Al llegar todos los ciervos miraron con curiosidad a la acompañante de Virindia y los pocos que la reconocían le dirigían una reverencia con respeto.
–¡Virindia! –gritó la mano derecha de Quinihil– ¡Apresúrate queda poco tiempo!
El niño corrió a pesar de saber que no podría hacer nada por su padre.
Al entrar Virindia se percató rápidamente de la poca iluminación en la que permanecía, las sombras agravaban los rasgos de la enfermedad que aquejaba a Quinihil, probablemente jamás se había sentido tan impotente, había perdido el poco tiempo que le quedaba junto a su padre por ir a buscar una cura que jamás encontró y quizás ni siquiera existiese, se sentía frustrado como todo aquel que descubre que su presencia es completamente insignificante en el caos del destino y que al fin y al cabo sólo es otra partícula de polvo.
Virindia se sentía ahogado y casi lograba ignorar la presencia de la niña a su lado y en ese momento se dio cuenta del abrupto silencio sepulcral que provenía de la chica, se encontraba en un rincón de la habitación casi consumida por las sombras del lugar, con su rostro vacío de expresión.
–No os imagináis cuánto lo lamento padre, os ruego me logréis perdonar en otra vida, os he fallado –comentó Virindia cayendo de rodillas contra el suelo.
Quinihil movió la cabeza en lo que pareció un intento por pronunciar respuesta, pero no lo logro y únicamente hizo un gesto de derrota, quizás también era su última oportunidad.
–Quizás deberíamos irnos–Propuso la Aurora, sonaba nerviosa, ni siquiera lograba mirar a Virindia a los ojos, debía de sentirse culpable, después de todo el estado de Quinihil no era ocasionado por el tiempo o por la justicia divina sino solo por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, algo impredecible, una palabra, una frase, una única ofensa que terminaba con todo, el azar, el destino, sinónimos en fin.
Virindia levantó la vista hacia ella cuando la joven aun sin dirigirle la mirada le ofreció su mano, el chico la aceptó, no estaba seguro de si lo hizo siendo consciente de que deberían irse de junto a su moribundo padre, pero no podía rechazar la posibilidad de saciar esa duda persistente.
¿Cómo se sentiría su tacto?
–Dejémosle descansar, hay un lugar que quiero mostrarte –murmuró la Aurora guiándolo fuera del cuarto en el que se encontraba Quinihil.
–¿Qué lugar? –preguntó Virindia intentando desviar su atención de lo que ocurría en la habitación a la que le estaba dando la espalda.
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Editado: 09.07.2025