La entrada al boliche fue una explosión de luces, humo y reggaetón que vibraba en el pecho como un segundo corazón. Cami avanzó con paso firme, envuelta en el ritmo, lista para entregarse a la noche. Naza se detuvo un segundo antes de pisar la pista. Se acercó por detrás, casi susurrando, como si dejara instrucciones para una misión secreta.
—Acordate de esto: no te pegues a nadie, no bailes con cualquiera, no regales sonrisas gratis.
Ella giró apenas el rostro, frunciendo el ceño, desconcertada.
—¿Por qué?
—Porque los tipos quieren lo que no pueden tener —respondió sin rodeos—. Si te ven conmigo pero no mía, van a querer saber qué sos. Jugá con eso. Que te miren. Que te quieran. Pero que no te tengan. Eso, mamita, te hace la pieza más deseada de la noche.
Se le escapó una carcajada, medio sorprendida, medio divertida.
—¿Y vos qué sos, mi representante? ¿Mi seguridad?
—Soy la frontera. El límite entre lo que ellos quieren y lo que no van a conseguir.
Ella lo miró con esa mezcla de “me hacés reír” y “me estás confundiendo más de lo que me ayudás”, mientras se alejaba hacia la barra.
Apoyó los codos, pidiendo algo con la mirada antes que con la voz. El barman la reconoció como si esperara a alguien que ya conocía sin haberla visto nunca.
—Tengo un radar para la gente que no toma siempre lo mismo —dijo, levantando una ceja con complicidad.
—¿Y vos qué sos? ¿Sommelier de boliche?
—No. Catador de miradas peligrosas. Y vos… tenés cara de historia.
La copa apareció como por arte de magia. Ella la agarró—¿Y ese radar te dijo que iba a pedir qué cosa?
—Algo con jengibre… o maracuyá. Algo que parece inocente, pero tiene segundas intenciones.
Se le escapó una sonrisita ladeada, como si le diera puntos por el intento.
—¿Así chamuyas a todas las chicas?
—No, a algunas les sirvo. A otras, les sirvo y les dejo un buen recuerdo. Vos parecés del segundo tipo.
La copa ya estaba en la barra, pero antes de tocarla, lo miró con una ceja arqueada.
—¿Querés que la sigamos cuando cierre?
Estaba por contestar —con esa mezcla de intriga y juego que le subía un poco el calor a las mejillas— cuando una voz conocida irrumpió desde atrás una mano le rozó el brazo
—Cami, ¿te encargás de pedir los tragos para la mesa?Suspiró, entre fastidiada y divertida. Otra interrupción.
—Sí, ya los pedí —dijo rápido, anticipándose.
—Perfecto —respondió la interrupción con tono casual, mientras la tomaba suavemente del antebrazo y se la llevaba con una naturalidad que no admitía réplica.
Volvió a la mesa entre risas, se tomó un trago más, y cuando la canción cambió a un clásico, se paró y se metió en la pista. Se dejó llevar. El cuerpo sabía moverse solo. Entre vueltas y luces, el boliche se le volvió un borrón cálido.
Después de un rato, volvió, transpirada, con el pelo algo despeinado y esa sensación de haber hecho algo bien sin haberlo planeado. Se dejó caer en un puff, y antes de que pudiera pedir algo más, una figura se acercó. Cámara colgando al cuello, copa en la mano, sonrisa de quien ya la había retratado mentalmente.
—No te asustes, pero ya tengo una foto tuya en la cabeza —dijo, mirándola como si la luz del boliche sólo existiera para iluminarla a ella.
—¿Y salí bien?
—No sabés cuánto. Lo que no me cierra es el fondo... Creo que si te saco de acá, te llevo a otro escenario, y ahí sí... la foto queda.
Ella ladeó la cabeza, curiosa.
—¿Y cuál sería ese fondo ideal?
—Calle empedrada, luces cálidas, vos caminando adelante… y yo tratando de alcanzarte.
Una risa breve le escapó entre los labios, más por lo inesperado que por lo cursi. Él no se achicó.
—¿Y si en vez de fondo te falta chispa?
—Puede ser. Pero si me das tu número.., Estaba por responderle, con esa sonrisa que aún no decidía si era burla o coqueteo, cuando una aparición teatral la sacó del plano.
—Urgente. En el balcón hay una invasión de lajatijas y necesitamos a alguien que sepa manejarlas.
—¿Qué?
—Sos nuestra única esperanza.
Ella lo miró como diciendo ¿sos boludo?, pero le siguió el juego. Caminó hacia afuera con una sonrisa. Ya en el balcon, lo miró de costado. Él se encendió un cigarrillo y le guiñó un ojo.
—Lo estás haciendo perfecto. Con uno o dos más, ya sembramos la intriga. Vos seguí así.
Ella negó con la cabeza, riendo, y le sacó la copa de la mano como castigo simbólico. Dio un par de pasos más, como para volver a entrar, y soltó:
—Voy al baño, estoy traspirando como sauna portátil con patas
Al volver del baño, apenas doblando el pasillo, se cruzó con una figura distinta. Camisa negra, pantalón sastre, copa en mano. Elegante, pero relajado. Le bloqueó sutilmente el paso, con una sonrisa que no apuraba, pero tampoco pedía permiso.
—Perdón... —dijo, inclinándose apenas hacia ella—. ¿Es muy obvio si te digo que me hiciste bajar del VIP solo para ver si tu sonrisa era tan hipnotizante de cerca?
Se le escapó una risa nasal, rápida.
—¿Bajaste del VIP por eso nomás? Qué desperdicio de vista panorámica.
—Si te soy honesto… la vista está mucho mejor acá abajo.
Sus ojos se encontraron, y algo chispeó ahí. Ella bajó la mirada por un segundo, como si esa intensidad la desacomodara un poco.
—Especialmente cuando la sonrisa me responde.
—Y si te responde, ¿cuál es el plan? ¿Volvés al VIP con otra copa o te quedás a ver si pinta algo?
—no sé vemos —dijo él, girando la copa entre los dedos—. Pero se me acaba de ocurrir una: ¿Qué tal si subís conmigo y te cuento cómo me convenciste de bajar?
Estaba por lanzar una respuesta cargada de ironía y picardía, cuando...
—Me están pidiendo que firme una autorización como tu representante legal —interrumpió otra vez la voz de siempre—. ¿Podés subir conmigo a ver si firmamos el contrato con los DJ o nos fugamos del país?
Ella sólo lo miró, sin saber si reír, putearlo o agradecerle. Y en esa confusión encantadora, la noche seguía.