Vuelves

Capítulo cuatro

Mi respiración se convierte en un suspiro largo y doloroso. El pecho me arde. Este aire, si es que puedo llamarlo así, es denso, escaso y lacerante. Cada bocanada es una herida aguda que entrando por mi boca  lastima en mil punzadas pequeñas mi garganta, para terminar en mis pulmones llenándolos de un vaho ardiente.

Secó mis lágrimas con el despojo de tela que antes era el puño de una camisa y notó que en este acto embarro mi rostro de ese residuo de ceniza maloliente que satura este lugar. Estoy tan cansada; quisiera dormir, pero aquí no se puede. Descanso es una palabra inexistente en esta zona maldita.

Agudizó mi oído al volver a oír esos pasos y mi corazón una vez más se detiene y mi respirar una vez más se agita en forma vehemente.

—¿Aun no?—pregunta una voz sepulcral que me eriza la piel al instante.

—No... el hilo aún no se rompe, pero es solo cuestión de horas, paciencia—le responde otra voz gutural y rasposa.

—Solo mírala—continua el primero—Es una criatura deliciosa. Seré el primero en probarla. 

De mi boca se escapa un sollozo que intentó refrenar llevando mi inmunda mano a mi boca.

—Yo te seguiré—le dice le otro y ríe de la manera más escalofriante que he oído alguna vez-Vamos ahora. Hay unos recién llegados que necesitan atención.

Siento el sonido de sus pasos alejándose y suelto el aire que esos segundos de macabra charla me hicieron retener. Pero al intentar respirar de nuevo, no puedo. Siento que el colapso nervioso ha cerrado mi garganta evitando así el paso del aire. Lo vuelvo a intentar mientras la desesperación hace de mí una presa fácil, pero no lo logro, siento que mi lengua se hincha y que un calor abrasador sube violentamente a mi cabeza.

No puedo, no lo logro, pasan los minutos y duele, pero no muero, no puedo morir, solo sufrir mil muertes.

¿Tendrás algún respiro sobrante?¿algún resquicio de aliento para prestarme?...

Oh, ten misericordia y soplalo, soplalo que muero sin morir en este tormento eterno.

 

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Medicina había sido mi carrera elegida. El Imperial College era la Universidad donde había sido aceptada.

Comencé el primer trimestre con algo de nervios y un poco de presión por llegar al nivel que en un lugar tan prestigioso como este demandaban. Llamaba, al que ahora era mi novio hace dos meses, a diario, lo extrañaba horrores, pues era una de las tres mil residentes en el campus y lo veía unas dos o tres veces al mes, los fines de semana y a escondidas.

Si, nuestra relación transcurría aun oculta a mis padres, aunque Jo me había pedido decenas de veces le diera la oportunidad de hablar con ellos para, como él decía, dejarles en claro que sus intenciones para conmigo eran honestas, pero, yo aun no accedía. Los conocía bien, se horrorizarían y me prohibirían verlo, y aunque yo ya tenía diecinueve años cumplidos todavía seguía muy sujeta a sus decisiones.

Eran pasadas las ocho cuando decidí llamarlo a la tienda que seguramente estaría por cerrar.

—Hola—escuché esa voz que siempre hacía que mi corazón palpitará de emoción.

—Hola, Jo...mi amor ¡Te extraño mucho!—exclamé lo que era como era el reiterativo inicio de todas nuestras conversaciones telefónicas.

—Hola, pequeña...¿Cómo marcha todo por allá?

—Bien, adaptándome al ritmo feroz y al torrente de actividades, pero bien...¿Y tú?—terminé preguntándole.

—Todo tranquilo, con mucho trabajo, mucha soledad, y una boca que añora con locura tus besos—me respondió. Era muy tierno.

Al oírlo me dieron ganas de mandar todo al diablo y quedarme por el para siempre en su tienda de fotografía.

Mi tan ansiado sueño de ser médica pediatra, pilar de mi vida antes de conocerlo, se cohibía avergonzado al ser desplazado por el hombre entorno al cual  giraba ahora mi vida.

—Ohhh... No me digas eso, moriré. Quiero abrazarte y besarte y amarte. Detesto esta distancia que nos separa—dije casi gimoteando,s in importarme lo infantil que sonaba, pues así él me amaba.

Lo escuche reír despacio antes de volver a hablar.

—Karen...Es necesaria esta separación ¿Cómo crees que conoceríamos el peso de nuestros sentimientos si no tuviéramos la balanza justa de la distancia?—me contestó dulcemente, como si estuviera recitando un poema de amor.

—Eso es hermoso, Jo...en serio lo es—fue mi conmovida respuesta.

—Me alegra que te guste, lo estoy leyendo de una caja de cereales que dice "Frases para enamorar"—comenta y se ríe—Parece que resultan. Creo que lo seguiré comprando.

—Ohhhh, tonto. Le digo y no puedo evitar reír.

—¿Sabes que tengo en mis manos en este momento pequeña?

—¿Aparte de tu tramposo cereal?...No, no sé.




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