Cuando los leones se marcharon Virindia se encontraba asustado, no era un niño miedoso, pero todos estarían decepcionados si el guía del futuro era asesinado por una disputa sobre quien es el rey de la selva, el joven enviado deseaba poder decirle a Sicutis que permaneciera con el título, que él no lo quería para nada, no le interesaba el reconocimiento, el renombre o la gloria; o al menos no le interesaba tanto como su propia vida.
De esta forma corrió tan rápido como pudo a encontrarse con Quinihil, necesitaba su ayuda, el que era como un padre y siempre protegía a los suyos, juntos podrían encontrar una solución pacífica en la que Sicutis estuviera feliz y Virindia vivo.
Al llegar y contarle a Quinihil su problema se encontró rotundamente desilusionado cuando el mayor le dijo que nada se podía hacer, que ante tal provocación desvergonzada solo se podía intentar vencer en la pelea de una forma inteligente, pero que nada se le ocurría que pudiese usar el niño para ganar, que sus posibilidades se reducían a rogarle a la madre tierra piedad.
Virindia se marchó del lugar, con una mínima esperanza de que su madre le ofreciera alguna ayuda, entonces se acercó al gran lago de la vida, un acaudalado y peligroso flujo de agua, donde se agachó frente a la corriente y suplicó a su madre.
–Os lo ruego, a usted que me ha proporcionado la vida con fe en que mi misión sea efectuada eficazmente, he de tener la osadía de suplicarle por un artefacto letal, un elemento que permita que mi poca experiencia utilizando los dones de los que tan agradecido le estoy no sea fatal en mi encuentro de esta noche, contra el incomparable sadismo del gran Sicutis, me encuentro ante usted dejando de lado cualquier orgullo altivo para solicitar su sabia ayuda –Murmuro Virindia al lago, y este le replicó de forma amable pero ofendida.
–Querido hijo mío, observo en vuestras palabras que de nada han servido mis esfuerzos y enseñanzas, pues vuestras expresiones muestran el mismo sadismo del que sus reclamos provienen. No me solicitáis una solución, me rogáis un arma mortal para vuestra querella. Acaso vuestra creadora os ha capacitado en el arte de la guerra, acaso el buen Quinihil les ha enseñado a mostraros tan poco piadosos con el prójimo. Como tenéis el descaro de presentaros frente a mí, vuestra madre, vuestra creadora, vuestra salvadora para solicitarme que acabe con la vida de vuestro hermano, cual es la gran circunstancia por la que debería intervenir entre tal altercado y porque os habéis creído en la posición de reclamarme. La ayuda solicitada os será dada cuando haya sido ganada con intenciones claras y dignas, cuando vuestra madurez sea superior a vuestros propios intereses sobre el bien y el mal, pero bajo ninguna circunstancia cuando vuestro corazón se encuentre opacado por las repugnantes sombras del egoísmo. Tú has sido honrado con la misión de crear el futuro no de asesinarlo, ese destino no os pertenece, no os atreváis a tomarlo –finalizó con resentimiento la madre tierra para que todo vuelva a la normalidad, el sonido del río siguió resonando en sus oídos con fuerza pero no lograba silenciar los desbocados latidos del corazón del niño–.
Virindia tragó con dificultad, quizás realmente esto era una prueba y si así era, había fallado miserablemente, el atardecer teñía el horizonte por lo que se dignó a acercarse a la zona predilecta, esta era cerca de donde habitaban los leones, ningún ciervo había asistido para apoyarlo, ninguno sería tan poco cauteloso, ni siquiera el gran Quinihil, estar allí era entrar por voluntad propia a la boca del león, literal y figurativamente. El niño se paró en el centro entre las grandes bestias, tan erguido como podía, de encima de una roca que formaba una pequeña cueva que debía ser una casa para ellos, apareció Sicutis con un rugido similar a una risa.
–Me habéis impresionado, ya habéis llegado más lejos que todos aquellos que han sufrido el mismo destino de intentar opacarme, me encuentro feliz a pesar de que hablo en nombre de mis hermanos cuando declaro que la mejor parte de los homicidios es la persecución –suspiró mientras bajaba para quedar frente a Virindia, siendo acompañado por el sonido de las risas en forma de rugido de su manada–. Casi desearía no tener que matarlo, pero solo casi –finalizó antes de abalanzarse.
Virindia rodó hacia el costado aunque las garras del animal rozaron su brazo, a pesar de esto el niño logró dar un golpe certero en el costado del animal agradecido por su fuerza sobrenatural, el león gimió de dolor pero no tardó en volver a abalanzarse en su contra, esta vez más rápido, Virindia intentó escapar pero le fue imposible y consiguió únicamente darse vuelta por lo que las garras del animal golpearon su espalda.
Sicutis se alejó cuando vio al niño tendido en el suelo indefenso, pero cuando estaba a punto de acabar con su vida, el chico se puso de pie e intentó mantenerse de esa forma aunque con dificultad, Sicutis alejó sus garras de su víctima y caminó de un lado al otro, con nerviosismo.
–Os podría titular como mi más honorable oponente, habéis asistido a sabiendas de que teníais la desventaja, me encuentro humillado por mis acciones, no debería haberos hecho concurrir aquí a tan corta edad. Os habéis ganado mi respeto, con vuestra valentía y honor, más este duelo deberá ser efectuado cuando os encontréis en vuestro esplendor –concluyó el león con piedad, rápidamente todos despejaron el terreno.
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Editado: 09.07.2025