Virindia Homiterra: El Guía Del Futuro

8.

Así se acercó a rastras para contemplar su reflejo en la fuerte corriente, su cara se veía completamente deformada por la misma, Virindia tragó con fuerza mientras cavilaba cuidadosamente sobre sus próximas palabras.

–En serio lamento molestarla con frivolidades madre, sé que no debo llamar si no es importante pero mi padre de corazón, Quinihil, se encuentra en su lecho de muerte ya que ha sido envenenado por el gran Periculum y está agonizando, os pido me ilustréis para descubrir la cura a su sufrimiento, os lo ruego madre –pidió Virindia con voz de llanto.

–Creo haberos revelado hace tiempo, hijo mío, que no participo de las cuestiones de la vida y la muerte que sobre mis tierras acontecen, lamento no poder ayudaros, pero si el destino ha querido acabar con la larga vida de Quinihil ha sido por algo y debemos respetar su sabia decisión –manifestó la madre tierra.

–Oh pero madre, esto no ha sido obra del destino sino del gran Periculum a quien le fascina jugar a poseer el poder eterno –se quejó indignado Virindia.

–¿Y os atrevéis, con vuestros contados años de vida, a dudar de la inteligencia del gran Periculum? ¿en serio creéis que hay alguien además de mí que sepa más que el brillante Periculum?

–Claro que no, madre, lo siento mucho –murmuró Virindia.

–Eso creí y en relación al pobre Quinihil solo hay una forma de terminar con su sufrimiento y es finalizar con el dolor de una forma más rápida, es asegurarnos de que el sufrimiento sea el menor posible –la madre tierra guardó silencio unos segundos antes de hablar, debía pensar sus palabras ya que a pesar de su antigüedad era su primera vez siendo realmente madre–. Sé que quizás sea difícil y no os juzgaría por no poder hacerlo, con respecto a usted mismo hijo mío os recomendaría ir a dar una vuelta, despejar la mente, sabéis os gustaría ir a la montaña , la Aurora es una gran compañía y podría contestar algunas de vuestras preguntas mejor que yo misma. Pero debéis apuraos o podrías estar perdiendo una gran oportunidad –dijo la madre tierra con un dejo de complicidad en la voz.

Virindia creyó que si alguna oportunidad tenía de salvar a su padre era esa y dio las gracias a su madre pero esta ya se había ido.

El joven corrió colina arriba, conocía perfectamente la montaña de la que hablaba su madre, estaba repleta de plantas que el desconocía y era tan alta que parecía tocar el cielo, además de su fácil acceso ya que se había formado un sendero que permitía ascender sin necesidad de trepar.

Virindia tardó alrededor de dos horas en llegar a la cima y pronto quedó embelesado con los tonos de la Aurora Boreal al igual que su movimiento constante y llamativo, pero su atención se desvió hacia una chica de su edad con pelo negro y piel blanca que se teñía de los colores que se ilustraba el cielo, tenía dibujos brillantes y plateados con la forma de las constelaciones en el rostro y no caminaba sino que flotaba y vestía con un largo vestido blanco que ondeaba suavemente movido por una sutil brisa.




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