Matías repasaba mentalmente los últimos días, pero una imagen volvía una y otra vez como un puñal: la mañana en aquella suite de hotel en Las Vegas. El sol se filtraba entre las cortinas, su cabeza palpitaba por el exceso de alcohol… y en su mano derecha, brillaba un anillo de matrimonio.
No era un sueño, ni una broma de mal gusto. Sobre la mesita de noche había dos copas a medio vaciar, una botella de champagne y… un acta arrugada del registro civil local, con dos nombres firmados: Matías Moretti y Valeria López.
Ese recuerdo lo había perseguido desde entonces, creciendo en inquietud. ¿Por qué se había ido sin dejar rastro? ¿Por qué no había recibido ni una llamada, ni un mensaje, nada? Lo que más lo irritaba no era la duda, sino la sensación de que había sido manipulado. Esa mujer lo había sorprendido, seducido y, aparentemente, lo había atado a ella con un papel legal.
—Señor Moretti —la voz de su asistente lo sacó de sus pensamientos—, sobre el encargo que me pidió, logré encontrar a la señora López…
—Dime la dirección —lo interrumpió Matías, girándose en seco en su silla.
—Pero… quizá debería explicarle antes…
—La dirección, Andrés. Ahora.
El joven vaciló, pero terminó extendiéndole una hoja con una dirección escrita a mano. Matías la tomó sin siquiera mirarlo a los ojos.
—Cancela mi agenda —ordenó, ya de pie, tomando su chaqueta—. Si alguien llama, diles que estoy en una reunión importante.
Andrés lo observó salir del despacho con paso firme, pero con los nudillos apretados como si contuviera una tormenta.
Mientras conducía, Matías repasaba cada gesto de Valeria aquella noche: su risa ligera, la forma en que lo miraba como si lo conociera de toda la vida, las copas que parecían multiplicarse sin que él se diera cuenta… y luego, el salto de imágenes, risas, luces de neón, y un altar improvisado con un imitador de Elvis presidiendo la ceremonia.
Ahora estaba seguro: ella lo había cazado deliberadamente. Una cazafortunas, pensó, que tal vez creía que podía vivir a costa de su apellido. Pero si eso era lo que pretendía, se había equivocado.
El motor rugió más fuerte mientras doblaba hacia la calle que le habían indicado. No sabía qué iba a decirle cuando la tuviera frente a frente… pero sabía que, después de hoy, las cosas cambiarían.
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Editado: 25.08.2025