo fluyese como debía, una gran responsabilidad para un ser tan inexperto.

El estridente sonido que emitía el niño espantó a unos ciervos que comían cerca de allí, estos aterrados corrieron en dirección contraria al niño, excepto tres de ellos, su líder y dos de los machos más fuertes de la manada. El líder parecía mayor y compasivo, mientras los otros dos solo miraban al niño y a los alrededores en busca de cualquier amenaza.

El líder de los ciervos se había autodenominado como Quinihil, el que nada sabe, el que nada es. Él había sido bendecido por el destino como otros de los primeros habitantes de la tierra con una gran capacidad de aprendizaje que le había permitido desarrollar una inteligencia inigualable, además de una longeva vida.

El pequeño guardó silencio frente a la imponente presencia, que se agacho ante él al reconocerlo. Tanto tiempo había pasado esperando su llegada, quizás fuese el único ser físico que lo esperaba pero eso no le quitaba valor.




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