NICOLAI CHERNOV
Unos días después del incidente, mi mente parece haberse convertido en un campo desierto. Los recuerdos de cómo me sentía en su presencia se desvanecen como humo en el viento. Todo se siente tan ajeno, tan distante, como si esta vida no me perteneciera.
El olor acre del cigarro de Sergey llena la sala, invadiendo cada rincón como una declaración silenciosa de dominio. Su oficina es tan imponente como él: las paredes de madera oscura parecen retener cada secreto, cada palabra susurrada. Estoy sentado frente a su escritorio, que más parece un altar de sacrificio, mientras él se recuesta con una calma que me pone los nervios de punta.
Sergey lleva una camisa blanca impecable, los primeros botones abiertos, dejando ver parte de un tatuaje que se enrosca en su clavícula. Su rostro está parcialmente oculto tras una nube de humo, pero sus ojos, grises como un cielo antes de la tormenta, me perforan.
—¿Sabes qué es lo que más me fascina de ti, Nicolai? —pregunta con un tono suave, casi amable, mientras juega con el borde de su vaso de vodka.
No respondo. Mantengo mi expresión neutral, aunque mis manos, escondidas bajo la mesa, están cerradas en puños.
—Tu habilidad para fingir. Fingir que puedes escapar de esto, de mí, de lo que eres. Pero no puedes. Nunca lo harás.
Su voz es baja, casi un susurro, pero tiene el peso de una sentencia.
—¿Por qué estoy aquí? —digo finalmente, mi tono cortante, tratando de ocultar el temblor en mi voz.
Una sonrisa torcida se dibuja en su rostro. Sergey da un último trago a su vodka antes de hablar.
—Evan está vivo.
El impacto de sus palabras me atraviesa como una bala. Mi respiración se detiene, y aunque intento mantener la compostura, sé que mi reacción lo ha delatado todo.
Sergey se inclina hacia adelante, apoyando los codos en el escritorio, deleitándose con mi desconcierto.
—Y seguirá vivo… siempre y cuando hagas exactamente lo que te diga. —Su tono es casual, como si estuviera discutiendo el menú de una cena cualquiera.
—¿Qué quieres? —gruño, mi voz tensa, rasposa por la rabia contenida.
—La alianza con los Zakharov no se detendrá. Katarina es la clave para unir nuestras familias, y tú, Nicolai, eres el enlace perfecto. —Hace una pausa deliberada, estudiando mi reacción antes de continuar—. Esa mujer, frágil como un cristal, sigue siendo nuestro puente.
Katarina. Su nombre resuena como un eco doloroso en mi mente. La veo en mi memoria, corriendo descalza por el jardín de los Zakharov, su cabello rubio reflejando la luz del sol. Pero esa imagen choca con la realidad. Ahora está postrada en una cama de hospital, sostenida por máquinas y por un hilo de esperanza.
—No me uses como una herramienta —espeto, mi voz temblando de furia.
Sergey se encoge de hombros con un gesto indiferente.
—Esto no es personal, Nicolai. Es supervivencia. Su madre está desesperada, ¿y sabes algo? Una madre haría cualquier cosa por su hijo. Claro, no todas las madres. —Su mirada se endurece, y sus palabras atraviesan como un dardo envenenado.
Siento la sangre hervir bajo mi piel, pero no le doy el gusto de una reacción. Sergey vive de las grietas que encuentra en los demás, y yo no le daré ninguna.
—Llévala a donde sea necesario, hazla sentir importante. Haz que los Zakharov crean que este compromiso es real. —Sergey se reclina nuevamente, exhalando un último soplo de humo—. Y asegúrate de que Evan no vuelva a cruzarse en mi camino.
No respondo. No hace falta. Sergey sabe que no tengo opción.
...
Pese a cualquier circunstancia, la saqué del hospital donde yacía internada, prometiéndole un día de tranquilidad. Sabía que esa promesa estaba a punto de romperse.
El bar no ha cambiado en todos estos años. Las mismas luces cálidas, esa música de fondo apenas audible que parece un murmullo constante, las mesas de madera gastadas que compartimos tantas veces en nuestra juventud. Pero ahora, todo tiene un aire distinto, casi fantasmagórico. Katarina está frente a mí, jugando distraídamente con la cuchara de su café, dibujando círculos en un líquido que seguramente ya está frío. Su semblante carece de vida, como si cada respiración le costara un esfuerzo inmenso. La enfermedad la ha consumido; su piel es tan pálida que casi parece translúcida bajo la luz. Intenta sonreír, pero incluso ese gesto se siente pesado, forzado. Sus ojos, que antes brillaban con un fuego inquebrantable, ahora solo reflejan una resignación amarga.
Yo intento no mirarla directamente. Desde que Sergey me dijo que Evan sigue vivo, algo en mi interior no me deja enfrentarla. No tiene la culpa de nada, pero toda esta farsa... este matrimonio arreglado, esta mentira impuesta… pesa en mi conciencia como una piedra atada al cuello. ¿Cómo puedo justificar lo que estoy haciendo? ¿Cómo puedo utilizarla así?
—No tienes que quedarte —murmura de repente, rompiendo el silencio con un hilo de voz.
Levanto la mirada de mi vaso, confundido. Su tono es bajo, casi un susurro, pero cargado de intención.
—¿Qué? —pregunto, como si no hubiera escuchado bien.
Katarina me observa con una tristeza tan profunda que hace que todo mi interior se contraiga.
—Sé que no quieres esto, Nicolai. —Sonríe, pero es una sonrisa amarga, rota—. Sergey me lo dejó claro. Esto no es una elección para ninguno de los dos, ¿verdad?
Sus palabras caen como una losa. Su mirada, cargada de inocencia y culpa, me martilla el pecho. Siento el nudo en mi garganta apretarse, tanto que apenas puedo respirar.
—No es eso, Katarina —murmuro al fin, aunque mi voz suena vacía, como si las palabras no tuvieran peso alguno.
Ella niega lentamente, como si mi respuesta ya no tuviera importancia.
—¿Entonces qué es? —insiste, su voz ganando algo de fuerza. Ahora me mira directamente, con un desafío silencioso, exigiéndome honestidad—. ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Qué te obliga a seguir adelante con algo que ambos sabemos que no queremos?
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Editado: 28.01.2025