—Señor y señora Montgomery, su hija y su nieto están siendo trasladados al Royal London Hospital.
—¿Pero cómo están, agente? ¿Se encuentran bien?
—Señora, me temo que no puedo ayudarles, no tengo esa información. Lo siento. Solo les puedo decir que tardarán un poco, Whitechapel.
—Richard, ¿pero eso no está en el municipio de Tower Hamlets, en el barrio de Whitechapel?
—Sí, Margaret, está un poco alejado.
—Vamos, no os preocupéis. Estoy seguro de que están bien.
Cuando salían de la comisaría, un agente les llamó:
—¡Esperen, por favor! Tomen, es el oso del pequeño.
—¿Cómo están, agente, mi hermana y su hijo?
—Yo solo he visto al pequeño, y estaba bien, tranquilo. A tu hermana la han sacado más tarde, y yo ya me había ido. Hasta luego.
—Gracias, agente —respondió Christopher.
Al llegar al hospital, preguntaron en recepción:
—Señorita, han sido ingresadas dos personas: Isabelle Montgomery y su hijo Ethan Montgomery.
—¿Y usted es...?
—Soy su hermano, Christopher Montgomery, y ellos son mis padres. ¿Me puede decir en qué planta están?
—Espere, tengo que mirar en el ordenador... Sí, aquí están. Accidente de coche. El niño está en la segunda planta, lo están evaluando, y la mujer ha sido llevada a otra planta. De todas maneras, deben ir a la sala de espera. Allí se pondrán en contacto con ustedes.
—No podemos hacer nada más, papá. Vamos a la sala.
—No sé cómo podéis estar tan tranquilos, de verdad. A mí la espera me mata. ¡Llevamos esperando horas! —Ya está bien. —Contestó su madre, enfadada.
—Margaret, cariño, ya lo sé, pero nosotros no podemos hacer nada. No debemos desesperarnos. En nada nos ayudan. Ahora vendrá un médico y nos informará.
Pasó un rato antes de que llegara un médico.
—¿Los señores Montgomery?
—Sí, nosotros. Cuéntenos, doctor, ¿cómo están mi hija y mi nieto?
—Será mejor que se sienten. El pequeño está estable. A pesar del accidente, está bien. Le hemos escayolado la pierna derecha; tiene múltiples cortes en ambos brazos, pero nada importante. Ya lo han subido a planta.
—Su hija se encuentra en coma. El traumatismo craneal es severo, y el coágulo está afectando zonas críticas del cerebro. Ahora mismo se encuentra en el quirófano, pero hasta que no salga no les puedo decir más.
—Pero... díganos por qué está en el quirófano, ¿está muy grave, doctor? —preguntó Margaret.
—Debemos esperar, señora, no les puedo decir más.
El médico salió de la sala.
—No puedo creerlo. ¡Qué tío más payaso, de verdad! Lo que no quiere es mojarse, como casi todos los médicos.
—Christopher, hijo, ¿quieres callarte? Tu madre ya está bastante nerviosa para que tú la pongas peor.
—Perdona, papá, tienes razón. Lo siento.
“Señor y señora Montgomery, acudan a la sala 311.”
—Hola, soy el doctor Luis Fernando. Es mi deber informarles del resultado de la intervención realizada. La operación se llevó a cabo; el coágulo de sangre se encuentra en una parte del cerebro de difícil acceso, cercana a zonas que regulan funciones vitales. Proceder habría supuesto un riesgo lamentable; por ello, no se pudo extraer. Su hija permanece en coma profundo. No hay señales de actividad cerebral. Desde el punto de vista clínico, el pronóstico es reservado. En estos momentos no hay signos que nos indiquen una recuperación, aunque seguimos monitorizando cualquier posible evolución. —Sé que esta información es difícil de asimilar. Estoy aquí para responder cualquier pregunta que tengan.
—Va a despertar, ¿verdad, docto...? No puede quedarse así, mi niña. ¿Qué significa coma profundo? Y si no hay actividad cerebral, ¿eso qué significa? Me está asustando.
—Entiendo lo difícil que es este momento. Coma profundo significa que no responde a ningún estímulo. Y la actividad cerebral, le hemos hecho pruebas de electroencefalogramas que registran la actividad del cerebro. En este caso, los resultados indican que no hay señales de funcionamiento. —Desde el punto de vista médico, esto significa que las funciones cerebrales superiores, como el pensamiento, la percepción, la memoria o la conciencia, han cesado. Y si esta ausencia fuera persistente y total, puede considerarse como muerte cerebral. —Por ahora, no podemos determinar el alcance total del daño, ya que estamos esperando ver cómo responde. En algunos casos el cuágulo puede reducirse, y eso nos permitiría ver si hay alguna mejora en su estado neurológico.
—¿Nos está diciendo que mi hija puede morir? —preguntó Margaret.
—No podemos garantizar nada aún. Estamos esperando, con esperanza, que haya una evolución positiva. Esto requiere tiempo, paciencia. —Sé que es doloroso no tener una respuesta definitiva, pero quiero que sepan que no hemos perdido la esperanza.
—¿Podemos verla, doctor? —preguntó Richard.
—Hasta mañana, no es posible. Solo se puede ver a los pacientes de 14:00 a 20:00 de la noche; pueden verla dos personas.
—Gracias, doctor —contestó Richard, con lágrimas en los ojos.
El médico salió de la sala.
—¿Por qué, Richard? ¿Qué daño ha hecho mi niña? Está en la flor de la vida. Es una buena hija, tiene un hijo al que quiere con locura. ¡Ay, no, Richard, no puede ser! Si se muere mi Isabelle, me voy con ella. No quiero vivir sin ella. Es muy duro perder a un hijo. No tengo fuerzas para luchar, Richard.
Había en la sala una cruz; Margaret se puso de rodillas ante la cruz de Dios.
—A ti te pido, Señor, que me lleves a mí por ella. Mi Isabelle es joven y tiene un hijo pequeño. Yo ya he vivido lo suficiente. Eres misericordioso; hazme el favor que te pido, Señor.
—Mamá, por favor, levántate del suelo. Isabelle se va a poner bien. No te preocupes, además, ya has oído al doctor, se puede recuperar.
Los tres salieron de la sala para ver al pequeño Ethan. Se encontraba en la segunda planta, habitación 324. Subieron en el ascensor, y al final del pasillo estaba la habitación. Tocaron a la puerta, y les abrió una enfermera con una sonrisa.
—Hola, buenas noches. ¿Son los familiares de Ethan? Aquí tienen a su nieto —habló en voz baja—. Aunque lo vean con la pierna escayolada y los brazos así, no se preocupen: está bien. Me ha preguntado por su madre, pero yo no sé dónde está.