PRESO
La oscuridad de la noche me envuelve mientras la realidad comienza a desvanecerse en mis pensamientos. Cada vez que intento apretar los ojos y disipar el peso de lo que estoy a punto de hacer, Nicolai sigue allí, tan cerca, tan ajeno a la tormenta que se desata en mi interior.
El plan era perfecto: infiltrarme en su vida, ganarme su confianza, descubrir lo que realmente movía los hilos de su padre, Sergey, el líder de la mafia que había controlado este imperio de corrupción y violencia durante años. El objetivo era claro: hacer que Nicolai fuera el líder, y luego… acabar con él. Su muerte debía ser limpia, un suicidio disfrazado, una caída silenciosa que los detectives de nuestro equipo confirmarían. Y yo… yo sería el encargado de ser el último rostro que vería antes de que todo terminara.
Pero algo se ha quebrado en mí. En lugar de dejarlo ir, el deseo me atrae más hacia él. Nicolai, con su presencia apabullante, su frialdad calculadora, y esa sonrisa, esa maldita sonrisa que se dibuja en su rostro aún mientras duerme, me hace cuestionar cada decisión que he tomado.
Mi conciencia arde con el peso de lo que debería hacer. El plan ha fracasado antes de empezar, y ya no sé si quiero ser el verdugo que me habían dicho que debía ser.
"Es imperdonable", pienso una vez más, y la palabra resuena en mi mente como una sentencia. Pero, ¿cómo puedo hacerlo? ¿Cómo puedo acabar con el hombre que, de alguna manera, me ha hecho sentir más vivo que cualquier otra cosa en este mundo?
Su respiración es tranquila a mi lado, y me pregunto si alguna vez se dará cuenta de lo que pasa por mi mente. Si sabrá que cuantas veces he tenido que tomar pastillas para conciliar el sueño a su lado.
La misión ha fallado. Y, en un giro cruel del destino, al final de este juego de muerte y traición, soy el que está atrapado. Atrapado en sus brazos, en su mirada y en una relación que nunca debió existir.
Pero no puedo irme. No ahora, no con lo que siento por él.
El peso de mi consciencia me aplasta, y aun así, el deseo de quedarme a su lado me consume, como si la felicidad pudiera estar, tal vez, escondida dentro de esta mentira.
—¿En qué estás pensando? ¿En mí? —su voz, suave, pero intensa, me sorprende.
—Sí —respondo sin pensarlo mucho, como si esas dos letras pudieran aliviar el caos en mi pecho.
Nicolai parece sorprendió por mi honestidad, una que rara vez se le muestra. Pero el silencio se rompe cuando me envuelve en sus brazos, su respiración acariciando mi oído, mientras sus palabras, más sinceras de lo que podría imaginar, se deslizan entre nosotros.
—También te amo, Evan.
El calor de su voz me recorre como una corriente, cada palabra un recordatorio de lo atrapado que estoy en él. Mi cuerpo tiembla levemente, sin poder disimular lo mucho que me afecta, escucharle, pronunciar mi nombre.
—Deberíamos levantarnos. ¿Qué hora es? —pregunto, tratando de desviar la atención de la tormenta que se desata en mi pecho.
Pero Nicolai ni se inmuta, como si el mundo exterior dejara de existir cuando estamos así, tan cerca el uno del otro.
—Solo un rato más, quiero estar contigo de esta forma —su respuesta es simple, pero su cuerpo se aferra al mío con un abrazo que lo dice todo.
Puedo sentir su corazón latir a un ritmo tranquilo, relajado. En cambio, el mío late con desesperación, cada pulsación golpeando contra mi pecho, incapaz de calmarse.
El momento de levantarnos llega tarde, y me apresuro a la cocina. La necesidad de hacer algo normal, algo que me distraiga, me impulsa a preparar el desayuno con manos temblorosas. El sonido de la ducha debería estar sonando, pero no lo hace, meses saliendo con ese hombre me obligaron a memorizar cada movimiento suyo. En cambio, su presencia, inconfundible, se cuela en el aire como una sombra que me rodea y me tienta. De repente, sus brazos me envuelven por detrás, cálidos y firmes.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta, su rostro asomando por encima de mi hombro, la sorpresa aún viva en su voz— Se ve delicioso —continúa, su mirada fija en los platos con huevos revueltos y tostadas, pero yo siento la mirada pesada de su cuerpo presionando mi espalda.
—Es solo algo básico —respondo, sin poder evitar el rubor que sube por mi cuello.
—Todo lo que haces con tus manos es delicioso —su tono es juguetón, un toque de malicia bajo sus palabras. Y luego, más cerca de lo que debería estar, sus labios rozan mi cuello con suavidad, haciendo que mi respiración se corte— Y es mejor cuando estoy muriendo de hambre.
La tentación es insoportable. Mi cuerpo responde antes que mi mente.
—Entonces más vale que me apure —digo, intentando hacer que se aleje para que termine lo que empecé, aunque mis palabras tiemblan como mis piernas. La verdad es que no quiero que se aleje. No quiero que me deje seguir con esta fachada de normalidad.
Pero entonces, el sonido del timbre irrumpe, cortando la tensión como un filo afilado. Mi cuerpo tiembla, y de inmediato me separo de él, buscando cualquier excusa para escapar, aunque mi mente se resiste y mi pecho se agita en un vaivén de emociones desbordadas. Al abrir la puerta, un aire gélido me golpea como un golpe de realidad. Frente a mí, no hay nadie. Y tras darle un breve vistazo más, bajo mis pies encuentro un sobre negro, pequeño, inofensivo en apariencia, pero que me hace el corazón latir al doble de velocidad.
“Cumple con tu parte”, las letras, escritas en un rojo siniestro, son una advertencia que me cala hasta los huesos. Ellos me han encontrado. El miedo se apodera de mí, mis manos tiemblan mientras giro la cabeza, buscando respuestas que no tengo. ¿Cómo? ¿Cómo han llegado hasta aquí?
El miedo me paraliza por un momento, pero luego, como si fuera un reflejo, me lanzo a la búsqueda. Salgo corriendo, con la esperanza absurda de encontrar al mensajero, de descubrir quién me ha seguido hasta aquí, pero todo está vacío. Las escaleras, el pasillo, el ascensor, todo. Nadie. Nada. Solo el eco de mis pasos y la creciente sensación de que el tiempo se me escapa.
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Editado: 15.01.2025