Volverás a ser mía

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9 de septiembre de 2015

 

— ¡No, no, no! Esto no me puede estar pasando, esto no puede ser. Él no puede estar aquí. – dice al borde del llanto la mujer de 33 años que se mira al gran espejo en el sanitario de un prestigioso hotel en las Islas Canarias.

— Diliana, ¿Qué fue eso? – pregunta Amanda Abrante en cuanto ve a su mejor amiga y jefa alterada. – Dejaste a ese pobre hombre bañado en vino.

— ¿Que pobre hombre? ¿El mal nacido ese? Nunca debió haber vuelto del maldito infierno. – limpia una lágrima que rodó por su mejilla. – me tienes que ayudar a salir de aquí, no quiero volver a verlo.

— Explícame por qué, creo no estoy entendiendo nada. Leonardo se quedó con él discutiendo algunos puntos del contrato, pero sabes que solo tú lo puedes cerrar. — Amanda estaba verdaderamente preocupada, si ese contrato no se cerraba podían perder varios clientes y eso no le convenía a la compañía de su amiga. – Además, crees que ese hombre nos querrá dar el contrato si tú no le ofreces una disculpa, es lo menos que debe estar esperando. 

— ¿Perdón? – Diliana la mira como si le hubiera nombrado a su amada madre—. Por mí, si llueve que escampe, de mi parte nunca tendrá una disculpa, si no nos da el contrato otro aparecerá, en fin, no son los únicos hoteles que necesitan mejoras. Él no merece menos, es más, fui muy buena tirándole solo el vino de la copa, debí romperle la copa en su cara. — Amanda la mira sin reconocerla, Diliana no es una mujer agresiva, todo lo contrario, es un amor de persona. 

— Bueno, como sea, necesito entender el porqué de todo esto, tú no eres así, siempre te has caracterizado por tu fuerza y entereza. — la mira tratando de descifrar lo que pasa con su amiga—. A ver cuenta para que te pueda entender.

— Amanda, aquí no puedo, es algo un tantito largo de contar. Te explico después, otro día, ahora solo quiero salir de aquí. – la chica niega, no podía permitir perder ese contrato.

— Pero Diliana no te puedes marchar, tienes que cerrar las negociaciones. – Diliana sabe que su amiga tiene razón, ella necesita encontrar una forma para resolver la situación y no tener que darle la cara al muy imbécil. ¿Por qué tenia que aparecer ahora después de tantos años?

— Ya lo tengo – dice después de unos largos minutos pensando–. Tú serás mi representante, eres la persona indicada para explicar todo el contrato te lo conoces de la A la Z.

— Diliana, yo no sé hacer eso. — dice una temerosa Amanda, nunca lo había hecho. No es su área.

— Claro que sabes, eres mi mano derecha, y tienes mi autorización para firmar por mí. Sé que lo harás muy bien. — la alienta Diliana, confiaba en su amiga.

— Te volviste loca amiga, no sé qué paso con el señor Aydin, pero lo que fue no te hace razonar. – dice con una sonrisa nerviosa.

— Por favor, Amanda, yo sé que lo harás muy bien, conoces el negocio y el proyecto al derecho y al revés.

— Bien, pero ni creas que te libraras de contarme todo, creo que es justo y necesario.

— Sí, yo te cuento lo que quieras, pero ahora ve a distráelos para yo poder subir a la habitación. Te veo después. – Diliana la abraza y aprovecha para ayudarla a salir del sanitario donde se encuentra resguardándose de las miradas de ese hombre.

    Cuando al fin Amanda llega a la mesa, Diliana sale casi corriendo, hasta el área de los ascensores, por suerte, en ese momento una de las cajas de aluminio abre sus puertas y ella no tiene que esperar por nadie. Sube hasta la habitación a la que entra rápidamente. Ya dentro de ella, se tira en su cama, cierra los ojos y lo vuelve a ver, su cara llena de vino, a pesar del tiempo sigue siendo el mismo, sus hermosos ojos azules, su cabello negro, la edad no le ha sentado nada mal, a pesar de ya estar en los 38 años.

   Abrió los ojos, suspiró fuerte y se levantó quitándose la ropa mientras camina hasta el baño para darse una ducha. Salió del baño con su albornos, llamó a recepción para pedir servicio a la habitación y así poder cenar ya que se había perdido de la comida por culpa de él imbécil. Sonrió al entender por que el abogado no quiso decir su nombre, solo se refería a Kiram como el señor o dueño del hotel. Se las va a pagar el abogaducho de quinta, como fue cómplice de ese hombre que le causó tanto dolor en el pasado.

   En lo que espera, Diliana se pierde en su pensamiento, recordó cada palabra, cada promesa que le hizo, esa última tarde que estuvieron juntos, sus ojos se llenaron de lágrimas, pensó que había superado ese gran amor, pero tenerlo frente a ella volvió a abrir la herida, doliendo como el primer día.

   Diliana, es una mujer fuerte, de esas que no se dejan amedrentar de cualquiera, que ha sufrido como muchas mujeres, pero que ha superado cada obstáculo, cada prueba con mucha entereza. Estuvo casada con Daniel Duarte, un hombre bueno que estuvo con ella en su peor momento, en su primera decepción. En su matrimonio, tuvo dos hijos, Daniel de 15 años y Fabio de 13. Ella vivía por y para ellos, se entregó en cuerpo y alma a la compañía que formó junto a su difunto esposo, la cual ha llevado a los primeros lugares a nivel mundial. Salió de sus pensamientos cuando sintió los golpes en la puerta.

— ¡Por fin muero de hambre! – exclama caminando hasta la puerta, toma su bolso para sacar la propina antes de abrir, no se confía de nadie.  Le da las gracias al mesero y le entrega la propina, cierra y va con la mesita rodante hasta el comedor para acomodar todo en la mesa.  Con todo listo, se sienta para disfrutar de la comida, se detiene al ver una nota a lado de su plato fuerte.

  No tienes idea de lo mucho que he esperado por este momento. KA

— Pero que se está creyendo este hombre, que va a aparecer de la noche a la mañana y ya le voy a estar riendo las gracias, pero que equivocado está.  Yo no pienso caer en sus patrañas nunca más. Que vaya a jurarle amor a otra porque yo no pienso volver a creer una sola palabra que ese mentiroso diga, nunca, nunca creeré en él. — Se dice decepcionada, su corazón late fuertemente, se niega admitir que pueda quedar algún sentimiento por el hermoso pelinegro, lo mejor es que haga lo que una vez él hizo, salir de su vida sin avisar. Lo que es igual no es ventaja.




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