Volver a Confiar

Capítulo 8 – Matías Moretti

La sala de espera se volvió más soportable después de escuchar las palabras de Valeria. Sin embargo, la tensión no desapareció por completo. Matías permaneció de pie junto a la ventana, observando las luces del hospital reflejarse en el vidrio, mientras su familia ocupaba los asientos cercanos.

—Gracias a Dios que no fue necesario un trasplante —comentó doña Carmen, acariciando el rosario que llevaba en las manos.

—Agradezcamos, sí… pero no olvidemos que la recuperación es un proceso —intervino Jaime, su voz grave, como si estuviera dando una orden.

Matías rodó los ojos y soltó un resoplido.
—Siempre tienes que ponerle un pero a todo, ¿no?

Jaime lo fulminó con la mirada.
—No es un “pero”, es ser realista. Si fueras menos impulsivo, lo entenderías.

—Y si tú fueras menos dictador, tal vez podríamos hablar sin discutir —contestó Matías, con un tono tan frío que Mariana apretó el brazo de su hermano para que se callara.

Lucía, siempre mediadora, intervino suavemente:
—Por favor, no empecemos ahora. No frente a mamá… ni en un hospital.

Doña Carmen sonrió con paciencia, intentando suavizar el ambiente.
—Miren que Ernesto no soporta que se peleen. Seguro, si pudiera escucharlos, ya estaría regañandolos.

Ese comentario logró arrancar una risa breve de Matías, aunque no duró mucho. El silencio regresó, roto solo por el sonido de pasos en el pasillo.

Pasaron horas entre cafés fríos y conversaciones entrecortadas, hasta que finalmente un médico —un hombre mayor, de bata impecable y gafas rectangulares— se presentó.

—Familia Moretti —anunció—, el señor Hernesto está despierto. Está algo cansado, pero es fuerte. La cirugía salió bien, los signos vitales son estables y su corazón responde de manera favorable. Podrán entrar de a dos para que no se fatigue.

El primero en entrar fue Jaime, junto con doña Carmen. Después entró Lucía con Mariana. Finalmente, le tocó a Matías.

Ver a su abuelo recostado en la cama, con tubos y monitores a su alrededor, pero con esos ojos vivaces aún brillando, le removió algo en el pecho.

—Muchacho… —dijo Ernesto con una sonrisa débil—. No pongas esa cara, que yo he visto cosas peores.

Matías se acercó y tomó su mano.
—No me vuelvas a asustar así, viejo terco.

—Si no fuera terco, no sería Moretti —bromeó el anciano, y eso hizo que Matías sonriera por primera vez en todo el día.

La visita fue breve. Al salir, Matías esperaba cruzarse nuevamente con Valeria, pero no la vio. El médico que había dado el informe comentó casualmente:
—La doctora López se retiró a su oficina para completar la documentación de la cirugía.

Esa información le encendió una inquietud. Matías no era hombre de buscar a nadie para dar explicaciones; su orgullo siempre había sido su escudo. Sin embargo, algo le pesaba desde que ella lo había tratado con tanta frialdad. Aún le inquietaban los papeles para anular el matrimonio que ya habían llegado a la oficina temprano. Las palabras que nunca decía se agolpaban en su mente junto a los papeles de anulación que aún no firmaba… y no entendía por qué seguían ahí, esperando.

—Voy a salir un momento, vuelvo enseguida —dijo a su familia.

—¿A dónde vas? —preguntó Mariana, curiosa.

—A… resolver algo —contestó, sin dar más detalles.

Con paso firme, recorrió el pasillo hasta llegar a la puerta de la oficina de Valeria. Se detuvo un segundo, respiró hondo y golpeó. No era fácil para él. No lo había sido nunca. Pero si algo sabía, era que ese asunto con ella no podía seguir pendiente.




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