El portazo de Valeria aún resonaba en el pasillo cuando Marcelo volvió a tomar asiento, sin apartar la mirada de su hijo. El eco se mezclaba con el crujido de la vieja madera de la casa, como si hasta las paredes reprocharan lo ocurrido. Alonso permanecía de pie, con las manos en los bolsillos y una expresión que oscilaba entre la incomodidad y un orgullo mal disimulado.
—¿Contento? —preguntó Marcelo con voz grave, cargada de decepción—. Cada vez que la ves, la alejas más.
Alonso suspiró, bajando la vista hacia la alfombra gastada que tantas veces había visto en su infancia.
—No vine para pelear, papá. Solo… quería intentar hablar con ella. Recuperar lo que tuvimos.
Marcelo golpeó la mesa con la palma abierta, haciendo vibrar las tazas aún tibias de café.
—¿Recuperar? ¡Cuando tenía cinco años la dejaste sola! Abandonada con el escándalo que provocaste por perseguir a una modelo. ¿Sabes lo que eso significó para una niña?
Alonso cerró los ojos un instante.
—Era joven, cometí errores…
—No. —Marcelo lo interrumpió con dureza—. No fue un error, fue una elección. Elegiste tu vida de excesos por encima de tu propia hija. Y la humillaste tanto a ella como a su madre.
El silencio que siguió fue tan denso que se escuchaba el tictac del reloj de péndulo en el pasillo. Alonso tragó saliva, la garganta seca.
—Me arrepiento, ¿está bien? —dijo con un hilo de voz—. No puedo cambiar el pasado, pero sí quiero hacer algo ahora.
Marcelo lo observó largo rato, con esa mirada que parecía atravesar cualquier máscara. Había visto a su hijo fingir demasiadas veces como para dejarse engañar fácilmente.
—¿Y qué quieres hacer?
—Ayudar con la gala benéfica. Invertir, aportar contactos… mostrarle que puede contar conmigo.
—No. —La respuesta fue seca, definitiva, como un portazo invisible.
Alonso frunció el ceño, dolido.
—¿Por qué no? No es como si mi dinero fuera sucio.
Marcelo se inclinó hacia adelante, apoyando ambas manos sobre la mesa.
—No se trata del dinero. —Su voz tembló, cargada de furia contenida—. No voy a perder la confianza de mi adorada nieta, que para mí es como una hija, solo por abrirle la puerta a alguien que no ha demostrado merecerla.
Alonso apretó la mandíbula.
—¿Y nuestros negocios, papá? ¿Eso no cuenta para nada?
—Los negocios son otra cosa —respondió Marcelo con calma fría—. Y te lo digo de una vez: no los mezcles con ella.
El hombre más joven respiró hondo, tratando de controlar la marea de emociones que lo sacudía.
—No te pido que me perdones —dijo con un deje de desesperación—, pero al menos dame la oportunidad de demostrar que puedo cambiar.
Marcelo se levantó despacio, cada movimiento suyo cargado de decisión.
—Las oportunidades se ganan, Alonso. No se mendigan.
La sentencia cayó como una losa. Alonso bajó la vista, sabiendo que cualquier palabra adicional solo empeoraría las cosas.
Marcelo se acercó a la ventana. Afuera, Valeria caminaba con paso apurado, alejándose por la calle empedrada mientras se ajustaba el abrigo. Él la miró con el corazón apretado, consciente de que cada herida de su nieta tenía una raíz en el egoísmo de su propio hijo.
—Si de verdad quieres acercarte a ella —continuó Marcelo sin mirarlo—, empieza por respetar sus límites. Demuéstrale con hechos, no con promesas vacías. No con cheques, ni con favores. Y, sobre todo, no con tu apellido.
Alonso alzó la vista, con un nudo en la garganta.
—¿Crees que ya no hay nada que pueda hacer? —preguntó casi en un susurro.
Marcelo se giró y lo miró de frente.
—Siempre hay algo que hacer. Pero no esperes que sea fácil ni rápido. La confianza no se compra, Alonso, se construye. Y tú la destruiste hace mucho tiempo.
El silencio volvió a llenar la estancia. Alonso sabía que, cuando su padre se ponía así, no había vuelta atrás. Caminó hacia la puerta con los hombros tensos, cada paso más pesado que el anterior. Al salir, comprendió que ganarse a Valeria sería mucho más difícil de lo que había imaginado.
Marcelo, en cambio, permaneció junto a la ventana. Observó el cielo gris de la mañana y murmuró para sí mismo, con un dejo de tristeza:
—Ojalá algún día entiendas que lo que perdiste no fue dinero ni negocios… sino a tu propia hija.
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Editado: 25.08.2025