Voces en las Paredes

El Cuaderno de Ana

Cuando Ana desapareció, nadie lo vio venir. Era la chica perfecta: amable, brillante, y siempre dispuesta a ayudar. Era de esas personas que todo el mundo admiraba y nadie podía odiar. Pero un día, simplemente no volvió a casa.

Yo era su mejor amiga, así que fui la primera a quien interrogaron. La policía, sus padres, incluso nuestros compañeros de clase me preguntaban si sabía algo. Pero no sabía nada. Ni siquiera sabía si ella estaba viva.

Semanas después, cuando ya casi todos habían perdido la esperanza, recibí un paquete en mi buzón. No tenía remitente, pero reconocí la letra en el sobre: ​​era la de Ana.

Dentro había un cuaderno negro, con su nombre grabado en la tapa en letras doradas.

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Lo abrí de inmediato. Cada página estaba escrita a mano, llena de pensamientos, listas y pequeños dibujos, como si fuera un diario. Pero lo que más me llamó atención la fueron las últimas páginas.

Eran extrañas, llenas de frases repetitivas y garabatos desordenados. Ana nunca había sido desorganizada, y leer aquello me hizo sentir incómoda.

No estoy sola.
Yo estoy vigilando.—
El bosque... el bosque...

A medida que pasaban las páginas, los mensajes se volvían más caóticos:

No les digas nada.—
Escuchan cuando hablas.
Corre antes de que sea tarde.

Mi piel se erizó. ¿Había perdido la cabeza antes de desaparecer? Decidí no decirle nada a nadie. No quería que pensaran que yo también estaba loca.

Pero no podía ignorar lo que estaba escrito en la última página:

Camila, si estás leyendo esto, ayúdame. Ven al bosque donde fuimos aquella vez. Pero no vengas sola. Ellos saben que estás leyendo esto.

Ellos. Esa palabra resonó en mi mente durante horas.

No pude resistirme. Esa noche, agarré una linterna y fui al bosque que mencionaba Ana. Era el lugar al que solíamos ir cuando queríamos escapar del mundo: un rincón escondido lleno de árboles altos y una pequeña cabaña abandonada en el centro.

El aire estaba pesado, y los árboles crujían como si susurraran entre ellos.

—Ana, ¿estás aquí? —grité, mi voz temblorosa.

No hubo respuesta.

Avancé hasta la cabaña, empujando la puerta que rechinaba al abrirse. Adentro, la oscuridad era total. Encendí la linterna y exploré el lugar, pero no había nada, excepto por un olor extraño, como una tierra húmeda y algo podrido.

Justo cuando estaba a punto de darme por vencida, vi algo en el suelo: una hoja arrancada del cuaderno. La recogi y lei el mensaje:

Estan detras de ti.

Sentí un escalofrío recorrer mi espalda y me giré de inmediato, pero no había nadie.

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Al salir de la cabaña, escuché pasos detrás de mí. No los típicos pasos que hacen un animal pequeño, sino algo más pesado, como si alguien estuviera siguiéndome.

—¿Ana? —pregunté, mi voz casi un susurro.

Nada.

Decidí no correr; No quería mostrar miedo, aunque por dentro estaba aterrorizada. Pero los pasos no cesaban, y cuanto más me alejaba de la cabaña, más cerca los sentía.

Al llegar al claro del bosque, vi algo que me dejó paralizada: había una figura alta, oscura, de pie entre los árboles. No podía distinguir su rostro, pero sabía que me estaba mirando.

De pronto, sentí un zumbido en mis oídos, y una voz baja y distorsionada susurró algo que no entendí. Dejé caer la linterna y me lancé corriendo hacia la salida del bosque.

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Cuando llegue a casa, cerré todas las puertas y ventanas. Mi corazón seguía latiendo con fuerza, y apenas podía respirar. Decidí revisar nuevamente el cuaderno, buscando algo que me diera respuestas.

Pero cuando lo abrí, las páginas estaban en blanco.

Cada una de ellas, completamente vacía.

—¡No puede ser! —grité, arrancando las páginas con desesperación.

Pero entonces encontré algo. Una nueva nota que no estaba antes:

No deberías haber venido sola.

El aire a mi alrededor se volvió helado, y la luz de mi habitación comenzó a parpadear. Fue entonces cuando lo vi, reflejado en el espejo de mi armario.

Una figura oscura, alta, con brazos anormalmente largos, estaba de pie detrás de mí.

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La habitación quedó en silencio absoluto. Cerré los ojos y los abrí de nuevo, pero la figura seguía ahí, más cerca. Sentí su aliento helado en mi cuello.

—¿Qué quieres? —grité, girándome para enfrentarlo.

Pero no había nadie.

Pensé que tal vez estaba alucinando, que el cansancio y el miedo me estaban jugando una mala pasada. Pero entonces escuché un ruido suave, como el rasgar de una pluma sobre papel.

El cuaderno.

Cuando miré hacia él, las páginas blancas comenzaban a llenarse de palabras escritas con rapidez, como si una mano invisible estuviera escribiendo.

Te dije que no vinieras sola.
Ahora estamos juntos.
Ana está aquí también.

Leí la última frase y me quedó helada. No podía apartar la vista del cuaderno, que ahora mostraba un dibujo: un bosque, una cabaña y dos figuras oscuras de pie juntas.

Intenté gritar, pero mi voz no salió. Entonces sentí algo cálido en mi mano. Miré hacia abajo y vi que estaba sujetando algo que no recordaba haber tomado.

El cuaderno.

Pero esta vez, en la tapa no decía Ana. Decía:

Camila.




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