Al llegar la media noche ambos jóvenes se encontraban entrando al territorio de los leones, unas leonas se acercaron y guiaron a Aurora a la cima de unas rocas que los leones usaban como gradas y Virindia permaneció completamente solo en mitad de un círculo, rodeado del enemigo pero con una diferencia a la última vez, la tenía a ella. Puede que Aurora no fuese fuerte, valiente o peligrosa, pero ella estaba allí apoyándolo, esperando que él no muera y eso ya era mucho más de lo que su madre había hecho por él en toda su vida.
Se sentía estúpido por haberle estado agradecido en algún momento sólo por darle la vida, había comprendido que después de todo quizás su amiga tenía razón y él era sólo fruto de un deseo de la madre tierra, quizás no era importante para ella, sólo un juego de egos.
–Os hemos estado esperando ansiosamente, todos nos encontramos sedientos de tan buen show que nos ha prometido –exclamó el rey de los leones y según él, de todo.
–No os haré esperar más –exclamó valientemente Virindia, aunque sentía que le temblaban las piernas.
–No se diga más.
La bestia saltó hacia él y pudo notar como seguía ganándole en tamaño por mucho, aunque eso ya no importaba, Virindia rodó hacia un costado sin recibir ni un rasguño, pero el animal ya más preparado que en su anterior duelo no lo dejó contraatacar y volvió a embestir contra el chico pero sin nuevos resultados, la secuencia se repitió una y otra vez hasta que el animal se descuidó y Virindia logró tomar una rama caída y golpear con todas sus fuerzas al animal.
Impactado por la rama, Sicutis dejó escapar un quejido mientras se reincorporaba velozmente, Virindia soltó la rama completamente rota cuando la bestia saltó directo hacia él, sin prever que el joven lo atajara en el aire, haciendo que dé una vuelta aún suspendido en el aire y golpee su lomo contra el suelo violentamente.
Tras un gruñido el animal no logró reincorporarse y los leones alrededor jadearon enfurecidos, Virindia miró atentamente a su rival y dio una vuelta por el círculo mirando sus manos, ¿en qué se había convertido?
Su atención se agudizó cuando a pesar de que Sicutis aún se encuentraba en el suelo el ruido alrededor se volvió ensordecedor y notó como algunos leones jóvenes saltaban dentro de la zona de lucha mostrando la extensión de sus caninos.
Virindia retrocedió, ya que a pesar de haber ganado momentáneamente contra el gran Sicutis no era capaz de ganar a un grupo de bestias sedientas de venganza y poder.
Virindia recogió el pedazo de rama roto con el que había atinado el primer golpe e intento defenderse, pero fue derribado por otro león que se hallaba a su costado, al caer su ropa y su rostro quedaron completamente cubiertos por el barro que decoraba casi todo el territorio de los leones. Sintió el ardor de las garras y sus manos se hundieron en el barro sobre el que caminaban, hasta toparse con algo duro, al abrir los ojos entre la suciedad logró ver brillar, era una espada entre el barro.
Virindia giró sobre sí mismo, cortando en el proceso al animal sobre él con una espada de empuñadura dorada y una pequeña bola de cristal azul y verde que la decoraba.
Un jadeo general retumbó en sus oídos y las bestias retrocedieron, Virindia logró pararse mientras todos se alejaban con desconfianza y miedo, los pasos que daba hacia Sicutis retumbaban en su pecho y el lugar permanecía en un silencio impaciente, al llegar hasta él se encontró con el gigantesco león perdiendo preocupantes cantidades de sangre por la boca, el arma en sus manos se sentía pesada, tan pesada como la culpa, como el poder.
–Terminad con esto rápido, habéis ganado, no lo hagáis más humillante –exclamó Sicutis.
Virindia se arrodilló junto al león y levantó la espada por sobre su cabeza, pero al dejarla caer la desvió al último segundo antes de reírse aún recuperando el aliento.
–Necesito vuestra sinceridad Sicutis, ¿os parezco acaso un ignorante o un mal agradecido?, no poseo pensamientos sádicos hacia ningún ser sintiente, jamás os he rogado por sangre o castigo sólo pretendo solucionar nuestra pequeña disputa. Después de todo se supone que debo crear el mundo no destruirlo, nadie me ha enseñado lo que la guerra significa o cómo se ve, pero el gran Quinihil en sus años de gloria me ha explicado la importancia de la piedad y hoy os informo que mis intenciones hacia usted son claras, no pretendo vuestro poder, mucho menos vuestra fama. Podéis conservar vuestros territorios, vuestro orgullo y liderazgo y por sobre todo vuestra vida, no me interesa nada de eso –Virindia se agachó hasta quedar junto al oído de Sicutis–. podéis conservarlo, pero sólo porque yo os lo permito –recogiendo la espada mientras se reía sombríamente, Virindia observó a una perpleja muchacha.
Virindia se acercó a Aurora para ayudarla a bajar de su lugar y se marchó junto a ella, erguido y orgulloso, hasta que se perdieron de la vista de los leones y sucumbió al dolor de las heridas en su espalda, sin dudarlo un segundo Aurora tomó su brazo y lo ayudó a caminar hasta llegar a la casa.
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Editado: 09.07.2025