Desperté escuchando la campana, los pasos, las voces de las personas, los cierres de las mochilas, las sillas arrastradas hacia atrás... pero no abrí los ojos.
Quería volver, pero eso no iba a ocurrir por más que me fuerce.
Entonces, negado, los abrí...
–"Me hubiera gustado sentir eso unos minutos más..."– pensaba por dentro mientras veía salir a los últimos alumnos del aula central.
Me había sentado lo más cerca de la puerta y lo más lejos de la pantalla posible, pero ni siquiera saqué mis cosas... solo me recosté en mis brazos, y eso es lo último que recordaba hasta entonces.
–"Esa calma... en ese inmenso vacío..."– pensaba mientras me fregaba los ojos con las palmas –"Me desconecté de la realidad... pero fue increíble."
Saqué mis audífonos de la mochila y salí del aula con mi celular en mano, buscando que canciones escuchar hasta llegar a casa.
Ese día había entrado a la par del amanecer, y me fui de allí acompañado del atardecer. Y una música muy fuerte.
Mi cansancio se dejaba ver en mis ojos, que casi más cerrados que abiertos, se notaban vidriosos.
Caminé hasta que no coincidí con el verde del semáforo. Y allí me perdí.
Me perdí pensando en aquel sueño y como iba desapareciendo de mi memoria aquella situación.
Cerré los ojos, iluso, creyendo que quizá así podía volver a sentir algo similar, o al menos no olvidar esa sensación. Nada cambió.
Abrí los ojos amargamente. Mi última mirada se fijó en el semáforo, que casi en simultáneo con mi parpadeo, dio rojo a los autos.
Cambié de canción y los leves golpes de la batería comenzaron a sincronizarse con mis pasos en el cruce de cebra. Y sin previo aviso, se pusieron a destiempo.
–"¿Qué pasa con esta can-?"– me decía hasta que la bocina de un auto interrumpió mis pensamientos.
En ese instante, mi vida se detuvo, como yo en el cruce. Con la vista en dirección a los autos que esperaban el verde, ví como se iban apilando, uno tras otro, y todos apuntaban a pasar por encima de mí.
En el momento, no distinguí a aquel camión volcado que venía arrastrando a los autos hacia adelante. Las luces amontonadas lograron, por un segundo, llevarme de nuevo a ese vacío, como si todo hubiese sido una premonición de como iba a terminar el día. Cerré los ojos.
Mentiría si no aceptara que en ese momento me sentí libre. Pero el destino me sacó de allí, a la fuerza.
La capucha blanca de mi sudadera fue arrastrada con tal fuerza, que de ser utilizada para matarme, lo hubiera hecho sin problemas. El caso fue el contrario.
Caí de espaldas al suelo. Mis audífonos y mi teléfono fueron arrastrados por el desastre que pasó frente a mi. Y ahí, por primera vez en el día, abrí los ojos completamente.
Tengo el recuerdo de haber sentido la ráfaga de calor de los motores destruidos y el olor a combustible derrochado. Sin embargo, no oí nada.
La calle se vació y el silencio dominó en la gente. Nadie movió un músculo, excepto ella.
A mi derecha pasó una chica de sudadera gris, y como si nada hubiera ocurrido, cruzó la calle.
Mientras mi mirada se fijaba en ella, que caminaba tras el desastre sin preocupación, dos hombres me levantaron del suelo.
–"Chico, ¿estás bien?"– preguntó uno, mientras el otro me revisaba casi sin poder creer que había salido ileso.
–"S-si, gracias por... salvarme..."– dije sin despegar la vista de aquella chica, totalmente convencido de que alguno de ellos había hecho tal acto.
–"¿Salvarte? Chico, estabas solo de ese lado de la acera. Acabamos de cruzar, creímos que estabas muerto..."– respondió. La sangre se me heló, y lo ví a los ojos.
–"¿S-solo...? N-no, no es así, una chica acaba de cruzar la calle desde aq-"– excusaba, hasta que me volteé para ver a la chica, y no la ví.
No estaba tan lejos como para desaparecer de mi vista, y solo habían pasado unos segundos desde que me levantaron del suelo. Aun así, nadie la había visto.
Pensé entonces que solo estaba en shock, y que el cansancio acumulado confundía mi mente. Mi cabeza no fue capaz de aceptar que quizás un reflejo propio me salvó, y no la culpo, en veinte años de edad jamás me había mostrado con facilidad para ese tipo de habilidades.
Inconscientemente, dejé de escuchar las palabras de quienes me estaban ayudando, y crucé la calle. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al llegar al otro lado, sentí que jamás debí haber terminado de cruzar. Y sin embargo, ahí estaba, del otro lado.
La busqué. Caminé varias calles, mirando en todas direcciones para intentar encontrarla y no quedarme con la idea de que todo fue una ilusión.
Vi las ambulancias y patrullas yendo hacia el accidente mientras yo la buscaba, esperanzado. No la iba a encontrar, y así me lo hizo entender la oscuridad que iba consumiendo al atardecer.
Me rendí. Volví sobre mis pasos tras hacerlo, me había desviado demasiado del camino a casa con esa tonta idea. Por un momento creí que esa desconocida, quien había ignorado lo que fue entonces uno de los accidentes viales más graves de la región, me había rescatado de una muerte inevitable.
Divagué en mis pensamientos durante el regreso, hasta que me encontré ahí otra vez, frente a la calle del accidente, esperando que el rojo de los autos me indique cruzar.
Giré la cabeza y observé el rastro del desastre. La zona ya había sido intervenida, lo más complicado fue sacar todos los autos destrozados de esa calle. Se comentó en televisión luego que habían cerca de veinte vehículos afectados, casi setenta personas heridas, y unos seis fallecidos.
Volví a ver el semáforo, y seguía en rojo. Fue entonces que fijé la mirada en el otro lado del cruce, donde había estado yo minutos antes, y puedo jurar qué me ví. Me ví, como si de un espejo se tratase, y aun desconozco el porque, pero en ese momento, cerré los ojos.