Virindia Homiterra: El Guía Del Futuro

17.

La joven se encontraba paralizada mirando fijamente a la gigantesca bestia, hace ya años que no veía al majestuoso Sicutis, le parecía que el animal había crecido en tamaño, pero probablemente fuese solo por la falta de costumbre, se había convencido que cuando llegase el momento de volverlo a ver no sería tan imponente como su recuerdo de niño se lo hacía recordar, pero estaba tristemente equivocado.

Virindia corrió para ponerse delante de Aurora de forma protectora.

–Os comportáis como bestias ¿acaso no presentaréis a tan bella criatura, al gran Sicutis? –gruñó con su voz grave el león–. ¿O desde la muerte del bondadoso Quinihil habéis perdido vuestros modales?

–¿Qué os trae tan lejos de vuestras tierras? –preguntó Virindia mientras tomaba la mano de Aurora y retrocedía casi imperceptiblemente.

–Todas las tierras me pertenecen, acaso creéis que podéis tomar mis tierras, construir vuestro vergonzoso nido y apropiároslas de esa forma –exclamó ofendido el mayor.

–¿Incluso los nidos de Periculum le pertenecen Gran Sicutis? –consultó Virindia con osadía.

–Veo que los años os han vuelto insolente, ¿la niña perdió la lengua o tampoco ha hallado sus modales? –preguntó agotado.

–Mi nombre es Aurora Boreal, su magnificencia Sicutis –respondió aún desde la espalda de Virindia con una ligera reverencia.

–¿Acaso me encuentro hablando con su grandeza, la hija del destino? –rió la bestia, la chica sólo tembló a espaldas de Virindia–. Mi problema no es contigo niña, y espero ganarme la simpatía de tu padre algún día. En cambio tu amante tiene deudas que pagar.

–Aún no soy adulto –se negó Virindia retrocediendo, hasta que escuchó pisadas que no eran de ninguno de los tres y entendió que estaban rodeados.

–A mí me parece que sí, considérese listo –contestó Sicutis.

Virindia miró alrededor para ver en la penumbra los ojos brillantes decorados por la saliva cayendo de entre las fauces de los acompañantes de Sicutis.

–¿Cuándo? –murmuró dando un paso al frente, ignorando todos sus instintos de supervivencia– Pretendo brindaros una lucha digna de ser vista por vuestra manada.

–Ese es el muchacho que recuerdo haber conocido –rio con una voz que lo hacía sonar como tos–, a media noche, hoy mismo, estoy más que ansioso, ya sabes dónde…

Sin esperar respuesta Sicutis y sus secuaces se marcharon y luego de unos minutos de tranquilidad ambos jóvenes se atrevieron a volver a respirar o moverse.

–¿De qué deuda hablan? ¡¿qué hiciste?! –preguntó Aurora de forma histérica.

–Hace ya muchos años me retó a un duelo, yo sólo era un niño y obviamente él iba a ganar, por lo que me perdonó la vida y dijo que repetiríamos el duelo cuando creciera, así me hice esto –contestó Virindia mostrándole las marcas que seguían ocupando toda su espalda, Aurora no se atrevió a tocar las marcas que ya eran bastante más finas que cuando era un niño.

–¿Por qué quiere asesinarte? –Aurora no podía dejar de mirar las marcas e imaginarse el dolor.

–No lo sé, creo que sólo fui parte de un estúpido duelo de poder entre Quinihil y Sicutis –respondió.




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