Los días que siguieron a su encuentro con Matías fueron una maratón sin descanso.
Valeria apenas dormía. Pasaba de reunión en reunión, revisando listas interminables de proveedores, confirmando la asistencia de personalidades y afinando cada detalle de la gala benéfica del hospital. El sonido de tacones contra el mármol, el murmullo constante de teléfonos sonando y el incesante ir y venir de papeles se habían vuelto parte del paisaje de cada jornada.
El teléfono de su oficina vibró sobre el escritorio, sacándola de su concentración. Macarena, su asistente, asomó con una carpeta en la mano y una expresión incómoda.
—Señorita López… su padre llamó otra vez.
Valeria no levantó la vista de los documentos que repasaba por tercera vez. Sus ojos, tensos y cansados, permanecieron fijos en las hojas.
—Ya sabe qué hacer, Macarena.
—¿Quiere que le diga que está… ocupada?
—Dígale que estoy en una reunión y que le devolveré la llamada… algún día.
Su tono era seco, cortante. No había margen para discusiones. Era un tema que no admitía matices ni excepciones.
Valeria no necesitaba recordar por qué no atendía esas llamadas. La herida estaba demasiado viva, aunque tratara de enterrarla bajo toneladas de trabajo. Cuando tenía apenas cinco años, su padre biológico había engañado a su madre con una modelo mucho más joven. La noticia se filtró a la prensa y la humillación pública fue tan grande que su madre no soportó quedarse. Una mañana cualquiera, simplemente se fue del país… y nunca volvió.
La dejó sola.
Ese abandono había marcado a Valeria de una forma irreversible. Desde ese día, había decidido que no había espacio para el perdón. El hombre que debía protegerla y darle estabilidad fue la causa directa de que su madre se marchara sin mirar atrás. Para ella, su verdadero padre siempre sería Marcelo, su abuelo. Él fue quien la sostuvo en los momentos más oscuros, su ancla en medio de tormentas que una niña no debería atravesar. Fue Marcelo quien le enseñó que la vida no regalaba nada y que solo con esfuerzo y disciplina se podía sobrevivir.
Junto a él, Valeria había aprendido a mantenerse firme, a no depender de nadie y a trabajar con una tenacidad feroz. Con el tiempo, esas enseñanzas se transformaron en cimientos sólidos que la llevaron a levantar el imperio que ahora tenía en el área de la medicina.
El hospital que dirigía no necesitaba benefactores para sostenerse. Era una máquina perfectamente aceitada, financieramente sólida y reconocida internacionalmente por su excelencia. Pacientes de distintas partes del mundo viajaban hasta allí para recibir tratamiento, y no solo por la calidad de sus médicos, sino también por la visión estratégica y la administración impecable que Valeria había aprendido de su abuelo. Cada pasillo brillante, cada sala equipada con tecnología de punta y cada reconocimiento colgado en las paredes eran el reflejo de años de trabajo obsesivo, casi inhumano.
Sin embargo, mientras avanzaba en las planillas de invitados, en las confirmaciones de asistencia y en los discursos a medio escribir, un peso constante le presionaba el pecho. En el calendario, la fecha de su matrimonio seguía marcada en rojo… apenas cinco días después de la gala. Lo que alguna vez soñó como uno de los días más felices de su vida había terminado convertido en un recordatorio cruel, un eco doloroso de la humillación que aún ardía.
La traición de Sebastián no se iba. No importaba cuánto intentara ahogar esos pensamientos en trabajo; siempre regresaban, como sombras persistentes. Lo perseguía en cada momento libre, en cada noche de insomnio, en cada instante en que su mente bajaba la guardia. Y lo peor era la impotencia: querer despedirlo, sacarlo de su vida y de su entorno profesional, pero no poder hacerlo por razones legales y contractuales. Él seguía ahí, como una herida abierta que se resistía a cicatrizar.
A veces, mientras revisaba las mesas de invitados para la gala, se sorprendía imaginando cómo sería arrancar su nombre de todas las listas… no solo de las listas del evento, sino de todas las listas de su vida. Como si con un gesto simple pudiera borrar su existencia.
Pero esa era una fantasía. La realidad la obligaba a contenerse, a respirar hondo y a seguir adelante. Tenía un evento que organizar, y no permitiría que Sebastián —ni mucho menos su padre biológico— la distrajeran de hacerlo perfecto. Si había algo que Valeria López sabía, era que la perfección era su única armadura. Y esa armadura, aunque pesada y a veces dolorosa de llevar, era lo que la mantenía invencible frente a los demás.
#475 en Joven Adulto
#5579 en Novela romántica
romanance reconciliacion amistad, romance o, romance corazn roto
Editado: 25.08.2025