Todo comenzó como un proyecto para mi clase de comunicación. Soy Sofía, estudiante universitaria, y nunca imaginé que algo tan sencillo como grabar un podcast me arrastraría a la peor experiencia de mi vida.
Esa tarde, la universidad estaba vacía; todos parecían tener mejores cosas que hacer un viernes por la noche. Pero yo, ansiosa por avanzar con mis tareas, decidí usar el equipo de grabación en mi dormitorio. Coloqué el micrófono frente a mí, ajusté la computadora portátil y comencé a hablar.
—Hola a todos, bienvenidos a mi canal. Hoy hablaremos de las conexiones humanas y cómo a veces el silencio puede hablar más que las palabras.
Hablé durante veinte minutos seguidos. Al terminar, reproduje el audio para editarlo, buscando errores o pausas incómodas. Fue entonces cuando lo escuché por primera vez.
| Grabación: Hola a todos, bienvenidos a mi canal. Hoy hablaremos de las conexiones humanas y cómo a veces el silencio puede hablar más que las palabras.
| Eco: ...la sombra detrás de ti.
Mi piel se erizó. Detuve la reproducción y rebobiné. ¿Había escuchado mal? Volví a darle play.
| Grabación: ...y cómo a veces el silencio puede hablar más que las palabras.
| Eco: ...la sombra detrás de ti.
Apagué el micrófono y revisé detrás de mí, sintiéndome estúpida. No había nada. Pensé que el micrófono había captado ruido externo, tal vez alguien hablando en el pasillo. Aunque, para ser honesto, mi edificio solía ser tan silencioso como un cementerio.
Intentando tranquilizarme, borré la parte del eco y guardé el archivo. Pero esa noche, la sensación de que algo no estaba bien no me dejaba dormir.
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Al día siguiente, decidí intentarlo de nuevo. Esta vez grabé un episodio más breve, pero mientras hablaba, no podía dejar de mirar hacia la puerta de mi dormitorio, esperando algún movimiento extraño.
—Aquí estamos otra vez. Espero que disfruten el episodio de hoy. Vamos a hablar sobre cómo las palabras pueden ser interpretadas de maneras completamente diferentes dependiendo de quién las escuche...
Cuando termine, respire aliviada. Todo parecía haber ido bien. Pero al revisar el audio, el eco estaba allí otra vez.
| Grabación: ...dependiendo de quién las escuchan.
| Eco: ...él te está escuchando.
Mi corazón comenzó a latir desbocado. La voz del eco no era la mía. Era más grave, más lenta, como si alguien estuviera arrastrando las palabras en mi lugar.
—¡No puede ser! —exclamó, desconectando el micrófono.
Revise el archivo nuevamente, usando audífonos. Tal vez era un falla técnica. Tal vez alguien estaba interfiriendo en la señal sin yo saber. Pero lo que escuché fue aún peor.
| Grabación (silencio): ...
| Eco (susurró): Sofía...
Mi nombre. Claramente dicho en un susurro que no podía haber sido mío.
El miedo me paralizó. Cerré el archivo y apagué la laptop, intentando convencerme de que estaba exagerando. Pero entonces, un ruido suave llamó mi atención: un leve golpe, como si algo hubiera caído al suelo.
—Hola? —dije en voz alta, aunque sabía que nadie debería estar allí.
La puerta del dormitorio estaba cerrada. Mi compañera de cuarto se había ido a casa por el fin de semana. Yo estaba sola.
O al menos eso creía.
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Intenté dormir, pero cada vez que cerraba los ojos, el eco resonaba en mi mente. Él te está escuchando. ¿Quién era él? ¿Por qué mi nombre?
A eso de las 2:00 AM, escuché otro ruido, esta vez más fuerte, como si alguien arrastrara algo por el suelo. Salté de la cama y encendí la luz, pero el cuarto estaba vacío.
Me armé de valor y revisé debajo de la cama, en el armario, incluso detrás de las cortinas. Nada.
—Estás perdiendo la cabeza, Sofía —me dije a mí misma.
Regresé a la cama, pero dejó la luz encendida. Solo quería que amaneciera rápido. Sin embargo, cuando estaba a punto de quedarme dormida, algo helado rozó mi mejilla.
Abrí los ojos de golpe y lo vi.
La laptop, que había dejado cerrada, estaba abierta, y en la pantalla había un archivo de audio reproduciéndose solo. El eco.
| Eco (grabación): ...mira hacia la ventana.
Lentamente, gire la cabeza hacia la ventana. La cortina se movía, aunque no había viento. Y detrás del cristal, algo oscuro, una figura apenas perceptible, estaba mirándome.
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A la mañana siguiente, decidí investigar. No podía seguir en ese dormitorio sin entender qué estaba pasando. Busqué en internet cualquier cosa relacionada con mi edificio, mi habitación, algo que explicara lo que estaba experimentando. Sabia que no estaba loca, casi.
Lo que encontré me heló la sangre.
Años atrás, un estudiante había vivido en mi misma habitación. Era un chico solitario, obsesionado con grabaciones de audio. Según los rumores, hablaba constantemente de voces que nadie más escuchaba. Se quitó la vida después de dejar un mensaje grabado que nadie pudo reproducir, ya que el archivo desaparecía cada vez que alguien intentaba abrirlo.
Me quedé mirando la pantalla, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza. ¿Era posible que...?
No terminé el pensamiento porque mi laptop se apagó sola. Y en la pantalla negra, justo antes de que todo se apagara, apareció un mensaje.
¿Me estás escuchando ahora?
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Esa noche, intenté grabar un último audio. Sentía que tenía que saber qué quería de mí.
—Estoy aquí. ¿Qué quieres? —dije al micrófono, mi voz temblando.
El eco respondió al instante, antes incluso de que pudiera reproducir nada.
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Editado: 10.12.2024