Me desperté; no había podido dormir en toda la noche. Era uno de esos días en los que ni el café más fuerte del mundo te puede despejar. Me quedé tumbada, mirando el techo, escuchando la respiración de Ethan que estaba dormido en su habitación. Me levanté sin hacer ruido, fui a la ducha para ver si me despejaba, me vestí. Pero no podía dejar de pensar en las palabras de Christopher; se repetían en mi cabeza una y otra vez: “Lo siento, Isa… siento ser una decepción”. ¿Cómo puede alguien tan bueno sentirse así? Me pregunté si alguien podría haberlo presionado. No tenía pruebas. Solo intuiciones… y ese nudo en el estómago que… Y muchas preguntas sin respuestas.
Ethan se levantó corriendo y se abrazó a mí con fuerza. Me devolvió la vida por unos momentos.
—Mami, ¿hoy vamos al parque? —preguntó contento.
—Sí, después de que termine de trabajar. ¿Te parece bien?
Se quedó feliz y se fue a desayunar. Me obligué a mí misma a sonreír, por él. No podía verme así, triste y con ganas de llorar; tenía que ser fuerte, también por mis padres. Lo llevé a la casa de mis padres; eran las siete y media de la mañana. Cuando llegamos, mi madre estaba en el jardín delantero quitando las malas hierbas. Ethan bajó del taxi corriendo y se tiró a los brazos de mi madre; yo me quedé pagando al taxista. Mi padre salió al oír un coche y me miró moviendo la cabeza.
—A ver, cuando te sacas el carnet, Isabelle, no puedes estar así, vas corriendo siempre. ¿Qué hacéis aquí, tan temprano?
—Papá, es lunes, y tengo que ir a trabajar, y tienes razón, tengo que sacarme el carnet; esta semana tengo el examen de prácticas, espero sacarlo a la primera.
Desde que se fue mi hermano, mi padre parece otro; estaba más despistado, y mi madre, cuando estaba con Ethan, se la veía más contenta, pero después cambiaba.
—Bueno, será mejor que me vaya; voy a llegar tarde y Amelia me va a chillar. Ethan, cariño, pórtate bien, ayuda a la abuela y no te vayas a marchar, que no puedes ir al cole sucio. Ven aquí, dame un beso. ¿Sabes que te quiero mucho, verdad, Ethan? Y a los abuelos también; mi madre me miró con lágrimas en los ojos, me acerqué a ella y la abracé.
—No llores, mamá, ¿sabes que está comprobado científicamente que llorar envejece a las personas? Mi madre me miró riéndose; por lo menos le había sacado una sonrisa, pensé...
—Menos mal que os tengo, a ti, a Ethan; es lo único que me queda. Mi madre abrazó a Ethan con fuerza, como si se lo fueran a quitar.
—Abuela, me haces daño. Además, yo te quiero mucho, abuela. Cuando sea grande, me voy a comprar una casa muy grande para todos; ya verás, abuela, tendrá un jardín enorme, y tendremos un perro.
—"Sabes", Ethan, no tenemos que esperar tanto; el perro lo podemos tener ya. Cuando vengas del colegio, vamos a por un perrito. ¿Quieres, cariño? —dijo mi madre muy convencida, pero por la cara que había puesto mi padre... le había pillado por sorpresa.
—¿De verdad, abuela? Un perro, pero lo quiero marrón, abuela, y que tenga un ojo azul. Lo he visto en la tele, abuela, y era muy bonito.
—Ethan, deja a tu abuela, lo del perro ya se verá... Mi hijo, cuando quiere algo, siempre se pone pesado, y viendo la cara de mi padre, tampoco quería que se haría ilusiones. En mi casa no puedo tener un perro, no porque no me guste, simplemente el perro estaría todo el día solo, y no es forma de tener un animal. —Bueno, será mejor que me vaya, porque ahora sí que llego tarde.
—Isabelle será mejor que te lleve yo; si llamas a un taxi, tardará en llegar. Además, yo no tengo nada que hacer, y tu madre está con el pequeño. Voy a sacar el coche; espera, no tardo nada. Me pareció rara esa actitud de mi padre; llevo trabajando tiempo y nunca me ha llevado... —Vale, le contesté.
Mi padre sacó el coche, y me subí en la parte de delante. Mi padre tocó la bocina dos veces, y yo dije adiós con la mano, y nos alejamos. Mi padre no conduce rápido, cosa que me gusta; la velocidad no es lo mío. Cogí el móvil para ver si me habían escrito algún mensaje; mi padre me miró.
—¿Puedes dejar un poco el móvil? Por favor, necesito hablar contigo. Volví a poner el móvil en mi bolso.
—¿Qué pasa, papá? ¿Ocurre algo? Por un momento pensé que mi hermano igual le había llamado, o algo así, pero luego...
—No quería hablar delante de tu madre, no creas que para mí es fácil que tu hermano... Bueno, quiero decir que yo también le echo de menos mucho, que cuando le dije que si se marchaba no volvería más, por supuesto que no lo decía en serio. Para mí sois los dos, tu madre y Ethan, lo más importante; lo dije, sí, lo reconozco, pero no lo dije de verdad para nada, jamás se me habría pasado por la cabeza, no sé... ¿Tu madre te ha dicho algo?
—¿Qué tendría que decirme, papá? No entendía a qué se refería.
—Ya veo que no, tu madre no me habla, delante de ti, y de Ethan sí, pero después cambia, me culpa de que tu hermano se haya ido, me dijo que lo eche de la casa como a un perro, que no tengo corazón, y que soy un egoísta, que solo pienso en mí. Ayer me dijo que se va a ir de casa. Sé que está sufriendo mucho por tu hermano, yo también; no te puedes hacer ni idea, hija, no puedo dormir por la noche, me levanto y voy a su habitación para ver si ha vuelto.
Jamás había visto a mi padre llorar; estaba sufriendo y mucho, y yo me tenía que mantener firme por la familia.
—Papá, Christohher va a volver, estoy segura. No quiero que te preocupes, papá, hablaré con mamá. Tranquilo, no le voy a decir nada de lo que me has contado, pero tenéis que hablar de ello, papá, no os podéis cerrar en banda. Ahora es el momento de estar más unidos que nunca, papá. Mamá te quiere con locura, y tú lo sabes, esto solo es un pequeño obstáculo en la vida, nada más, todo volverá a la normalidad, papá.
—Tienes razón, hija, "vaya", jamás pensé que mi propia hija me daría consejos, pero si tienes razón, voy a hablar con tu madre, y creo que sería buena idea darle ese pequeño capricho del perro. Si voy a empezar por ahí, cuando te deje en tu trabajo, voy a ir... En las afueras hay un criadero de perros y tiene buena reputación. Eso es lo que haré, le daré una sorpresa a tu madre y a Ethan. Nunca me han gustado los perros en casa, pero es el momento de cambiar, como tú dices. Gracias, hija, no sé qué haría sin ti.