Camino por las calles de mi ciudad con pasos firmes, aunque tenga prisas no corro jamás. Aprendí a no hacerlo después de los constantes retos de mi padre, si lo hago, junto a otras cosas, siento que él no descansará en paz.
Me aseguro mi bolso en mi hombro mientras observo las edificaciones buscando alguna inspiración para mi clase de Taller 7. Mi profesor insiste que la creatividad es un plagio bien hecho. Y cuando pasé a segundo año de arquitectura todo comenzó a tener sentido, junto a otras tantas cosas que el Señor Sánchez nos enseñó; “sus sabias frases” como él mismo dice.
Hoy no tengo tiempo de ir por mi café. Espero sobrevivir hasta la ventana que tengo a las 12 del medio día. La clase de metodología de seminario siempre me genera sueño, es una clase necesaria, pero la maestra es aburrida. Habla a una velocidad tan pausada que escucharla es tedioso.
-Señorita Amelia, llega tarde.
Se lo perdonaré porque no es común en usted, tome asiento, de prisa.
Me siento en el último puesto y luego de tomar todo lo necesario para tomar los apuntes miro al pizarrón. Nada. Al parecer sólo han charlado.
-Hemos hablado del porqué de este ramo. Aunque no me ha convencido mucho - me susurra mi compañero de puesto lo cual agradezco con una sonrisa y un gracias insonoro - de nada.
La clase avanza lento, espero no repetir este curso, no pretendo volver a tener clase con ella y es la única que imparte esta asignatura.
Al salir se acerca mi profesor de taller.
-Señorita, que bueno que veo a alguien. Necesito que avises a tus compañeros que no habrá clases hoy.
-¿Y debo ser yo? Sabe que me creen mentirosas. Todos se quedarán a pesar de que usted no lo haga.
-Entonces es una buena forma de demostrar lo contrario. Haga lo que digo por favor.
-Está bien.
Después de mandar el bendito mensaje tomo camino a mi cafetería de confianza. Un capuchino de vainilla con un brownie. Una buena forma de despertar, siempre ocurre con las asignaturas poco importantes, simplemente prefiero estar dibujando planos o creando en autocad.
Cuando estaba por dar el siguiente sorbo se sentó un hombre en la silla frente a mí. Alto, bastante lindo, rondaba los 30 años. Sus ojos negros miraba a los café míos.
-Disculpa, ¿Necesitas algo? - le pregunté dejando la taza en el platillo.
Él sólo se mantuvo en silencio. Mirando mis ojos casi sin pestañear. Luego bajo todo pronóstico miró mis labios para luego levantarse e irse.
¿Qué era lo que quería? ¿Quién era? Si tuviera amigas, jamás me creerían, era un hombre realmente atractivo. Su traje acentuaba a la perfección su trabajado cuerpo. Incluso su cabello negro estaba bien peinado.
Lo veía alejarse en una concurrida calle, a esta hora muchos oficinistas salían por su café matutino. ¿Será uno de ellos? Parecía uno de ellos. Personas absortas en sus ocupadas vidas, no parecía alguien que se sentara a jugar una aburrida broma a una universitaria.
Aún siento su mirada.
Vuelvo a casa para aprovechar el tiempo. Arquitectura no es fácil, más cuando muchos trabajos tienes que hacerlos sola; no soy del agrado de mis compañeros, nunca lo he sido, siempre sola, siempre con mis libros…aunque no recuerde mucho.
Esta maqueta tiene que ser perfecta, la nota es un 50% del promedio final. Debe salir bien. Quiero que papá esté orgulloso; era un estupendo arquitecto.
Su influencia es clara, desde pequeña quise seguir sus pasos y crear edificaciones dignas de revistas de arquitectura, pero el destino quiso otra cosa. Ya son cinco años de su muerte, una pulmonía mal cuidada, jamás hizo caso a las palabras de mi madre.
La casa estaba silenciosa, prefería trabajar en silencio, a pesar de la frase de mi profesor, trataba en lo máximo no influenciarme por externos y eso era la música para mi, siempre terminaba haciendo diseños muy “inspirados musicalmente”.
Mientras colocaba una de las partes recordé al hombre. No podía entender su comportamiento, ¿Me habría confundido? Tengo un rostro común, ojos café, cabello del mismo color, nada del otro mundo.
Sacudí mi cabeza para quitarlo de mi cabeza y enfocarme en mi trabajo.
Al siguiente día, me desperté a las cinco de la mañana, una hora más temprano de lo usual, quería tomar mi desayuno con calma y no volver a retrasarme.
Siempre he sido puntual, pero últimamente despierto muy cansada y no me levanto nunca de la cama. Creo que debería dejar de leer antes de dormir, ni siquiera recuerdo a qué hora cierro los ojos.
Abro la puerta dispuesta a convertirlo en un excelente día.
Hoy decidí llevar mi mochila, siempre es la mejor opción cuando debo llevar una maqueta, no me molesta hacerlas, pero transportarlas siempre es incómodo. Agradezco no tener que tomar locomoción, la gente no es muy amable con los estudiantes; mis compañeros siempre llegan con una parte rota o doblada. En mi caso, sólo depende de mis habilidades.
-Disculpa, ¿podrías decirme la hora? - me giro para mirar quién me habla.
Aquel hombre.
Él otra vez. Está de pie detrás de mí con un traje de tres piezas color azul marino mirándome como si no me conociera, como si no me hubiera mirado ayer con esa intensidad. El simplemente me miraba como a una extraña.
-Me dices la hora por favor, necesito saber si debo correr o no.
Eso hizo que arrugara el ceño. Nunca me ha molestado qué otros corran, pero por alguna razón me incómoda que él quiera hacerlo.
-¿Por qué quieres correr? No está bien hacerlo.
Él se paralizó al escucharlo, miró en otra dirección y comenzó a caminar como si jamás hubiera hablado conmigo, como si nuestra conversación no hubiera existido.
Miro mi reloj, he perdido minutos valiosos. Con pasos más rápidos camino a la cafetería por un café y brownie.
-Hola jovencita ¿Lo de siempre?
-Sí, gracias - respondo dejando mi maqueta en la mesa. El puente está intacto. No se porqué debemos hacerlo otra vez, hicimos este trabajo en primer año, aunque a la mayoría se le desmoronó.