Volver a ti

Donde empieza la historia

Pasar las mañanas en la cafetería cercana a casa se estaba convirtiendo en una costumbre.

No sabía si era por la decoración en tonos cálidos o simplemente porque estaba a unos pasos de mi departamento. Tal vez ambas cosas.

Lo cierto es que había algo que me impulsaba a regresar cada mañana, ocupar la misma mesa junto a la ventana… y pedir café.

—Aquí tiene joven.

Mencionó una joven mesera, dejando la clásica taza blanca sobre la mesa, y dando pequeños pasos hacia atrás de forma tímida, colocando la bandeja sobre la que ponía las bebidas en su vientre mientras la sostenía con ambas manos.

— Que lo disfrute— Pronunció tímida— ¿Necesita algo más?

Acerqué el café hacia mí y luego la miré, percatándome de ocasionar un pequeño sobresalto en ella, parecía nerviosa. Sin saber qué hacer con sus manos ni a donde mirar, hizo un ademán de quitar una pelusa del mandil negro que llevaba y luego sacudirlo.

Me miró insistente de una respuesta a su pregunta y luego desvió su mirada con algo de sonrojo. Sonreí en mi interior, y finalmente hice lo que ella esperaba.

—No por ahora, gracias.

Esbocé una media sonrisa como gesto de amabilidad, el cual la joven intento devolver con algo de torpeza, para después marcharse en dirección a otra mesa.

Llevé la taza cerca de mi boca, y le soplé un poco antes de tomar un sorbo. Me hacía algo de gracia el haber llegado a este punto de mi vida, en donde no podía comenzar el día sin cafeína, pero el ritmo de vida que llevaba, de la mayor parte del tiempo dormir poco y despertar temprano, hacía imprescindible el café en mi vida.

Suspiré relajado, mirando hacia afuera a través del cristal de la ventana, el cielo otoñal se despejaba y las hojas anaranjadas se esparcían por la avenida. Este era mi único momento de calma, un espacio para mirar con detalle la vida apresurada de Nueva York. La ciudad brillaba como siempre, llena de gente con prisa por llegar a ningún lado.

Me había mudado hace apenas unos meses, frente a Central Park. Mi departamento era amplio, luminoso y... todavía demasiado vacío. El minimalismo era más una consecuencia de mi falta de tiempo que un estilo elegido.

La alarma en el reloj de mi muñeca me indicó que el encuentro matutino entre el café y yo estaba por terminar, por lo que di el último sorbo y me levanté, caminando en dirección a la caja de cobro.

Delante de mí, una joven buscaba algo en su bolso con desesperación. Sobre el mostrador, el envase de café con el logotipo de la cafetería esperaba, pero ella seguía disculpándose con voz apenas audible.

Sin pensarlo mucho, me situé a su lado y saqué mi tarjeta.

—Cóbralo aquí, por favor.— El empleado asintió.

La joven dejó de buscar y se irguió despacio. Su cabello corto le cubría el rostro, pero alcancé a ver cómo sus labios se entreabrían, como si quisiera decir algo, y al instante, volvió a cerrarlos.

Su cuerpo se giró lentamente hacia mí, siendo visible ahora la parte de su cara que antes no lo era, mientras su mirada color almendra me observó con cierta cautela, escudriñando mi rostro por unos segundos para luego bajar la mirada rápidamente, con un semblante que no supe descifrar.

¿Era tristeza lo que reflejaba?

—Aquí tiene su tarjeta señor.

Pronunció el empleado de la caja.

Sin mirarme esta vez, tomó el envase de café de la barra y emitió un rápido “gracias”, saliendo con rapidez del lugar, dejándome algo confundido y sin respuesta hacía aquella expresión.

No esperaba nada en particular, pero esa sin duda, era la forma más extraña de agradecer que te inviten un café.

Sacudí la idea y salí de la cafetería, en dirección al automóvil con chófer que esperaba por mí.

—Buenos días señor.

Saludó el hombre mientras me abría la puerta.

—Buenos días.

Las miradas curiosas del conductor a través del retrovisor hacía mi, no tardaron en hacerse evidentes. No lo reconocía; debía ser un nuevo empleado contratado por mi abuelo, pero sabía exactamente cual era el motivo de su insistente mirada.

— ¿Quiere decirme algo? — Hablé de repente con mi vista hacia fuera de la ventana, pero percatándome del sobresalto de su cuerpo al escucharme.

Movió nervioso sus dedos sobre el volante y negó con un movimiento de su cabeza.

—No, lo siento señor— Respondió con su vista en la luz de un semáforo.

—Fue en un accidente.

Expliqué casi de golpe, tomándolo por sorpresa, mientras señalaba con mi dedo índice el parche que cubría mi ojo izquierdo. La mirada del conductor pasaba de mi al camino del frente.

—El vidrio de un auto se incrustó directamente en la retina de mi ojo— Indiqué — O eso fue lo que dijo el médico, yo estaba demasiado ocupado desmayado para confirmarlo.

—Lo siento mucho señor— Lo vi tragar saliva, algo incómodo.

—A veces siento que no solo perdí un ojo... sino algo más valioso.—Murmuré.




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