Tuluma
La empatía es el sentimiento más valorado
en tiempos de tanta tecnología y tanto ego.
La belleza externa es exhibida como mejor opción,
pero la mente vacía es el camino para la depresión.
Los habitantes de la pequeña ciudad pasaban en el lago sus momentos de descanso. Los fines de semana estaban allí en un picnic, bañándose al borde del lago con la familia y disfrutando momentos de placer y tranquilidad.
Pero con el tiempo la gente fue olvidando esos momentos placenteros, la tecnología tomó el tiempo de los habitantes, ya nadie compartía y muchas veces, si iban, estaban entretenidos con algún aparato para pasar el tiempo.
En pocos días surgieron cosas misteriosas y el lago Selvi ya no era como antes.
Una tarde poco común, sin momentos extraordinarios, pasó que María, cuando estaba jugando con sus amigas, sintió que una mano la tiraba de las piernas. La niña estaba tan asustada que dio un grito desesperado y enseguida la mano la dejó en medio del lago hasta el punto de ahogarse. La rescató Pepe, el salvavidas del barrio. La madre agradeció a Pepe y, con angustia, llevó a la hija al hospital en la ambulancia que iba con prisa, con la sirena encendida. María tenía en el tobillo una marca que parecía un código numérico, pero estaba bien y volvió a casa.
En un domingo de mucha lluvia, Juanita quería dar una vuelta al lago con su padre, quien le había prometido que cuando la lluvia dejara de caer iban al lago y ella podría disfrutar de su bicicleta nueva. Cuando la lluvia paró, Juanita pudo ir al lago con su padre, se puso el casco y sus rodilleras.
En la tercera vuelta al lago, Juanita pudo observar que el agua se movía de manera brusca y rápida, formando olas. Algo raro, porque solo había olas en el mar. El papá de Juanita la tomó de la mano y de pronto la llevó a casa, tomando la bicicleta en el brazo derecho y a Juanita en el izquierdo. Sus pasos eran ligeros porque estaba asustado y no quería perder a su hija.
Todos los habitantes del barrio Canoas estaban preocupados, tenían miedo y no participaban más de actividades en el lago. Entre ellos estaba Jeremías, un joven al que le gustaban los misterios, las aventuras y lo desconocido. Él también quería saber qué estaba sucediendo.
¿Será que era un monstruo?
¿Será que eran extraterrestres?
¿Será que eran espías?
Jeremías, que no se conformaba con lo poco que sabía acerca del lago Selvi, una noche buscó su carpa de camping y la tendió frente al lago. Él tenía que descubrir el fenómeno que había dejado a su barrio tan asustado y que aún no había matado a nadie.
Cuando terminó de ubicar toda la carpa y sus cosas dentro de ella, Jeremías salió a tomar aire. Contempló la luna llena que se encontraba justo encima del lago, se veía hermosa, tenía una pasión sin medida por la luna.
Al lado de la tienda que había montado e instalado había una fogata, allí pudo hacer su rico café para aguantar toda la noche. Se había preparado para descubrir todo lo que podía esa noche tan hermosa y fresca. Las estrellas se veían bellas y brillaban como si le guiñaran a él.
Al mirar en el interior del lago podía observar ráfagas como si fueran flashes de fotografías, era como si alguien adentro del lago tuviera una cámara y tomara fotos, pero en realidad no era exactamente eso.
Con curiosidad y sin miedo, Jeremías vistió pronto una ropa negra, se puso un gorro donde solo podía verse los ojos y llevó binoculares, pero no podía ver nada. Con prisa se subió en el árbol más alto y consiguió ver relámpagos dentro del lago. No podía ver nada nítido y empezó a tener miedo, pero quería arriesgarse porque era un suceso anormal y lo dejaba curioso.
El fenómeno de los relámpagos duró alrededor de ocho minutos, Jeremías quedó intrigado y pasó la noche pensando en las posibilidades de lo que estaba sucediendo, aunque después no se manifestó ningún movimiento extraño.
Cuando se despertó, por un momento pensó que todo había sido un sueño, había dormido plácidamente sin escuchar ningún ruido. Volvió a su casa y durmió más de diez horas seguidas, su cuerpo no respondía, estaba extenuado y no pudo despertar antes del mediodía.
No estaba apurado, ese día tenía libre. No tenía que ir a la casa de doña Luciana.
Jeremías era un lector a domicilio y la mayoría de sus clientes eran ancianos que tenían la vista nublada, además, se sentían solos. Ellos elegían la lectura y Jeremías ponía la voz.
Doña Luciana tenía ochenta y cuatro años, los sábados eran los días de sus lecturas, pero ese sábado la familia de Luciana la llevaba a hacer un rico picnic con un banquete de reyes y ella no quería perderse por nada del mundo, a pesar de amar los sábados con Jeremías, pues esa tarde iba a comer todo lo que el doctor Nelson le tenía prohibido.
Jeremías estaba preparado, quedarían el sábado y el domingo frente al lago, estaba seguro de que descubriría el misterio, aunque pudiera perder su vida, porque él no sabía lo que encontraría.
Esa noche Jeremías había alquilado una ropa especial para bucear, se compró una linterna para entrar bajo el agua, máscara de oxígeno con todo el equipo y, lo más importante, un arpón grande con gomas, llamado también «fusil de pesca». Él ya estaba preparado.
Antiguamente el lago Selvi era llamado Lago Infinito porque nunca se pudo llegar hasta el fondo, más abajo solo se veía oscuridad. Pero cambiaron el nombre porque generaba temor al saber que no tenía fin.
Los buceadores e investigadores no pudieron llegar hasta el más allá, era una zona de peligro, aunque desconocido; no sabían qué tipos de animales había o si el oxígeno aguantaría la presión y el tiempo que necesitaban para llegar al fondo.
Jeremías no pretendía llegar al fondo del lago, él quería saber quién estaba haciendo todos estos trastornos. Las personas ya no veraneaban, no pasaban sus tardes de ocio, tenía miedo de que algún día llevaran a un niño al fondo del lago y no lo devolvieran más.