Vuelves

Capítulo dos

Lo intento. Intento traer a mi memoria esas palabras; las que me inspiraron confianza, las que me dieron aliento, las que fueron un bálsamo para mi corazón herido, trato, pero no puedo.
Los gritos, los aullidos, los gemidos desgarrados, solo puedo escuchar eso. Una y otra, y otra vez. Sufren tanto. Todos sufrimos...
En medio de la penumbra llevo mis manos a mi cabeza para masajear mi sien y procurar así que deje de latir, pero hacerlo me duele, la sangre ya esta seca pero la herida aun esta abierta.
Gritan tanto... ¡Dios! Por favor que se detengan.
Aprieto más fuerte, solo por los nervios que tengo, y mi dedo medio se hunde un poco en la abertura sanguinolenta.
Grito. Me uno a los demás alaridos aterrados.
Me jalo el cabello presa de el horror y la impotencia, pero mi espanto crece. Cuando lo jalo, unos mechones pastosos y húmedos quedan enredados en mis manos. Me imagino sucia, andrajosa y sangrienta. Con partes de mi cabeza desmelenadas y decenas de heridas en mi cuerpo.
Me dejo caer en el  frío suelo de piedra que huele a putrefacción y a miedo. Sollozo ya sin lágrimas. Estoy seca.
Lo intento nuevamente. Busco de nuevo dentro de mi, aquellas palabras. Una sola me bastaría.  Sé que las tuve. Sé que me las dieron. Mi madre... ella... no puedo recordarla bien, mi mente se deshace a cada minuto que paso en este infierno.
Tú...sí, tú... ¿tendrás acaso una para darme? No necesito muchas. Solo necesito una; una palabra que traiga calidez a mi pecho. Una que me salve de la demencia.
Sé que tienes. Por favor, dame una.
Dime que aun hay esperanzas, aunque no sea cierto.
Dime que no todo esta perdido. Aunque dentro, fuera y alrededor de mi, solo vea muerte. 

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Un día antes de la graduación llegan los anuarios. Recibo el mío un tanto ansiosa. Busco mi foto primero, aunque sé que esa no es la meta. La miro y veo mi sonrisa. Hay un brillo en ella, uno que no estaba el día anterior a ese.
¿Será posible enamorarse de alguien solo con verlo? Como si tu corazón recordara, como en aquella leyenda, que una vez fueron uno que fue partido al medio, y ahora cuando lo veo, es como si lo estuviera reconociendo.
¡Dios!.. estoy enloqueciendo.
Veo mis ojos verdes con tintes grisáceos y mi ondulado cabello castaño claro. Soy bonita, lo sé, pero...
¿Podrá un hombre como él, y repito un hombre no un muchacho, enamorarse de alguien como yo?
¿Qué tan loca puedo estar para pensar en esto cuando solo lo vi una vez en mi vida?
Sigo buscando y lo encuentro, detrás del encuadernado, una calcomanía con los datos de aquel que se convirtió desde ese día en mi obsesión. 

Esa tarde, ya en mi casa, sentada en mi cama con mi celular en la mano, observo el tentador número y pienso.
¿Qué puedo decirle si llamo?, ¿qué quiero contratarlo?... Suena poco convincente.
¿Qué lo amo y que quiero pasar el resto de mi vida a su lado?... Muy lunática obsesiva.
Ya sé ¡Eureka!
—Hola—se escucha su bella voz del otro lado del teléfono.
Suspiro e intento decir algo, pero... no me sale una sola palabra.
—Hola... ¿hay alguien ahí?—vuelve a preguntar.
Y no, parece que las palabras se escaparon de mi ¿Será que le huyen a las maniáticas acosadoras?
Seguramente.
El "piiiiii" sostenido me anuncia que el cortó la llamada.
¡Rayos! Al parecer soy una extraña mezcla entre timida y osada.
Medito en un plan B. Mi abuela cumplirá en un mes ochenta años, haremos una gran fiesta y todos sus hijos concurrirán...¿Qué tal...unas fotos de ella para poner en las mesas de salón?
Enamorada mente maquiavélica... Eso es.
Reveo la dirección y llamo un taxi. No es muy lejos de donde vivo, a unas veinte cuadras.
Me arreglo un poco y hasta me pongo brillo labial, un avance tremendo en mi arreglo personal considerando como suelo salir. El taxi llega cinco minutos después y subo, le doy la dirección de la tienda fotográfica.
Trato de mantenerme serena mientras viajo por las calles londinenses, observando por la ventanas como las hojas de otoño caen desnudando las ramas ocres de los árboles.
Llego más rápido de lo que pensé, pago y desciendo; en mi cuerpo y en mi mente hay un temblequeo general.
BLAKE: TIENDA FOTOGRÁFICA.
Respiro hondamente una vez más y me digo a mi misma que el que no arriesga no gana. O eso dicen.
Entro acompañada por el sonido de la companilla que suena cuando cruzo la puerta.
Y ahí esta él. Lo veo anotando algo en unas hojas sobre su escritorio, pero al oír el insistente tintineo, levanta su mirada azul y recuerdo porque estoy comportándome como una loca
Jonathan frunce el ceño al verme, seguro recordándome.
—Eres... la chica que no recuerda su nombre—me dice—Kitty... Kayla...
—Karen—completo.
—Oh si, Karen—dice y sonríe—¿En que puedo ayudarte pequeña?
No puedo decidir al oírlo, si me gusta que me llame por mi nombre o solo escuchar su "pequeña".
—Yo... vi su número en el anuario, mi foto quedo bien así que pensé que podría tomarle unas fotos a mi abuela que cumple ochenta años... en su fiesta.
Él solo me mira por un segundo, como queriendo descubrir que esconden mis palabras, o quizás mi rubor, o mis manos inquietas, o mi labio superior que no puedo evitar morder de tanto en tanto. Todo mi cuerpo me delata, ya lo sé.
—Claro...¿quieres que me comunique con ella para hacer los arreglos?, ¿O lo haré directamente contigo?—me pregunta.
—Conmigo...—digo—Es mi regalo para ella.
—Genial—dice Jonathan y cruza, como parece ser su costumbre, los brazos por su pecho—Pero necesitaré que hagas algo entonces o lo que es lo mismo, dejes de hacerlo.
Abro mucho mis ojos, él ya lo sabe. Querrá que deje de seducirlo ( ¿eso hago?)... o de perseguirlo (Seguro que eso si)Y me dirá también que soy solo una niña su lado y que no tiene ningún interés en mi (¿cómo podría?) Ya lo notó ¿Salgo corriendo o me voy lentamente?
—Karen—me dice sacándome de mis prófugos pensamientos—Ya no me digas usted, dime Jonathan... ¿¡Por Dios, me veo tan viejo!?
Dejo escapar un suspiro de alivio.
—No... claro que no, usted, tú—me corrijo rápidamente—Te ves bien... joven, quiero decir.
Él ladea la cabeza observándome como si fuera de una especie exótica y en extinción, intentando comprender los sonidos que salen de mi boca impulsivamente.
—Eres linda, Karen, pero tienes que tranquilizarte, ¿Esta bien?—me dice sonriendo—Ahora déjame tu teléfono y el día y hora del evento y revisaré mis fechas disponibles para ver si lo puedo hacer.
Asiento y me acerco al escritorio donde le doy los datos que me pide.
Al terminar de hacerlo, nuestras miradas chocan y mi corazón late mas rápido, después más lento, luego al son de una canción antigua, y al final en reversa.
—Tienes unos ojos muy bonitos. No deberías andar por ahí mirando de esa manera, ¿Acaso tienes licencia para portar esa arma?
¿Escuché lo que escuché?...¿O fue acaso un producto de mi romántica mente hiperactiva?
—¿Qué edad tienes?—me pregunta al notar mi silencio después de sus palabras.
—Dieciocho... en dos meses cumpliré diecinueve—contesto increíblemente con más entereza.
—Uhmm, como dije antes, una pequeña—me dice sonriendo—¿Y que edad crees que tengo yo?
Rio un poco, de repente me siento más suelta.
—Unos...¿treinta?—arriesgo haciendo un mohin con mi boca.
—Casi... treinta y dos—me informa, sin despegar sus ojos de los míos—Karen...¿no nos conocemos de antes?
Su pregunta me extraña, pero la respondo con sencillez.
—Si... hace una semana en la escuela.
Él se ríe suavemente y después vuelve a mirarme.
—No Karen... me refiero a otro tiempo, en otra vida quizás, ¿Crees en la reencarnación?¿en lo sobrenatural?
Lo miro para saber si bromea o no, pero parece no hacerlo.
—No lo sé, ¿Tú crees?—contesto con otra pregunta.
Él se acerca un poco más a mi, desde atrás del mostrador, y me dice en voz baja.
—Yo creo que todo puede pasar, que no hay limites. Que solo creemos que los hay. Que no hay imposibles, solo difíciles...y que quiero vivir así, viendo como se derriban.
Me pierdo en sus ojos azules, igual que un barco en el triangulo de las bermudas. Algo me dice que cambie el curso, que voy a extraviarme por siempre. Pero se que seguiré, aunque esa decisión me lleve a un olvido eterno.




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