El zumbido constante del ascensor acompañaba los pasos cansados de Valeria López mientras se alejaba de la sala de reuniones. Había sido otra noche interminable: cirugías de urgencia, pacientes que llegaban al límite y un sinfín de decisiones que había tenido que tomar sin pestañear. Su bata blanca estaba ligeramente arrugada y el cansancio se reflejaba en sus ojeras, profundas y marcadas, como si fueran cicatrices invisibles de tantas horas de entrega. En sus manos cargaba varias carpetas con informes médicos que necesitaban su revisión. El hospital nunca descansaba, y ella parecía no permitirse hacerlo tampoco.
El olor penetrante a desinfectante impregnaba cada rincón del pasillo, mezclándose con el eco distante de monitores cardíacos y pasos apresurados de otros colegas. A pesar de la rutina y de haber pasado años recorriendo esos pasillos, cada guardia la dejaba más agotada, con la sensación de que su cuerpo se sostenía únicamente por la fuerza de su carácter. En ese momento lo único que deseaba era llegar a su oficina, dejar las carpetas sobre el escritorio y cerrar los ojos por unos minutos.
Al otro lado de la ciudad, Matías Moretti se había detenido frente al edificio donde Valeria vivía. Había pasado gran parte de la mañana dándole vueltas al mismo pensamiento: la forma en que ella se había marchado, las palabras no dichas y, sobre todo, el peso del anillo que aún llevaba consigo. El guardia de seguridad, con tono indiferente, le había informado que ella no estaba allí, que seguramente se encontraba en el hospital cardiológico. Fue suficiente para avivar en Matías una mezcla de determinación y enojo que lo impulsó a tomar rumbo directo al hospital. Necesitaba respuestas, aunque temía las que pudiera encontrar.
Mientras subía por los pasillos esperando encontrar a Valeria, su mente no dejaba de reproducir escenas del pasado: la primera vez que la vio con aquella sonrisa tímida, su encuentro, las risas, el alcohol, y finalmente solo en el cuarto de hotel, con un maldito anillo en el dedo, sin notas ni explicaciones. Cada paso lo acercaba más a ella y, al mismo tiempo, a la confrontación inevitable.
Valeria, sin imaginar lo que estaba por suceder, dobló la esquina del pasillo y lo vio. El tiempo pareció detenerse. Allí estaba Matías, de pie, impecable en un traje oscuro que resaltaba la firmeza de sus facciones y la intensidad de sus ojos. Por un instante, el corazón de ella se aceleró con una fuerza inesperada, y una chispa de esperanza iluminó sus pensamientos.
—Matías… —murmuró con voz suave, intentando esbozar una sonrisa que no alcanzó a florecer del todo.
Pero él no respondió con calidez. Sus ojos la recorrieron con dureza, evaluándola, juzgándola. La tensión llenó el aire como un bisturí a punto de cortar.
—¿Dónde diablos has estado? —su voz, firme y cargada de reproche, rompió la breve calma—. ¿Por qué desapareciste sin dar explicaciones? ¿Acaso creíste que podías jugar conmigo y luego esfumarte como si nada?
Las palabras golpearon a Valeria como un jarro de agua fría. Tragó saliva, intentando mantener la calma, pero antes de que pudiera responder, él continuó con un tono aún más punzante.
—No voy a caer en tus juegos, López. Sé exactamente lo que eres: una cazafortunas que quiso aprovecharse de mí.
La rabia se encendió en el pecho de Valeria como un fuego que llevaba demasiado tiempo contenido. Apretó los puños contra las carpetas que aún sostenía, obligándose a no dejar caer los papeles, ¿acaso no habia dejado una nota?, Matias siquiera recordaba lo que habia sucedido, sintio que habia cometido un gran error. No, no dejaria lugar a explicaciones, asi debia ser el realmente, grosero y arrogante, muy distinto a lo que ella recordaba.
—Matías —respondió con un hilo de voz que fue creciendo hasta hacerse firme—, estoy demasiado ocupada para tus acusaciones ridículas.
Él dio un paso hacia ella, reduciendo la distancia entre ambos. La intensidad en sus ojos parecía querer atravesarla, como si buscara una confesión oculta en lo más profundo de su alma. Valeria, sin embargo, sostuvo su mirada con la misma firmeza, negándose a retroceder.
—Mi asistente te llevará los papeles firmados para anular este matrimonio —añadió con frialdad, aunque por dentro sentía que las palabras le desgarraban—. No quiero volver a verte.
El silencio que siguió fue espeso, cargado de lo que ninguno de los dos se atrevía a decir en voz alta. Matías apretó la mandíbula, como si buscara contener algo más que rabia. Valeria, en cambio, giró sobre sus talones, dispuesta a marcharse antes de que sus emociones la traicionaran.
El pasillo quedó impregnado de esa tensión no resuelta, como un campo de batalla en el que ninguno había ganado, pero ambos habían salido heridos. Y aunque sus labios habían pronunciado palabras de ruptura, en el fondo de sus corazones persistía una pregunta que ninguno pudo ignorar: ¿era este realmente el final, o apenas el comienzo de algo más?
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Editado: 25.08.2025