Volver a Confiar

Capítulo 12 –Marcelo

El aire frío de la mañana se colaba entre las calles estrechas del barrio antiguo donde vivía Marcelo. Las fachadas de piedra, las ventanas enrejadas y el olor a pan recién horneado le daban a la zona un aire detenido en el tiempo. Valeria llevaba semanas queriendo visitarlo, pero los preparativos de la gala benéfica la habían tenido atrapada en un torbellino de reuniones y decisiones sin fin. Esa mañana, con el informe final guardado en su bolso, decidió que ya no podía aplazar más ese encuentro. Necesitaba a su abuelo, aunque fuera solo por unas horas.

Marcelo la recibió en la puerta con una sonrisa amplia y esos brazos que siempre habían sido su refugio.
—Mi niña… ya era hora —dijo, abrazándola con fuerza—. Te extrañaba más de lo que imaginas.
—Yo también, abuelo. Mucho —respondió ella, dejándose envolver por ese aroma a café recién hecho y madera antigua que tanto la transportaba a su infancia, a los días en que la vida parecía más sencilla.

En la mesa del comedor, mientras Valeria relataba con precisión cada detalle de la gala —desde la confirmación de inversionistas extranjeros, hasta la subasta silenciosa que prometía romper récords de recaudación—, Marcelo la escuchaba con atención. Sus ojos reflejaban un orgullo tranquilo, el mismo con el que la había visto crecer desde que era una niña testaruda que soñaba con salvar al mundo.

Cuando ella terminó de hablar, él ladeó la cabeza, observándola con una mezcla de ternura y picardía.
—Y… ¿en el amor? —preguntó, con la naturalidad de quien comenta el clima, aunque en su mirada brillaba una chispa de curiosidad.

Valeria soltó una risa breve, sin alegría.
—No creo que haya mucho que contar.
—Sabes que sufrí cuando me enteré de lo de Sebastián… —dijo él con voz pausada— y más cuando cancelaste el matrimonio. No por él, sino porque sé que tú no toleras las infidelidades.

Ella apretó con fuerza la taza de café, sintiendo el calor en sus dedos como un ancla que evitaba que la rabia emergiera.
—Exacto. No las tolero. Nunca.

Un silencio pesado se instaló. Marcelo bebió un sorbo y dejó la taza con cautela sobre el platillo. Luego carraspeó.
—Me contaron… que en Las Vegas… pasaste una noche algo… peculiar.

Valeria frunció el ceño, desconcertada.
—¿Peculiar? ¿Cómo sabes eso?

Marcelo sonrió con un dejo de misterio, como si disfrutara de verla por primera vez sin respuestas rápidas.
—Digamos que tengo mis fuentes. Y esas fuentes aseguran que te casaste con Matías Moretti.

El corazón de Valeria dio un vuelco. Se quedó inmóvil, sintiendo que el aire en la habitación se volvía más denso.
—¿Quién te dijo eso? —preguntó, casi en un susurro.
—Eso no importa, mi niña. Lo que importa es que, si te soy sincero, Matías no me parece un mal hombre. Lo conozco del mundo de los negocios. Tiene fama de duro, sí, pero también de justo. He visto a muchos como él, pero pocos cumplen su palabra como lo hace Moretti.

Valeria abrió la boca para explicarle la verdad, para contarle que aquello había sido un error, un impulso, una decisión que jamás planeó… pero en ese momento, el sonido de unos pasos firmes interrumpió la calma.

En el umbral apareció Alonso, su padre biológico. El hijo de Marcelo. El hombre al que Valeria había dedicado toda su vida a evitar.
—Vaya… qué coincidencia —dijo Alonso con una sonrisa tensa, que más que cordial parecía un gesto ensayado—. Justo pensaba en ti.

Valeria se puso de pie al instante, con el bolso ya en la mano.
—No tengo nada que hablar contigo.

—Espera, Valeria, no seas así. Pensaba que podríamos discutir la posibilidad de que yo… bueno, figure como beneficiario del hospital. Puedo ayudarte a expandirlo, llevarlo a un nivel que ni imaginas. Tengo contactos, sé moverme en círculos que a ti aún se te escapan.

Ella lo miró como si hablara en un idioma desconocido. La frialdad en sus ojos era un muro imposible de escalar.
—No te necesito. Ahora… ni nunca.

Y, sin darle tiempo a responder, recogió su bolso y salió por la puerta con paso firme.

Marcelo permaneció en silencio, observando a su hijo. La decepción se dibujaba en cada línea de su rostro, como una herida que se reabría cada vez que Alonso demostraba lo lejos que estaba de comprender lo que significaba ser familia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.