En un universo alterno donde mi familia no se hubiera dedicado al ramo del derecho, muy probablemente hubiese terminado en el ramo de la salud, o eso pensé mientras acomodaba el cuello de mi camisa y terminaba de ponerme el resto de mi ropa.
Por suerte, mi realidad era otra, y no tenía que pasar la vida entera oliendo el particular aroma a hospital. Apenas llevaba media hora ahí y ya lo aborrecía. Había salido de la resonancia y me encontraba en el vestidor.
Cuando terminé de ponerme el calzado, salí camino al consultorio del doctor, que me esperaba ya con los resultados de mi examen.
Toqué la puerta antes de entrar y escuché un “adelante” del otro lado. Al abrír la puerta el Doctor Rogers, doctor de la familia, me esperaba sentado frente a su escritorio.
—Por favor toma asiento Nathaniel— Pidió con las hojas de los resultados cubriendo su rostro.
Me senté con impaciencia.
— Lo escucho — pronuncié.
Apartó los papeles y me los extendió. Los tomé, pero apenas los miré; sabía que no iba a entender nada. Los dejé sobre el escritorio y esperé.
— ¿Sigues sin poder recordar?— Preguntó mientras tecleaba en la computadora.
El sonido de las teclas cesó. El silencio pesó más que cualquier diagnóstico. Me miraba con esa compasión disfrazada de profesionalismo. La misma cara que ponen todos cuando creen que entienden. Asentí, porque explicar lo obvio no devolía recuerdos.
—Para el golpe que sufriste, todo luce mejor de lo esperado. Pero no conviene confiarse: te quiero de nuevo aquí en tres meses.
Suspiré con algo de exasperación y llevé mi mano a mi entrecejo, pasando mis dedos por esa zona un par de veces como un reflejo de lo mismo. Era una pesadilla tener que venir cada cierto tiempo.
Sin ninguna pregunta que hacerle, agradecí y me retiré del consultorio, confirmándole mi asistencia para dentro de tres meses.
De camino al auto masajeé ligeramente mi cuello con mi mano, los músculos de mis hombros y cuello habían logrado tensarse en ese corto tiempo, era increíble lo rápido que un hospital podía drenarme, además de que la noche anterior no había dormido lo suficiente debido a cierta visita.
—Pasemos a la cafetería antes de ir a la oficina— Le indiqué a Henry quien ya me estaba abriendo la puerta del auto.
Durante el trayecto, me dediqué a contestar mensajes en el celular. El silencio en el coche solo lo rompía el golpeteo de mis dedos contra la pantalla.
—Hemos llegado señor— Avisó Henry, levanté la vista y reconocí la fachada al lado derecho.
—No tardo— respondí al bajar.
En la barra pedí mi espresso habitual, para llevar. No había tiempo de quedarme a disfrutarlo.
Cuando lo recibí y saqué la cartera, el barista me detuvo:
—Ya está pagado, señor.
Lo miré, confundido.
—Debe ser un error.
—En realidad, una señorita vino más temprano y pago por adelantado el café por usted. Lo describió a detalle, por lo que no hay duda de que es usted.
Fruncí el ceño. Rachel no conocía ese lugar y, además, no se levantaba tan temprano.
—¿Era pelirroja, por casualidad?
—No, cabello castaño. Es clienta frecuente. Dijo que pagaba una deuda.
Podría ser…
—Entiendo, lo tomaré entonces. Gracias.
En cuanto salí, subí al coche y observé el envase en mi mano.
La joven de ayer.
No entendía cómo sabía de mi visita o de mi pedido. Me intrigaba su atención al detalle, aunque lo extraño era que yo jamás la hubiera notado en el local… y estaba seguro de que la recordaría.
Decidí dejar el asunto ahí. Si ella iba seguido, la volvería a ver.
Al cabo de unos minutos, Henry aparco enfrente del edificio.
Bajé del auto e hice mi habitual recorrido hasta llegar a mi oficina.
—Señor Reeds buenos días, dentro lo está esperando el Licenciado Higgings.— avisó Greta.
— ¿Por qué será que todo mundo llega antes que yo a mi oficina? — cuestioné con sarcasmo, a lo que Greta se limitó a encogerse de hombros. — La lista de los casos de la semana, envíamela a mi correo por favor.
—Enseguida señor.
Al entrar a mi oficina, encontré a Higgins esperándome en el sofá. Para cualquiera era el licenciado Higgins; para mí, desde hace quince años, simplemente Alex.
—Espero que tu presencia solo traiga buenas noticias amigo.
Sonrió al verme mientras se ponía de pie y extendía su mano hacia mí como gesto de saludo, el cual correspondí.
—Nada es tan malo si lo ves como área de oportunidad Nathan.
—Ajá. Eso suena a que son malas noticias disfrazadas— Tomé asiento en el sillón frente a él.— Anda, sorprendeme.
— ¿Recuerdas el caso de la familia Wilhelm?
Fruncí el entrecejo intentando hacer memoria.