Vor: Castigo y deseo

2: Lo loco que me vuelve su ausencia

El estruendo del disparo rompe la frágil calma que quedaba en el apartamento, un eco que se queda suspendido en el aire, colmando cada rincón con su brutalidad. Por un instante, todo se congela. Mi respiración se corta, mis oídos retumban, y mi mente se aferra al deseo inútil de que esto sea una pesadilla. Pero no lo es. La realidad me golpea con una ferocidad despiadada: Nicolai yace inmóvil en el suelo, y frente a mí, el hombre sostiene el arma con una sonrisa de suficiencia que enciende cada fibra de mi ser.

No hay tiempo para dudas. Mi cuerpo actúa antes de que mi mente pueda alcanzarlo, y apunto el arma que sostengo hacia él.

—¡No des un paso más! —gruño, mi voz cargada de rabia y desesperación.

El hombre ríe, esa risa cruel que perfora mis pensamientos como una cuchilla. Disfruta de mi furia como si fuera un espectáculo.

—¿Ahora te acuerdas de mí? —pregunta, su tono cargado de desprecio—. ¿Vas a dispararme sin antes pronunciar mi nombre? Ambos sabemos que no tienes lo necesario para hacerlo. En unos días desearás estar muerto. Lexis Aegis se encargará de ello.

Mis manos tiemblan alrededor del arma, y la intensidad de su mirada me deja suspendido entre el miedo y la ira. El nombre que acaba de pronunciar me hace dudar. Me siento atrapado entre el deseo de proteger a Nicolai y la fidelidad que le debo a la entidad que ponía en juego mi vida.

El hombre entrecierra los ojos, evaluándome como si pudiera diseccionar cada fragmento de mi voluntad. Da un paso adelante, desafiándome, y mi dedo se tensa sobre el gatillo. Pero antes de que pueda decidirme, un débil gemido desde el suelo rompe el momento. Nicolai está vivo. Esa señal mínima de vida me golpea como un relámpago en la oscuridad.

—¿Lo ves? —dice el hombre, su voz cargada de sarcasmo mientras baja ligeramente el arma. Su mirada se dirige hacia abajo, mientras observa como Nicolai tose sangre y su respiración vuelve—. Está vivo. Confié en ti y ahora veo que estabas mintiendo. No importa. Esto ya no depende de ti, Evan… No. Raven. Es tu nombre, ¿lo recuerdas? ¿O lo has olvidado tanto como tu lealtad? Puedes intentar salvarlo, sabes cuál es el final para hombres como tú.

Él retrocede lentamente hacia la puerta, y yo me precipito hacia Nicolai. Su rostro pálido y la irregularidad de su respiración me llenan de un terror visceral, pero no me detengo. Intento frenar la hemorragia con mis manos temblorosas mientras mi corazón martillea en mi pecho.

—Aguanta. Por favor... —susurro, mi voz quebrándose.

La sangre de Nicolai mancha mis manos, pero lo que despierta en mí va más allá del horror: una furia fría, un deseo de venganza que late con fuerza.

Me pongo de pie, decidido, pero cuando intento dar el primer paso hacia el otro hombre, algo me detiene. Nicolai, apenas consciente, me sostiene del brazo.

—No te vayas... —musita, con esfuerzo. Un resto de la pastilla que no logró tragar se desliza por la comisura de sus labios— No me importa lo que hayas hecho antes, no fuiste tú. Sin embargo, si cruzas esa puerta, no volveré a perdonarte.

Sus ojos azules me imploran, me atraviesan con una mezcla de dolor y algo que casi parece perdón. Por un momento, siento que podría ceder. Pero no puedo. No ahora. Si no termino lo que he comenzado, no habrá futuro para ninguno de los dos.

—Lo siento —digo, con el corazón apretado, planto un beso en sus labios cuya sensación dura.

Cuando su fuerza mengua, corro hacia la salida.

Muchos escenarios pasan por mi mente.

Mis pasos me llevan al pasillo justo a tiempo para verlo, de espaldas, entrando en el ascensor. No dudo. Aprieto el gatillo, y el primer disparo lo impacta. Su cuerpo se estremece y cae de rodillas. Gira el rostro hacia mí, con los ojos abiertos de par en par, llenos de incredulidad.

—Michael Coleman… —recito su nombre, ahora imborrable en mi memoria—. No volverás a verme.

Mi brazo se mantiene firme mientras lanzo el disparo final. Su cuerpo se desploma, y el eco del arma marca el fin de algo mucho más grande que él.

—Soy leal a un solo hombre —susurro, bajando el arma mientras mis pasos resonantes se alejan en el pasillo.

La adrenalina corre aún en mis venas mientras escucho el eco del disparo extinguirse en las paredes del edificio. Un escalofrío recorre mi cuerpo, pero no hay tiempo para pensar en las consecuencias. Cada segundo que pasa, cada respiración que tomo, me lleva más lejos de todo lo que alguna vez conocí.

Está claro que ahora están detrás de mí. Haber asesinado a Michael solo es el comienzo. No puede ser el único que esté aquí. Su presencia solo confirma que ellos están más cerca de la verdad que trato de ocultar.

No me detengo a mirar atrás. Aunque sé que el tiempo está en mi contra, no me importa. Lo único que existe ahora es el peso de mis decisiones y la necesidad de huir. Sé que tengo muy poco tiempo, alguien pronto llamará a la policía, ya sea por el cuerpo de Michael o por los disparos repentinos. Aunque si ellos se involucran, será más fácil aparentar que nada ha pasado, incluso si aún existieran testigos.

Mi mente solo es incapaz de aclarecer otro tema, eclipsado por el temor de no encontrarlo. Camino apurado, corriendo hacia nuestro apartamento, donde está él. Cruzo la puerta con la respiración agitada y con la seguridad que lo veré en el suelo. Sin embargo, no hay nadie.

Incluso peor.

La paranoia late en mi pecho junto con el temor de estar siendo observado. Sé que los minutos son pocos antes de que alguien descubra el cuerpo o los disparos atraigan más atención de la que puedo manejar.

Me obligo a mantener la calma mientras mis pies me llevan de regreso a nuestro apartamento. Cada paso está impregnado de un solo pensamiento: encontrarlo. Nicolai. Pero al abrir la puerta, un vacío más denso que el aire me recibe. No hay nadie. Ni su sombra, ni un indicio de que estuviera aquí. El silencio es ensordecedor, y por primera vez, el miedo me paraliza.




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