Volver a Confiar

Capítulo 4 – Valeria López

El sol de la mañana se filtraba tímidamente a través de las cortinas de la habitación, dibujando líneas doradas sobre las sábanas desordenadas. El aroma tenue a café que provenía del departamento vecino apenas lograba abrirse paso en el aire, pero Valeria López seguía inmóvil, atrapada en el silencio de su propia mente. Se había quedado despierta gran parte de la noche, repasando una y otra vez lo que había ocurrido en los últimos días, como si repetirlo pudiera darle un sentido distinto.

Se sentó lentamente al borde de la cama, con las manos apoyadas sobre el colchón y los ojos clavados en el suelo. Su corazón parecía un terreno fracturado, donde cada recuerdo era una grieta que dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir. Había pasado años confiando en Sebastián, amándolo con la inocencia de quien cree que el futuro puede construirse a base de sueños compartidos. Pero la realidad le había dado un golpe certero: la traición tenía rostro y se llamaba Lucía, una enfermera con la que él había decidido engañarla.

Cinco años de relación, de proyectos, de promesas susurradas en madrugadas de cansancio, se habían desplomado como un castillo de naipes en cuestión de minutos. Valeria había enfrentado emergencias médicas que exigían frialdad absoluta, había visto la vida apagarse en sus manos y, sin embargo, nada se comparaba al vacío que sentía ahora.

En un intento desesperado por huir del dolor, había viajado a Las Vegas. No buscaba amor, ni aventuras, solo un respiro, un lugar donde nadie la conociera, donde pudiera dejar atrás el peso de la traición. Pero fue allí, entre las luces brillantes de los casinos y el bullicio de la ciudad que nunca dormía, donde Matías Moretti irrumpió en su vida como un torbellino.

Recordaba con nitidez la manera en que la había hecho reír, las conversaciones largas en un bar casi vacío, los bailes improvisados en medio de la multitud. Recordaba también la chispa en su mirada, la calidez con la que la había tomado de la mano y esa sensación extraña de que, por una noche, el mundo entero podía ser sencillo. La locura culminó en un acto impulsivo, casi irreal: se habían casado.

Pero ahora, la resaca emocional era más fuerte que cualquier recuerdo romántico. Matías estaba demasiado borracho para recordar nada. Y ella, por más que quisiera aferrarse a esa chispa que la había devuelto a la vida por unas horas, sabía que no podía construir un futuro sobre una ilusión rota. Tenía que cerrar ese capítulo antes de que la consumiera.

Se levantó, caminó hasta la cocina y dejó el agua correr unos segundos en el fregadero, tratando de acallar el ruido de sus propios pensamientos. Se sirvió un vaso y lo bebió de un trago, como si esa simple acción pudiera devolverle fuerzas.

Ya en la oficina, su semblante había recuperado la firmeza que la caracterizaba. Nadie debía sospechar la tormenta que llevaba dentro.

—Macarena —llamó con voz firme mientras dejaba su bolso sobre el escritorio—. Necesito que imprimas los papeles que preparó el abogado para anular el matrimonio en Las Vegas. No quiero que hagas preguntas, solo tráemelos cuanto antes. Luego te encargarás de entregarlos en la oficina de Moretti.

Su asistente, acostumbrada a la determinación casi férrea de Valeria, asintió sin decir palabra y desapareció tras la puerta.

Cuando los documentos llegaron, Valeria los sostuvo con ambas manos, como si pesaran más de lo que deberían. Sus ojos recorrieron cada párrafo con meticulosa atención, pero en el fondo sabía que no había nada que pudiera hacerla retroceder. Tomó el bolígrafo con decisión y estampó su firma, cada trazo cargado de rabia contenida y de una fuerza silenciosa que pocas veces mostraba.

Era solo un gesto, un trámite legal, pero para ella significaba mucho más: era la prueba de que no iba a permitir que nadie, ni Sebastián con su traición, ni Matías con su olvido, definiera el rumbo de su vida.

Al entregar los papeles a Macarena, una calma extraña la envolvió. Tal vez no era felicidad, pero sí era control. Por primera vez en mucho tiempo, tenía la certeza de que era dueña de su destino. Y aunque el dolor seguía ahí, supo que había dado el primer paso para comenzar de nuevo.




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